Representan dos tercios de la demanda de energía y el 70% de las emisiones mundiales de CO2

ene 2020

La urbanización es la tendencia dominante del siglo XXI. En la actualidad, más del 55% de la población mundial vive en las ciudades y para el año 2050 Naciones Unidas señala que la población urbana llegará al 68%.

El proceso ha sido fulgurante. En 1950, solo el 30% de la población mundial era urbana, mientras el 70% era rural. En el año 2007 (es decir hace poco más de una década), por primera vez en la historia de la humanidad, la población urbana del planeta superó a la rural. Y desde entonces no ha cesado de crecer, planteando una nueva realidad.

Sin duda ello se debió a los beneficios que trajo la urbanización: mayores posibilidades de trabajo, empleos mejor remunerados, mejor calidad de servicios sanitarios y educativos y una mayor diversidad de estilos de vida, posibilidades de desarrollo personal y entretenimiento.

Pero en el proceso, tener ahora a más de la mitad de la población del planeta residiendo en áreas urbanas supuso también mayor contaminación y degradación medioambiental. Las ciudades se han conformado como grandes productoras de contaminación y desechos a nivel global y transformado en una parte decisiva del problema planetario.

Por eso, para alcanzar el cumplimiento de acuerdos tan trascendentes como el de París o de la Agenda 2030, ya no es suficiente con el compromiso de los Gobiernos nacionales. Con eso no alcanza.

Para lograrlo dependemos en gran parte de las acciones que emprendan las ciudades. Es allí “donde las personas viven, comen, utilizan los recursos y generan desechos”. Como asegura la ex canciller de Ecuador María Fernanda Espinosa, que fuera Presidenta de la Asamblea General de la ONU hasta septiembre pasado, “se estima que los centros urbanos representan aproximadamente dos tercios de la demanda de energía primaria y producen el 70% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono. Esto las convierte en actores centrales de la economía global y el desarrollo”.

Es indudable que las ciudades y las acciones de sus gobiernos locales tienen un impacto significativo en el cambio climático y por tanto, deben tener un rol protagónico en su lucha.

Tres son los desafíos que enfrentan las ciudades en cualquier parte del mundo: el manejo de su basura; la producción y consumo de sus alimentos; y la producción de su energía.

El problema de la basura

Se trata de un serio problema de sostenibilidad ambiental ya que la cantidad de residuos excede por mucho la capacidad de la mayoría de las ciudades para gestionarlos.

Lo primero que deberíamos entender es que los residuos sólidos urbanos (RSU) o basura son el resultado directo de los sistemas de producción y de los patrones de consumo que utilizamos.

Su eliminación es un tema perentorio a nivel global no solo por el gravísimo costo ambiental planetario sino por sus efectos en la salud de la población y el importante gasto social y económico que representa para gobiernos y ciudadanos.

La basura se ha convertido en un problema dramático. Según un informe de Nature, si no cambiamos de manera urgente nuestra forma de gestionarla, a fines del siglo implicaría la recolección global de 11 millones de toneladas por día y unas 6 millones de toneladas diarias en 2025.

EEUU produce 624.700 toneladas de basura diarias –la más alta del mundo–, seguida por China con 520.548 toneladas, pero con 4,3 veces más población. India, por su parte, segundo país en población, produce 109.589 toneladas de residuos por día, casi 6 veces menos que EEUU!!!

La permanencia de algunas alternativas insostenibles de gestión de la basura parecen demenciales. Desde la acumulación en grandes basurales al aire, pasando por el soterramiento de los residuos en las afueras de las ciudades, la incineración de los mismos o su exportación a países menos desarrollados o de menores controles, han sido y son la respuesta de algunas sociedades para resolver el problema de sus residuos.

Es sorprendente que países de la importancia global de EEUU mantengan, aún hoy, bajísimos niveles de recuperación de sus residuos o hagan destrucción de los mismos sin aprovechamiento alguno.

La solución al problema de la basura urbana requiere necesariamente, tanto desde un punto de vista medioambiental como económico, la obtención a partir de los residuos de nuevos productos que permitan su reincorporación al ciclo productivo.

Una gestión integral de la basura implica el proceso popularmente conocido como “cuatro R”: Reducción, Reutilización, Reciclaje y Recuperación energética. Es decir, el aprovechamiento integral de los recursos naturales, evitando la contaminación de los otros sistemas y minimizando el impacto ambiental.

El problema urbano de los alimentos

También los alimentos plantean un escenario de problemas en relación a las ciudades y el medioambiente. El modo en que producimos los alimentos es insostenible y los sistemas alimentarios actuales están en franco conflicto con la salud del Planeta. Por otra parte, la forma en que consumimos y tiramos alimentos en las ciudades supone un desperdicio monumental. Y por último, está la accesibilidad de los mismos para todos los segmentos de la población, algo que no está aún garantizado en tanto el hambre y la malnutrición subsisten como problema global.

Como sostiene el director de la FAO, José Graziano da Silva, “se necesita transformar con urgencia los sistemas alimentarios y asegurarse de que éstos ofrezcan alimentos saludables y nutritivos para todos, al tiempo que se preservan los recursos naturales y la biodiversidad”. (Ver artículo de Más Azul de diciembre “La producción de alimentos es ‘ineficiente e insostenible”)

Sin entrar en la discusión de cuánto inciden las “millas alimentarias” en los gases de efecto invernadero y si éstas serán neutras cuando el transporte del comercio internacional sea en buques porta-contenedores o aeronaves eléctricas o solares, lo cierto es que parece racional incrementar la producción de alimentos de una red más cercana al consumo porque significa un producto más fresco, con menos desperdicio y emisiones de carbono más bajas, debido a menos distancia de transporte.

