OCCIDENTE USA A GHANA como BASURERO

nov 2019

Se llama Old Fadama. Las personas ajenas a este enclave de miseria flagrante lo llaman “Sodoma y Gomorra”. Levantado sobre tierras inundables (‘Fadama’ significa ‘blanda’ en lengua hausa) es un asentamiento urbano ilegal. El gobierno no quiere construir infraestructura permanente porque pretende desalojarlo. Allí vive en su mayoría, población proveniente del norte del país, la región más subdesarrollada y pobre de Ghana. Apenas separados por el río Odaw, en general los habitantes de Old Fadama se ganan la vida en un área lindera: Agbogbloshie, considerado uno de los basureros electrónicos más grandes del mundo.

Situado a menos de 40 kms. del puerto de Tema, que recibe más de 600 contenedores al mes repletos de equipos electrónicos obsoletos, la mayoría provenientes de la UE, que produce unos 10 millones de toneladas de basura electrónica al año (Eurostat).

Su proximidad al Atlántico, por donde llegan en barco cientos de miles de residuos electrónicos, ha consolidado la expansión incontrolable de Old Fadama y convertido al barrio de Agbogbloshie, en Accra –capital de Ghana– en uno de los principales destinos de la basura tecnológica de Occidente.

En Agbogbloshie, miles de hombres, mujeres y niños, queman cada día, los restos de antiguos ordenadores, móviles o televisores procedentes de Europa o EEUU (también de Corea y Japón) para extraer los preciados metales, que luego venderán por un precio irrisorio, a revendedores que los devuelven al circuito productivo mundial.

Agbogbloshie.

Lo lamentable es que esto sucede en Ghana, una de las economías de mayor crecimiento en el mundo y un país considerado en el continente africano como un modelo de estabilidad y democracia. Ha sido precisamente el empuje creciente de su economía (8,5% incremento de su PIB en 2018) sumado a un aumento notable de su población, lo que ha provocado en los últimos años, cambios bruscos en su estructura social, con un éxodo masivo del interior a las principales ciudades del país y en especial, hacia las regiones costeras, donde no han podido desarrollarse las infraestructuras y servicios necesarios ni realizarse una planificación previa.

Según un informe de la XVIII sesión de Naciones Unidas sobre el desarrollo sostenible, en Ghana menos del 40% de los ciudadanos en áreas urbanas cuentan con un servicio de recogida de basuras. La gestión y el tratamiento de residuos es hoy uno de los principales desafíos que enfrenta el país para su desarrollo y modernización.

Hipocresía occidental y despilfarro

Esa situación ha sido propicia para el desarrollo del comercio ilegal de basura electrónica. Los productos electrónicos que llegan a Ghana son ilegales, ya que está prohibido exportar desechos electrónicos desde Europa. La Agencia de Protección Ambiental de EEUU en cambio, lo clasifica como ‘reciclaje legítimo’. Pero los exportadores occidentales sortean las prohibiciones, clasificando los envíos como “productos de segunda mano” con el pretexto que en los países pobres podrían repararse. Y en algunos casos como donación para el desarrollo de esos países contribuyendo a “reducir la brecha digital” (con aparatos absolutamente inservibles!!). El farisaico argumento encubre otra realidad más cruel: es más barato exportar basura electrónica a África que desecharla o reciclarla de manera segura en Europa o EEUU.

Hasta hace pocos años, China e India eran los destinos del 70% de la basura tecnológica. Tras la decisión asiática de frenar la contaminación de su territorio, Occidente trasladó sus envíos a África. Alemania, Suiza y Países Bajos son los países con mayores envíos ilegales, encubiertos como exportaciones de productos reutilizables. La mayor parte de ellos sale del puerto de Amberes (Bélgica).

Innumerables informes prueban que el 75% de esos productos electrónicos –‘presuntamente’ de segunda mano– no son reparables ni revendibles. Cuando las autoridades de Ghana prohibieron en 2013, la importación de refrigeradores de segunda mano, descubrieron 37 contenedores con 4.000 de estos aparatos inservibles provenientes del Reino Unido.

