El clima es un recurso natural íntimamente relacionado con la producción agraria. Su influencia en los cultivos es determinante para su rendimiento y valor nutritivo, en tanto implica en gran medida las condiciones en que se desarrollan.
Las cosechas, vitales para las dietas de millones de personas, están siendo arrasadas por el calentamiento global. Ahora un nuevo ensayo científico del John Innes Center, busca mitigar la crisis climática, intentando desarrollar una variedad resistente al calor extremo.
En las últimas décadas, el aumento descontrolado de las emisiones de gases de efecto invernadero está provocando un incremento de la temperatura del Planeta, con secuelas severas de aumento de las precipitaciones, frecuencia de eventos meteorológicos extremos, modificaciones en las estaciones y derretimiento de glaciares y casquetes polares.
Los informes del IPCC como de FAO alertan sobre las amenazas que penden sobre la seguridad alimentaria a nivel mundial, debido a la aceleración del cambio climático sumado a la expansión demográfica y su urbanización y el crecimiento de las clases medias globales.
La producción agrícola es extremadamente vulnerable al cambio climático. El aumento de las temperaturas y sus limitaciones hídricas condiciona la producción de los cultivos. La alteración del régimen de precipitaciones potencia las posibilidades de reducción de los rendimientos a corto plazo y el fracaso de las cosechas a largo plazo, con consecuencias imprevisibles sobre el mercado mundial de alimentos.
Desde hace años, FAO advierte en sus informes que la crisis climática expone a los seres humanos, las plantas, el ganado y la pesca a nuevas plagas y enfermedades que sólo aparecen con determinadas temperaturas y condiciones de humedad y alerta sobre nuevos riesgos para la seguridad alimentaria, la inocuidad de los alimentos y la salud humana.
Hace ya 15 años, el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI) desarrolló el modelo IMPACT 2009 para proyectar la oferta, demanda y seguridad alimentaria globales hasta el 2020, analizando 32 productos agrícolas y ganaderos básicos en 281 regiones del mundo, que en forma combinada cubrían toda la superficie terrena del Planeta.
El modelo simulaba el aumento en la producción de cultivos, los precios de los cultivos y de los insumos, las tasas de crecimiento de la productividad, la expansión de las áreas de cultivo, las inversiones en riego y la disponibilidad de agua.
El estudio del IFPRI tomaba en cuenta los efectos del cambio climático sobre cuatro categorías de demanda para los productos básicos –alimentación humana y animal (forraje), biocombustibles y otros usos– y su rendimiento. Y concluía que los impactos del cambio climático serían negativos para la agricultura, amenazando la seguridad alimentaria mundial, siendo las más afectadas las poblaciones de los países en vías de desarrollo. Allí, el cambio climático reducirá el rendimiento de los cultivos más importantes. Asia Meridional será especialmente afectada, donde las cosechas disminuirán significativamente.
A nivel mundial, el estudio preveía que eso acarrearía aumentos adicionales de precios para los principales cultivos, tales como el arroz, trigo, maíz y soja. Esto implica un aumento en los costos de la alimentación animal, que se traducirá en un aumento de los precios de la carne. Como consecuencia, el cambio climático reduciría en parte el crecimiento del consumo de carne y una caída en el consumo de cereales.
El informe trazaba por primera vez, un modelo extremadamente detallado de la agricultura mundial y del desarrollo de los cultivos bajo condiciones de cambio climático. Y advertía ¡hace 15 años! que la disponibilidad de calorías en 2050 no sólo sería menor sino que disminuiría, incrementando la malnutrición infantil, entre otras consecuencias.
De forma coincidente, un estudio realizado en 2019 por un grupo de científicos (Deepak K. Ray, Paul C. West, Michael Clark, James S. Gerber y ots.) mostraba que el cambio climático ya estaba afectando la producción mundial de alimentos, lo que se verifica en los rendimientos mundiales de los 10 principales cultivos (Hydrosami) y pronosticaban fuertes pérdidas futuras de rendimiento, especialmente para los cultivos de maíz y trigo.
Con diferencia, los cereales siguen siendo la más importante fuente de alimentos del mundo, tanto de manera directa para el consumo humano como indirectamente como forraje para producción animal.
