Dos principios esenciales fundamentan la economía circular: 1. El mejor residuo es el que no se produce y 2. No hay residuos, hay recursos que deben aprovecharse, que se deben recuperar y reciclar.
En junio del 2004, durante la Cumbre del G-8, el entonces primer ministro de Japón, Koizumi Junichiro, presentó una iniciativa destinada a construir una sociedad que pusiera el acento en el el reciclaje y habló por primera vez de la regla de las tres erres: reducir, reutilizar, reciclar.
La propuesta iba dirigida a desarrollar hábitos de consumo responsable y nuevas estrategias para hacer más sostenible el manejo de residuos. Habían nacido las tres R de la ecología, o la economía 3R. Un año después, en una asamblea internacional de ministros con la presencia de Francia, Alemania, EEUU y otros 20 países, se discutió la manera de implementar internacionalmente una política de tres R. El concepto quedó instalado y las organizaciones ecologistas se encargaron de motorizarlo por el mundo.
La eliminación del concepto de residuo obligó a separar los componentes de los productos en dos grupos: biológicos y técnicos. Los primeros eran aquellos que podían reintroducirse en la naturaleza, cuando su uso ya no era posible o rentable. Los segundos implicaban un diseño para que pudieran reutilizarse sin necesidad de producir nuevos.
Desarrollar nuevos productos, servicios y tecnologías a partir de la regla de las 3R, para reducir el impacto global sobre el medio ambiente, implicaba la optimización de todas las fases de producción y permitir un uso eficiente de recursos naturales, que dejaban de ser considerados infinitos.
Ello disparó a nivel global la necesidad de repensar la duración de los materiales, el análisis de su ciclo de vida, su capacidad de recuperación o de reciclado, o en todo caso, su valor energético. Y repensar también aplicación de nuevos métodos de gestión de los negocios para evitar el daño ambiental y a la vez –al optimizar recursos–, reducir costes, disminuir gastos de la gestión de los residuos y generar nuevas actividades complementarias.
Han pasado 15 años. Mucho se ha avanzado y mucho falta por hacer.
El nivel de desechos que producimos a nivel mundial no solo no ha disminuido sino que se ha acelerado en las últimas décadas. Así lo denuncian el Informe What a Waste 2.0 del Banco Mundial y un estudio de la organización británica Verisk Maplecroft. Ambos alertan sobre una “creciente crisis de la basura”, en especial del plástico y los residuos sólidos urbanos (o domésticos). (Ver Más Azul, “Crisis global de la basura, nov.2019).
A nivel mundial se están produciendo más de 2.100 millones de toneladas de desechos cada año y tan solo un 16% (323 millones de toneladas) de esa basura se recicla. EEUU, que produce tres veces más desechos que la media global por persona en el mundo, es uno de los países que menos recicla y que exporta más basura hacia los países menos desarrollados. Y los países de ingreso alto, que solo representan el 16 % de la población mundial, generan un 34 % de los desechos del mundo.
La mala gestión en el tratamiento y la eliminación de desechos han sido responsables de la emisión de 1.600 millones de toneladas de dióxido de carbono, lo que representa un 5 % de las emisiones mundiales. Y se prevé que en los próximos 30 años la generación de residuos a nivel mundial, crecerá de los 2.010 millones de toneladas (2016) a 3.400 millones, es decir más de un 60% de incremento.
Laura Tuck, vicepresidenta de Desarrollo Sostenible del Banco Mundial, señala que “la mala gestión de los desechos está perjudicando la salud humana y los entornos locales, agravando al mismo tiempo los desafíos que plantea el cambio climático. Desafortunadamente, los más pobres de la sociedad suelen ser los más perjudicados por la mala gestión de los desechos. Pero las cosas no tienen por qué ser así. Los recursos que tenemos deben usarse y reutilizarse continuamente, de manera que no terminen en los vertederos”.
Reducir, reutilizar y reciclar pareciera que ya no son suficientes, si queremos afrontar un problema que parece superarnos con ciudades cada vez más pobladas y en expansión constante en su producción de residuos. Sin embargo, como señala el diseñador urbano y planificador Dan Ringelstein, quizás en esas ciudades rediseñadas y más sostenibles, esté oculto nuestro mejor futuro (Ver Mas Azul, Un París por semana, Dic.2019).
Noelia Manjón, una colega española, con nuestras mismas preocupaciones por la salud del Planeta, redactora científica en Ecología Verde, ha publicado el pasado mes de septiembre, un interesante artículo, sobre el tránsito que está ocurriendo de una economía de las 3 R a las 7R que ella define: Rediseñar, Reducir, Reutilizar, Reparar, Renovar, Recuperar, Reciclar.
