Victimas y Aliados en la lucha contra cambio climático

nov 2019

Su origen es un misterio, pero se estima que se formaron hace 4.400 millones de años. Cubren más del 70% de la superficie de la Tierra y el 90% de la biosfera y proporcionan entre el 50 y el 80% del oxígeno del planeta. Desempeñan un papel catalizador en el surgimiento de la vida y sin ellos, la vida en la tierra no existiría.

Por eso, el mar tiene sobre los humanos una enorme atracción. Con el agua mantenemos una relación simbiótica porque de allí venimos. Rachel Carsen, una bióloga marina y pionera de la lucha medioambiental hablaba de “esa gran madre de vida” a la que le dedicó su libro “The sea around us”, (El mar que nos rodea- 1951). Ya entonces se mostraba alarmada por lo que estábamos haciendo con nuestros mares: “Es una ironía que el mar, del que surgió la vida por primera vez, esté siendo amenazado ahora por las actividades de una (nosotros) de esas formas de vida”.

En un más reciente y conmovedor llamado, otra admirable pionera, Fabian Dattner, convocó a mujeres científicas de todo el mundo: “Esa madre naturaleza necesita a sus hijas”. En 2016 fundó Homeward Bound, junto al científico marino antártico Jess-Melbourne Thomas, con la decisión de crear una red global de mujeres de ideas afines comprometidas en un modelo de liderazgo hacia un planeta más saludable y un futuro sostenible para todos.

Su objetivo: construir en 10 años, una colaboración global de 1000 mujeres con experiencia en STEMM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas y Medicina) a través de un programa de 12 meses, con contenido en línea y aprendizaje colaborativo (11 meses), y luego una expedición conjunta en barco hacia la Antártida partiendo desde Ushuaia (Argentina). El próximo 22 de noviembre parte la cuarta cohorte anual con ese destino y la quinta, ya ha sido seleccionada para el 2020.

Con Homeward Bound, Más Azul comparte ese llamado a las mujeres de ciencia, que hoy están  “significativamente subrepresentadas en posiciones de liderazgo”. En la presentación de nuestra revista, hemos planteado junto a Alesandro Baricco, que “necesitamos una cultura femenina, de saber humanista, de memoria no estadounidense, de talentos formados en la derrota y de inteligencias que provengan de los márgenes”. Y el trabajo por recuperar “nuestro hogar común”: el Planeta azul.

De manera sincrónica, Wallace J. Nichols escribió en 2015, “Blue Mind” (Mente azul) un libro donde demuestra sobre estudios de neurobiología y psicología cognitiva que el agua nos hace felices. Nichols, biólogo marino, destaca la importancia crucial de nuestra conexión con el agua, que nos provee de valores emocionales y sociales, desde nuestro nacimiento y recomienda desarrollar o recuperar la mente azul, un estado natural de armonía con la naturaleza, que todos instintivamente conocemos pero que muchos han olvidado. “Blue Mind” destaca los cambios neurológicos, psicológicos y emocionales que experimentan nuestros cerebros cuando contactamos con el agua o contemplamos el mar.

Océanos en peligro

Pero a lo largo del proceso de la Revolución Industrial, esa profunda conexión entre nosotros y el agua se ha roto. Recuperar nuestra conexión primordial con el agua, implica avanzar rápidamente en el abordaje de la grave degradación y pérdida de biodiversidad en nuestros ecosistemas oceánicos, que hoy soportan contaminación química y plástica, sobrepesca, desarrollo urbano costero y las consecuencias de ida y vuelta del calentamiento global sobre los mares.

Los océanos se están calentando a un ritmo más rápido de lo previsto, lo que implica la necesidad de acelerar los avances científicos para combatir los efectos del cambio climático. En el último Informe del IPCC, elaborado por más de 100 científicos y publicado a fines de septiembre pasado, Naciones Unidas advierte que la temperatura y el nivel de los mares se están elevando cada vez más rápido.

Para Lijing Cheng, oceonógrafa de la Academia china de las Ciencias y una de las principales autoras del informe, “aunque la criosfera (las regiones heladas de la Tierra) y los océanos parezcan encontrarse lejos de la mayoría de los humanos, están unidos a nosotros (…) La conclusión más importante es que ambos sistemas se están transformando con bastante rapidez y eso tiene ya consecuencias serias sobre la gente”.