En ese estudio, los científicos señalaban que desde la década de 1970, la temperatura global de la superficie se calentó en un promedio de 0.16-0.18°C por década, una tasa más alta que en cualquier período desde la revolución industrial. Pero, durante ese mismo período, la temperatura en todas las áreas cosechadas para los 10 principales cultivos mundiales (trigo, soja, cebada, yuca, maíz, arroz, palma aceitera, colza, sorgo y caña de azúcar) aumentó en la temporada de crecimiento de 0.5-1.2°C, a lo que se sumaron cambios en el régimen de precipitaciones.
Debido a su alto contenido nutricional y a su enorme demanda como uno de los recursos de mayor importancia en la dieta de los humanos, se lo considera un producto estratégico debido a su importancia alimentaria global. Su consumo mundial para el ciclo 2022/23 se estima en 775 millones de toneladas y sus principales productores en 2021/2022 fueron: la Unión Europea; China; India; Rusia y EEUU.
Ahora, un grupo de científicos del prestigioso John Innes Center, un instituto independiente de investigación en ciencia de plantas y microbios ubicado en Norwich, Norfolk, (Reino Unido) trabaja en el para desarrollo de un tipo de trigo capaz de soportar el calor extremo y las extensas sequías que anticipa la crisis climática.
El calentamiento global provocado por las demenciales emisiones que las industrias contaminantes arrojan a la atmósfera, promete para nuestro Planeta, un futuro de temperaturas crecientes, duras sequías, olas de calor y una sucesión de incendios forestales cada vez más frecuentes.
Ante los riesgos que plantea lo que Naciones Unidas define como “un mundo inhabitable” y catastrófico, en diversos centros de investigación del mundo se multiplican las iniciativas para lograr un trigo genéticamente adaptado a soportar las nuevas condiciones climáticas.
Hay que recordar que el paso milenario del trigo, de planta silvestre a un cereal altamente nutritivo, significó un cambio revolucionario en la alimentación de la humanidad. Hoy sigue representando nada menos que un 20% de todas las calorías que se consumen en el Planeta.
Los investigadores de John Innes Center plantean que la resistencia de su nuevo trigo permitirá proteger las futuras explotaciones de cultivos herbáceos de las peores consecuencias de la crisis climática en la que ya estamos inmersos y, por tanto, contribuir a sostener la demanda alimentaria mundial y alejar el horizonte de una hambruna global.
Graham Moore, director del Centro recuerda que en la mayoría de los productores cultivan dos tipos de trigo (para pasta y panificable), que juntos desempeñan un papel muy importante en la dieta de 4.500 millones de personas: “De ellas, unos 2.500 millones en 89 países dependen del trigo para su alimentación diaria, por lo que puede verse la importancia vital de este cultivo para el mundo”.
El problema al que se han enfrentado hasta ahora los científicos que han tratado de mejorar la resistencia y la productividad de las variedades de trigo, ha sido la complejidad de su genética. “Los seres humanos tenemos un único genoma que contiene las instrucciones de nuestro ADN. Pero el trigo para pasta tiene dos genomas ancestrales diferentes, mientras que el trigo pandero tiene tres”, explica Moore.
Los expertos del John Innes revelan que esa complejidad tuvo importantes consecuencias, ya que para controlar sus diferentes genes y cromosomas, el trigo posee un gen estabilizador que segrega los diferentes cromosomas en sus distintos genomas. Eso es lo que ha garantizado –explican– que estas formas de trigo tengan altos rendimientos.
El problema era que ese gen también suprime cualquier intercambio de cromosomas con parientes silvestres del trigo, frustrando los esfuerzos de los genetistas para intentar crear nuevas variedades con propiedades beneficiosas.
“Los parientes silvestres –dice Moore– tienen características muy útiles -resistencia a las enfermedades, tolerancia a la salinidad, protección contra el calor-, atributos que uno quiere añadir para que el trigo sea más robusto y fácil de cultivar en condiciones duras. Pero no se podía hacer porque este gen impedía asimilar estos atributos”.
Por eso manifiesta que “el trigo –a pesar de su importancia crítica para alimentar al mundo– ha resultado ser el más difícil de estudiar de todos los grandes cultivos debido a la complejidad y tamaño de su genoma. De ahí la importancia de la búsqueda para encontrar el gen causante de este problema”.
Ello explica las investigaciones llevadas a cabo sin éxito durante varias décadas y la importancia que los científicos del Innes atribuyen a sus actuales avances: han identificado el gen clave (Zip4.5B) y han creado una versión mutante del mismo, que permite al gen llevar a cabo su función principal –permitir que los cromosomas del trigo se emparejen correctamente y se mantenga el rendimiento– pero que ahora carece de aquella capacidad de bloquear la creación de nuevas variantes con los atributos y fortalezas de las gramíneas silvestres (resistencia a enfermedades, tolerancia a la sal y robustez ante el calor).