Su análisis del concepto de rediseñar es especialmente relevante, en tanto pone el acento en que “la funcionalidad deja de ser el objetivo único a la hora de producir un nuevo producto y comparte protagonismo con la sostenibilidad”. Lo que implica la introducción de la ecología en el mundo del diseño. El rediseño involucra todas las etapas posteriores, en tanto permite reducir, reutilizar, etc.
La noción de reducir ataca un problema al que, desde nuestra revista, hemos dado una especial atención: la crisis de la basura. El consumo de bienes, productos y energía es vertiginoso y creciente e entraña un volumen también creciente de residuos.
El desenfrenado incremento del consumo de recursos naturales desde la segunda mitad del siglo pasado, no se ha detenido nunca y en 50 años, el Planeta no ha tenido un solo período de disminución en la demanda mundial de materiales, lo que ha provocado los actuales desequilibrios ambientales.
La gravedad del fenómeno es de tal dimensión que es imperioso frenar su desarrollo con distintas herramientas. Una de ellas es reutilizar los productos para alargar su vida útil y evitar la necesidad de generar otros nuevos. Los grandes productores de plásticos cuyos residuos encabezan la basura global e infestan ciudades, ríos y océanos, empiezan a advertir la urgencia de generar cambios en sus productos a fin de permitir su fácil reutilización.
Nuestro consumo responde al modelo económico lineal de “extraer, fabricar, utilizar y desechar”. Ese modelo se asienta en dos concepciones profundamente erróneas: “el hombre es el rey de la naturaleza sobre la que tiene imperio” y “el progreso es infinito e ilimitado”. Omitimos que somos “parte” y solo “parte” de la naturaleza, con la que tejemos “el tapiz de la vida” como lo define maravillosamente la bióloga Sandra Díaz. Y que los recursos disponibles son limitados y finitos por lo que el progreso tiene márgenes.
Reparar, plantea Noelia Manjón, “es casi siempre más barato que comprar nuevos productos con la misma utilidad” y contribuye al ahorro de las materias primas y energía que se necesitarían para elaborar un reemplazo. En ese punto se plantea un áspero debate pendiente acerca de la obsolescencia programada de los productos.
Se trata de la planificación realizada por las empresas durante la fase de diseño de un producto, para establecer por diversos procedimientos, el fin de su vida útil, de modo que, tras un período de tiempo predeterminado, el mismo se vuelva obsoleto, deje de funcionar o no sea reparable, a fin de imponer la necesidad de adquirir uno nuevo que lo sustituya.
El objetivo es la maximización de sus ganancias, en detrimento de la calidad de los productos. Pero sus consecuencias son mucho más graves: redunda en el gasto de los consumidores y tiene impactos ambientales severos en tanto incrementa el uso de energía, multiplica la acumulación de residuos y acrecienta la contaminación que la producción, la energía y la basura conllevan.
Esta práctica abusiva ha generado una creciente conciencia colectiva acerca de la necesidad de revertir esa conducta empresaria y en todo el mundo comienza a hacerse presente en los reclamos a favor de la salud del Planeta.
El concepto de renovar intenta introducir sobre los objetos un proceso de actualización para que puedan volver a la función para la que fueron creados o descubrirles otros aspectos que también puedan ser de utilidad. Aparte de sus valores estéticos notables, hemos publicado el llamativo trabajo del artista plástico Zeta Yeyati (Más Azul, dic. 2019) porque precisamente sus obras están conformadas por materiales desechados u olvidados, que se renuevan y renacen en sus manos.
Noelia Manjón, en su nota de Ecología Verde, incorpora dos últimas escalas de la economía 7R: recuperar y reciclar. Para la primera, reserva el sentido de “aprovechamiento de materiales ya usados para poder reintroducirlos como materia prima en el proceso productivo para, de esta forma, poder crear nuevos productos” y le otorga a la etapa del reciclaje, el manejo de la disposición final de los desechos.
El proceso final ocurre tras la acumulación en las plantas de transferencia y la selección en las Plantas de clasificación donde se separan los valorizables, determinándose qué residuos no pueden reciclarse y tienen el destino final de aprovechamiento energético (cementeras, biogás, etc.) o vertederos.
La introducción de las 7R como escalón superior de la economía circular, es de enorme importancia para el medio ambiente porque dirige su acción hacia el aprovechamiento integral de los recursos y, por tanto, hacia la construcción de una sociedad responsable con “el destino de nuestra casa común”.