Los datos más sobresalientes del Informe revelan que:

1. La velocidad del calentamiento del mar se ha duplicado desde 1993 y la subida del nivel del mar se ha acelerado por la pérdida de hielo en Groenlandia y la Antártida.

2.  Si las emisiones contaminantes continúan siendo elevadas, el nivel medio del mar subirá para fines del siglo unos 0,84 centímetros, esto es, 10 centímetros más de lo que hasta ahora se calculaba. Por el contrario, si se logra reducir las emisiones la subida del mar podría disminuir a la mitad. 

3. Océanos más calientes entrañan el riesgo de que se generen consecuencias “más severas” para la naturaleza y los ecosistemas costeros, aun en el caso de que el calentamiento global se logre limitar a 1,5 grados.

4. El hielo y los océanos están absorbiendo lo peor del cambio climático.

5. Si se pretende evitar las peores consecuencias del calentamiento, las acciones deben centrarse en una reducción “urgente y ambiciosa” de las emisiones.

Otro estudio de la Universidad de Princeton y el Instituto de Oceanografía Scripps de la Universidad de California en San Diego, publicado en Nature, reveló que durante el último cuarto de siglo, los océanos del mundo han absorbido cada año una cantidad de energía del calor 150 veces mayor que la energía que los humanos producimos anualmente como electricidad. 

El informe confirma un drástico calentamiento: los océanos del mundo consumieron en cada uno de los 25 años que van entre 1991 y 2016, más de 13 zettajoules (joule es la unidad estándar de energía, seguida de 21 ceros) de energía térmica, lo que sugiere, según los expertos, que el Planeta se muestra más sensible a las emisiones de combustibles fósiles de lo que se creía anteriormente.

Víctima y aliado

En el diseño de políticas contra el calentamiento global, los océanos han sido ignorados con frecuencia. Alanna Mitchell, una reconocida periodista canadiense, especializada en temas ambientales y autora de  Sea Sick (Mar enfermo), señala que una muestra del desconocimiento que existe respecto a la muerte del océano es que el tema ni siquiera aparece en los Acuerdos del cambio climático que firman los gobiernos.

De hecho, recién en junio de 2017 se realizó la primera Conferencia de los Océanos donde Naciones Unidas llamó a revertir el deterioro de la salud de los océanos con soluciones concretas. Allí reconoció que la situación de los océanos es dramática: “La salud de la masa de agua que conforma los océanos está en estado crítico. Pese a su contribución vital en la erradicación de la pobreza, la seguridad alimentaria mundial, la salud humana, el desarrollo económico y su papel de freno al cambio climático, nuestros océanos están cada vez más amenazados, degradados y destruidos por las actividades humanas, reduciendo su habilidad para proporcionar su apoyo crucial a nuestros ecosistemas”.

El diagnóstico fue severo: 30% de las pesquerías están sobreexplotadas, mientras que el 50% están en el máximo de su explotación. Los hábitats costeros están bajo presión, con la pérdida de alrededor de un 20% del coral y la degradación de otro 20%. Los deshechos de plástico matan un millón de pájaros y unos 100.000 mamíferos marinos al año y se estima que el 80% de la polución marina procede de actividades humanas realizadas en tierra.

Ante la situación, el entonces eurodiputado portugués José Inácio Faria, presentó una propuesta de resolución del Parlamento Europeo (dic.2017) sobre la necesidad de una gobernanza internacional de los océanos, considerando decía “el consenso generalizado sobre las importantes amenazas y el riesgo de daños irreversibles que pesan sobre la salud ambiental de los océanos, a no ser que la comunidad internacional se movilice y lo haga de forma coordinada”.

La propuesta tenía 176 considerandos explicitando los gravísimos problemas que enfrentan nuestros océanos. Desde la acumulación y dispersión de la basura marina acumulada que sólo en plástico supone 150 millones de toneladas hasta la contaminación por nutrientes (eutrofización) que procede de diversas fuentes, como la escorrentía agrícola y los vertidos de aguas residuales, que sobrecarga el medio marino con altas concentraciones de nitrógeno, fósforo y otros nutrientes que producen grandes floraciones de algas, cuya descomposición, una vez que mueren, consume oxígeno, creando “zonas muertas” hipóxicas o sin oxígeno donde la vida marina no puede sobrevivir. Hoy existen unas 500 y un número aún mayor de zonas sufren graves deterioros por la alta contaminación de nutrientes.