Los científicos del Jhones Innes descubrieron al menos 50 versiones diferentes de Zip4.5B: “Una herramienta clave en este trabajo fue la edición de genes, que nos permitió realizar cambios precisos en el ADN del trigo. Sin ella, todavía estaríamos luchando con esto. Ha marcado la diferencia… Ahora vamos a probarlas en distintas variedades de trigo que hemos creado” se entusiasma Moore.
No hay duda que el trigo ha desempeñado un papel notable en la historia de la humanidad. Para muchos el avance logrado por el Centro británico significa la posibilidad de que siga manteniendo en el futuro, esa relevancia como alimento global.
Pero no todos coinciden en el optimismo y formulan profundas críticas. Es el caso del también británico Raj Patel, economista y académico, doctor en la Cornell University, un estudioso de la crisis alimentaria mundial y asesor de la Relatoría Especial de Naciones Unidas para el derecho a la alimentación.
En su libro Obesos y famélicos, Patel advierte sobre la contradicción de un sistema que extrae de la Tierra más alimento que en cualquier otra época del pasado, pero que continúa con 800 millones de personas padeciendo hambre y genera al mismo tiempo casi 1.000 millones de personas con sobrepeso, malnutrición y expuestos a enfermedades cardíacas y diabetes.
Para Patel, las multinacionales que nos venden el alimento, están interesadas exclusivamente en sus ganancias e imponen qué cosas comemos y cómo concebimos el alimento. Hambrientos y obesos no son más que el resultado de las “cadenas de montaje” que convierten y transportan el alimento del campo a la mesa (Ver Más Azul n° 21, junio 2021, “Dos tercios de los productos de Nestlé atentan contra la salud”)
Según el académico británico es necesario indagar acerca de “las causas reales de la carestía en Asia y África, y de la epidemia mundial de suicidios entre los agricultores”. En su segundo libro ’Cuando nada vale nada’, constata que los precios de los bienes están distorsionados sistemáticamente (Ver Más Azul n° 37, oct 2022, “Alimentos, población y geopolítica (I)”).
Patel sostiene que “El trigo resistente a la sequía es un intento desesperado por mantener el monocultivo, pero no es la forma más inteligente de adaptarse al cambio climático” y recuerda las innumerables propuestas existentes sobre modos de cultivar, criar y alimentarse de manera sostenible desde el punto de vista ambiental y socialmente más justas: “Poner fin al hambre no es simplemente una cuestión de hacer crecer más alimento. Se trata de cultivar más democracia”.
Insiste en que hay que regenerar los suelos y los vínculos, y promueve la desmercantilización de los alimentos. Considera que la modificación genética de las semillas no es la solución a los eventos climáticos: “El problema es que el cambio climático no es una sola cosa. Como hemos visto, el cambio climático es sequía, y luego llega toda la lluvia en un día. Y luego es también más calor extremo y más frío extremo y nuevas plagas. Y no hay ingeniería genética en un cultivo que pueda cubrir todo eso y al mismo tiempo hacer que el cultivo sea rentable y tenga el mismo nivel de rendimiento. Quiero decir, puedes hacer que el arroz produzca mucha más vitamina A, por ejemplo el arroz dorado genéticamente modificado estaba destinado a ser una historia de éxito. Pero ningún agricultor lo sembrará, porque, para que el arroz produzca vitamina A, es mucho menos productivo. Este trigo resistente a la sequía genéticamente modificado es un intento desesperado por mantener el monocultivo. Pero no es la forma más inteligente de adaptarse al cambio climático. La mejor manera de hacerlo es tener una cantidad de cultivos diferentes, en la que puedas reconocer cuáles funcionarán bien determinados años. No obstante, si tienes biodiversidad, los cultivos están trabajando juntos para crear un ecosistema robusto. Entonces, si aparece una nueva plaga, esa plaga puede encontrar su nicho pero no destruir el sistema. Y creas una red de vida más rica. Entonces, el monocultivo nunca ha sido una muy buena idea en tiempos inciertos. Estos son tiempos inciertos. Ajustar un gen en un monocultivo puede brindar, en el mejor de los casos, cierta protección para servir a un tipo de clima extremo”.