Un estudio publicado por Earth’s Future sobre el potencial global de la agricultura urbana revela datos de enorme interés. Fue realizado por científicos de la Universidad Estatal de Arizona (EEUU) junto a investigadores de las Universidades de Tsinghua (China), California Berkeley y Hawái (EEUU) con el apoyo de Google.a

La agricultura urbana podría producir unas 180 millones de toneladas métricas de alimentos al año.

Usando el software de Earth Engine de Google, sumado a datos poblacionales, meteorológicos, etc, el estudio determinó que si la agricultura urbana fuera implementada totalmente en ciudades alrededor del mundo, podría producir unas 180 millones de toneladas métricas de alimentos al año. Lo que significa casi un 10% de la producción global de legumbres, raíces, tubérculos y verduras.

El estudio examinó además otros beneficios que podría aportar la agricultura urbana: “servicios de ecosistema” como la reducción del efecto ‘isla de calor’ urbano, la fijación del nitrógeno, el aprovechamiento de aguas de lluvia, etc. Esos beneficios adicionales fueron evaluados en unos u$s 160.000 millones por año a nivel global.

Otro de los grandes desafíos pasa por el consumo. La pérdida y el desperdicio de alimentos suponen el monumental derroche de un tercio de todos los alimentos producidos a nivel global. Unos 1300 millones de toneladas de comida termina en vertederos de basura en un mundo donde una de cada nueve personas sufre de hambre.

El desperdicio monumental de alimentos.

Si lo cuantificamos se puede entender lo inentendible del desperdicio de alimentos. El 45% de las frutas y vegetales que se cosechan en todo el mundo se desperdician. Eso equivaldría a 3.700 millones de manzanas. El 30% de los cereales perdidos a 763.000 millones de cajas de pasta. Y el 20% de la carne que se tira a 75 millones de vacas!!!.

Reducir esa pérdida y desperdicio de alimentos es urgente: no solo por la inmoralidad que implica ‘tirar comida’ en un mundo que tiene más de 800 millones de personas con hambre sino por el despilfarro de recursos que hacen falta para producirlos.

Una menor pérdida y desperdicio de alimentos conduciría a un uso más eficiente de la tierra y una mejor gestión de los recursos hídricos, lo que tendría un efecto positivo en la lucha contra el cambio climático.

El problema de la producción de energía

Alrededor del 70% del consumo de energía mundial tiene lugar en las ciudades que a la vez generan  más del 70 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según el Banco Mundial. Desde 1850 hasta hoy, la población mundial se multiplicó más de 5 veces, pero en ese período el consumo total de energía se multiplicó por 50.

Según la Agencia Internacional de Energía (IEA), el consumo mundial de energía en 2035, será un 47% mayor que en 2010 y ese crecimiento implicaría un incremento en el uso de combustibles fósiles. Si el diagnóstico de IEA se confirmara, los impactos negativos sobre los ecosistemas y la población serían dramáticos.

La mayor parte de la energía de las ciudades sigue proviniendo de fuentes convencionales, principales causantes del proceso de calentamiento global y cambio climático. Por tanto es imperioso pensar en alternativas energéticas para las ciudades que deben sumar a la transición hacia fuentes renovables el uso sustentable de las mismas.

Las ciudades del siglo XX no fueran desarrolladas bajo criterios de eficiencia energética. La crisis petrolera de la década del ’70 encendió alguna alerta pero recién a comienzos del 2000, con la aparición de estudios sobre el cenit de la producción petrolera, se introdujo la reflexión sobre la relación ciudad-energía y la preocupación por el modelo urbano de una era pos-petróleo.

El crecimiento exponencial del consumo de energía no es equitativo: el consumo per cápita promedio de los países de la OCDE (18% de la población mundial) es más de 4 veces mayor que el de los países no OCDE (82% de la población mundial). La inequidad es aún más dolorosa si advertimos que más de 1.400 millones de personas en el planeta no tienen aún acceso a la electricidad.

El actual crecimiento urbano se suma al desafío mundial del cambio climático lo que plantea la necesidad de establecer un nuevo paradigma energético en el que las ciudades deberían ser protagonistas, atento a su rol de consumidores netos. Como se sabe, las ciudades no son hoy relevantes como productoras de energías ni tampoco en la fijación de pautas legales y sociales de producción y consumo.

La ciudad del siglo XX aglomeró producción, hacinó población, concentró consumo y basura y multiplicó su consumo de energía. Ha sido un factor disruptivo en la sobreexplotación de recursos naturales, con consecuencias severas sobre el entorno ecológico, los recursos hídricos y la contaminación del aire.

Hacia un nuevo modelo

Un modelo urbano que se plantee una necesaria era pos-petróleo debe prever una red accesible y consolidada de transporte público eléctrico, con grandes espacios peatonales y ciclovías y políticas de transporte y uso del suelo integradas.

Copenhague, la primera ciudad con un sistema de control de edificios completamente centralizado.

La ciudad del futuro debe pensarse y construirse teniendo en cuenta todos los parámetros climáticos para un aprovechamiento integral de las fuentes renovables de energía. La ciudad debe incorporarse a la naturaleza: arbolado, zonas verdes son claves para un desarrollo urbano sobre criterios bioclimáticos y ecológico-energéticos, alejados del diseño arquitectónico del racionalismo.

Por eso, gran parte del futuro se juega en las ciudades. La concurrencia de un urbanismo bioclimático con un proceso de ahorro y eficiencia energética de la ciudad, el fin del desperdicio y la cultura del derroche, el aprovechamiento integral de los residuos que se generen, sumado al desarrollo de una agricultura urbana y periurbana, constituyen los caminos hacia ese futuro.