Faria advertía sobre los vertidos directos de hidrocarburos sobre los organismos marinos y los sistemas y procesos biológicos, las consecuencias de la prospección, la perforación y el transporte de reservas de petróleo y gas ubicadas bajo el suelo marino en muchas partes del mundo, así como acerca de las emisiones de CO2 y otros gases, como los óxidos de nitrógeno y azufre, el metano y otros contaminantes del transporte marítimo y los perjuicios ambientales de los combustibles pesados que utiliza.

La propuesta implicaba, entre otras, algunas decisiones que aún están pendientes y sobre las que no se ha avanzado:

1. La aplicación estricta del principio de precaución y de «quien contamina, paga», establecido por la UE en su compromiso de alcanzar un nivel de protección elevado en su política medioambiental (art.191 del TFUE);

2. En vista de que las zonas económicas exclusivas (ZEE) de los Estados miembros de la UE cuentan con una extensión de 25,6 millones de kms2, es decir el mayor territorio marítimo del mundo y que prácticamente la totalidad se sitúa en regiones ultraperiféricas y en países y territorios de ultramar, correspondería a la UE ser un actor principal en la protección ambiental de los océanos y

3. Por lo mismo, el desempeño de la UE de un papel de liderazgo en el establecimiento de una gobernanza internacional de los océanos, eficaz y ambiciosa, sin la cual es muy difícil alcanzar los logros concretos y urgentes que se necesitan.

El 64% de los océanos son aguas internacionales, lo que significa que si bien los gobiernos no son responsables directos de esas áreas, solo requieren de un acuerdo para protegerlas efectivamente. Como explica Stephan Lutter, “el Derecho Internacional del Mar ofrece una base para que los gobiernos puedan trabajar en la protección de lo que jurídicamente se llama alta mar, es decir, las aguas que se encuentran a más de 210 millas de las costas. Por desgracia, este proceso de protección de las aguas avanza muy lentamente”.

Poco o nada se ha logrado en ese plano, pero los avances científicos recientes sobre su funcionamiento, muestra a los océanos como actores decisivos en el combate contra el cambio climático. El hombre puede tener en los océanos un aliado y una de las grandes alternativas para revertir el calentamiento global. Pero ello requiere proteger y recuperar los magníficos y complejos ecosistemas marinos, profundamente dañados.

Desde distintos sectores se levantan voces abogando por incrementar las zonas protegidas permitiendo esa restauración de los ecosistemas oceánicos. Al menos el 30% de los océanos deberían ser protegidos para que sus ecosistemas se recuperen y que el resto, gestionarse de forma prudente y sostenible. Ello implica un gran acuerdo internacional sobre el uso del mar, tal como planteaba Faria en 2017. Según el reciente informe de los expertos de la ONU sobre biodiversidad, sólo el 7% de los mares están hoy protegidos. Pero esa protección es nominal y no se verifica en la realidad.

Un solo ejemplo puede mostrarnos el colosal aliado que puede significar el mar para revertir el desastre climático. Casi el 90 % de la energía eólica mundial se produce por encima de los océanos de todo el mundo. Según un informe de la Asociación Europea de Energía Oceánica (2010), la energía oceánica instalada podría alcanzar 3,6 GW para 2030 y llegar hasta a casi 188 GW para el 2050. Ello implicaría que para esa fecha, la industria europea de energía oceánica podría evitar la emisión de 136,3 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera al año y crear 470.000 empleos nuevos climáticos.

Los vientos, las olas y las corrientes marinas contienen en conjunto 300 veces más energía que la que consumimos los seres humanos en la actualidad. Allí está la “gran madre naturaleza” en toda su potencia. Como llamaba Fabian Dattner, convocando a mujeres científicas de todo el mundo: “Esa madre naturaleza necesita a sus hijas”. Y a todos sus hijos.