Según un informe de Naciones Unidas (‘A New Circular Vision for Electronics’, enero 2019) el mundo generó 48,5 millones de toneladas de basura electrónica en 2018, peso que equivale a 4.500 torres Eiffel. Y solo el 20% de esos residuos son reciclados. Si no se produce un cambio, la ONU estima que podrían generarse hasta 120 millones de toneladas de chatarra electrónica en 2050.

Lo sorprendente y lamentable es que si se reciclara adecuadamente, la chatarra electrónica del mundo proveería más de u$s 62.500 millones en materiales preciosos como oro, cobre y hierro (Informe Global E-waste Monitor-2017), cifra que supera al PIB de 123 países.

Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), se desperdiciaron unos u$s 21.500 millones de oro y u$s 13.000 millones en cobre, lo que equivale al doble de lo producido por las minas de plata en el mundo. Solo el desecho de celulares (más de 500.000 toneladas) significó en 2018, un despilfarro de unos 10.000 millones de dólares.

Comercio tóxico y fuente de trabajo

Aunque se ha intentado poner freno al tráfico ilegal, la basura occidental sigue convirtiendo a Old Fadama y Agbogbloshie, en un territorio contaminado y tóxico. Mágicamente, las ‘donaciones para el desarrollo’ se convierten en plomo, mercurio, cadmio y metales pesados diversos, plásticos u otros materiales muy contaminantes, altamente tóxicos y escasamente rentables para los recolectores.

Romper y quemar componentes electrónicos para extraer metales conlleva una serie de problemas: suelos y acuíferos contaminados, químicos tóxicos en el aire e importantes secuelas para la salud pública y el medioambiente. El suelo del depósito/basural de Agbogbloshie contiene metales tóxicos como plomo, cadmio y bromo hasta 100 veces superiores a otras áreas de Accra, así como restos de ftalatos y dioxinas cloradas, que son cancerígenas y afectan la reproducción sexual. Un estudio de la ONU en 2014, certificó que en Agbogbloshie, la concentración de plomo en el suelo superaba 1000 veces el nivel máximo de tolerancia. Y que la contaminación del agua y la tierra habían exterminado en menos de una década toda la biodiversidad de la zona.

Esos materiales son arrastrados por las lluvias al río Odaw y hacia el océano Atlántico contaminando la laguna Korle e incluso poniendo en peligro una reserva natural en el Delta del Densu, considerada un humedal de importancia Internacional (sitio Ramsar), a pocos kilómetros del lugar. Por ese motivo, el gobierno ghanés ha iniciado obras de recuperación del río.

El dilema que plantea Agbogbloshie es que además de ser una catástrofe ambiental es la fuente de trabajo de miles de personas que, en el medio de los desechos, pueden obtener unos 40 cedis (u$s 7) en un día cualquiera, lo que significa casi dos veces y media el ingreso de un trabajador medio en Ghana. La gente lo ve como una oportunidad de tener trabajo y obtener algo de dinero, aunque sea peligroso para su salud y para el lugar en el que viven. Es frecuente por eso ver en Agbogbloshie a muchachos y niños pequeños sentados al borde del basural, rompiendo con piedras todo tipo de electrónicos para extraer metales valiosos o cables de cobre y desechando a un lado lo que no les sirve.

Buscando soluciones y oportunidades

El gobierno ghanés y algunas organizaciones internacionales están poniendo en marcha varias iniciativas no solo para paliar el grave problema medioambiental que la quema de materiales y la presencia de metales contaminantes han generado en el país, sino para lograr gestionarlos de una manera sostenible a través del reciclaje. El Proyecto E-Waste, por ejemplo, anunciado por Ghana en agosto del año pasado, contempla la construcción de una planta moderna de reciclado de desechos electrónicos en Agbogbloshie para el 2020.

También ha sido el primer país de África en lanzar oficialmente directrices para la gestión sostenible de desechos electrónicos (feb.2018) con el apoyo del proyecto SRI financiad por Suiza. Y desde 2016, tiene leyes de Control y Gestión de Residuos Peligrosos y Electrónicos y otras regulaciones, como parte del camino de Ghana hacia el reciclaje de esos desechos.

Pero el descomunal tamaño de lo acumulado hace especialmente difícil la situación. Es necesario abordar acciones urgentes e integrales, desde los pequeños recolectores hasta la disposición final, pasando por centros de acogida, transportistas e instalaciones de tratamiento.

Como reconoce Mathias Schluep, Director del Programa del Foro de Recursos Mundiales, “los desechos electrónicos se han reciclado principalmente sin ninguna medida para proteger la salud humana y el medio ambiente en Ghana (Por eso estas medidas) representan una piedra angular importante para abordar el problema de los desechos electrónicos en el país y un ejemplo brillante para toda la región”. 

Martin Oteng-Ababio, jefe del Departamento de Geografía y Desarrollo de Recursos de la Universidad de Ghana, desmitifica algunas de las versiones occidentales sobre Agbogbloshie: “Las vulnerabilidades experimentadas por la gente de Agbogbloshie son terribles en sí mismas, pero son moralmente insoportables precisamente porque son una parte normal del sistema económico global que sostiene el consumo excesivo moderno”. 

Y cuestiona la mirada apocalíptica occidental sobre el “depósito de chatarra”: “A menudo se repite el mito de que es el vertedero de desechos electrónicos más grande del mundo, a pesar del hecho de que hay muchos otros sitios en el mundo, realmente especializados en desechos electrónicos, que son muchas veces más grandes. Por ejemplo, Giuyu, en China, empleó en su momento pico 100.000 personas y ocupaba 52 kms2. ¡El área de chatarra de Agbogbloshie ocupa menos de medio km2! Toda la chatarra es traída por las personas que trabajan allí ya están organizadas a través de la Asociación de Distribuidores de Chatarra del Gran Accra”.

Independientemente de ello, hay una realidad lacerante: esa recuperación anárquica y tóxica produce beneficios ínfimos a quienes trabajan allí, en relación a lo que podrían obtener con un reciclado racional de los materiales. Cien mil celulares inservibles pueden contener unos 2,4 kilos de oro (unos 135.000 dólares); más de 900 kilos de cobre (95.000 dólares); 25 kilos de plata (30.000 dólares), más un sinnúmero de otros productos.

Boaeteng, el loco

Nelson Boateng también hacía hogueras en un contenedor de metal donde depositaba botellas de plástico a las que agregaba arena cuando comenzaban a derretirse. Así descubrió que se formaba una pasta muy resistente cuando se secaba. Pero su proceso resultaba lento y contaminante hasta que logró controlar los gases emanados de los desechos. Durante ese período dice Boateng, “me llamaban el loco, pero estaba experimentando sobre cómo resolver un problema”. Cuando lo logró, decidió crear Nelplast Ghana Ltd. que hoy transforma los residuos plásticos en bloques para construir caminos y en tejas para la construcción. Es decir, dinero de lo que antes era basura.

La pequeña factoría funciona en Tema, al noroeste de Accra y produce más de 15.000 bloques y tejas con 60% de plástico y 40% de arena. Emplea de forma directa a 73 personas y a más de 300 recolectores. El Ministerio de Medio Ambiente de Ghana lo ha estimulado instalando sus adoquines en un distrito de Accra e incluso embaldosando los patios del Ministerio con los bloques reciclados.

Aunque los paisajes que los humanos hemos construido con nuestra insensatez sean horrorosos, hay que dejar atrás las miradas apocalípticas y paralizantes y –como hacen los pobres de Old Fadama–revolver en nuestra basura para encontrar oportunidades y soluciones. Como lo hizo el “loco” Boateng.