Como ir hacia una alimentación saludable sin ‘comernos’ el Planeta

20 abr 2022

En el marco del Decenio de Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030) tanto FAO como el PNUMA alertaron acerca de deterioro de los suelos por contaminación y proliferación de desechos que amenazan el futuro de la producción alimentaria, la salud humana y el medio ambiente.

La contaminación de los suelos y la proliferación de desechos amenazan el futuro de los alimentos.

Ambas organizaciones de Naciones Unidas consideran que el problema requiere una respuesta urgente a escala mundial. El director general de la FAO, Qu Dongyu planta que “nuestra sociedad quiere alimentos más nutritivos e inocuos, libres de contaminantes y patógenos, y la protección de los suelos es de suma importancia para garantizar nuestros sistemas agroalimentarios, la restauración de los ecosistemas y todas las vidas en la Tierra en el futuro”.

Los últimos estudios científicos coinciden en que la contaminación de los suelos se está agravando rápidamente, empujada por la creciente demanda sobre los sistemas agroalimentarios e industriales. Las principales fuentes de esa contaminación se asientan en las actividades industriales y mineras, la gestión deficiente de los desechos urbanos e industriales, la extracción y el procesamiento de los combustibles fósiles, las prácticas agrícolas insostenibles, el transporte y el aumento de la población mundial.

Para verificar la creciente contaminación, repasemos datos:

El modelo agrícola conocido como “revolución verde” no fue ‘verde’ en absoluto sino un modelo basado en el desarrollo y adopción de variedades de ciertos cultivos alimentarios (principalmente trigo, arroz y maíz) de poca altura, capaces de producir altos rendimientos si se les aplican grandes dosis de fertilizantes químicos y son fumigados con pesticidas.

El uso de plaguicidas aumentó 75% entre 2000 y 2017. Y el mercado mundial de fertilizantes nitrogenados sintéticos superó los 100 millones de toneladas anuales (2021) centrado en tres grandes proveedores (Rusia, Canadá y China). Son responsables de 1 de cada 40 toneladas de GEI que actualmente se liberan a la atmósfera. Un estudio estima que los fertilizantes químicos deben erradicarse tras 50 años de uso desenfrenado (Institute for Agriculture and Trade Policy –IATP, Grain y Greenpeace International);

El uso de plásticos se ha multiplicado tanto en la agricultura como en otras actividades, aumentando de manera descomunal los volúmenes de desechos de ese origen que terminan en vertederos o en la naturaleza;

La producción de químicos industriales se ha duplicado en los últimos 20 años y supera los a 2.300 millones de toneladas, con una previsión de incremento del 85% para 2030. China continuará a la vanguardia en el mercado de productos químicos, seguido por EEUU e India.

Los desechos también se multiplican. A nivel global superan los 2.000 millones de toneladas al año y se estima que alcanzará los 3.400 millones de toneladas para 2050 (Banco Mundial). Los países de ingreso alto (16% de la población mundial), generan el 34%) de la basura del mundo. Más del 90% de los desechos que se vierten o queman a cielo abierto es en los países de ingreso bajo y son los pobres y más vulnerables quienes sufren sus peores consecuencias.

Otro elemento preocupante es la creciente proliferación de contaminantes orgánicos y de otro tipo, como productos farmacéuticos, antimicrobianos (que dan lugar a bacterias más resistentes), etc. Los contaminantes emergentes como algunos tipos de plásticos, nanomateriales o productos farmacéuticos se unen a los ya extendidos compuestos orgánicos e inorgánicos que contaminan la tierra y pueden provocar efectos adversos no solo en el medioambiente, sino también en animales y seres humanos.

Según ambos organismos de Naciones Unidas, para que la contaminación del suelo y del ambiente no siga empeorando se requiere un cambio profundo en los modelos de producción y consumo y un mayor compromiso político de gobiernos y empresas para respaldar la gestión sostenible y el respeto a la naturaleza.

El problema es global y por tanto transfronterizo. La rehabilitación de los suelos contaminados es compleja y costosa, por lo que se requiere un sistema mundial de información y seguimiento de la contaminación del suelo, marcos jurídicos más estrictos para prevenir y rehabilitar los suelos contaminados, y una cooperación internacional técnica, de investigación y capacitación en el área.

Para Inger Andersen, directora del PNUMA, el Decenio “es una oportunidad para el cambio… esacontaminación atraviesa todas las fronteras y pone en peligro los alimentos que comemos, el agua que bebemos y el aire que respiramos, y es uno de los principales desafíos a los que se enfrenta el mundo a la hora de restaurar los ecosistemas”.

Una amenaza invisible

Los responsables de FAO en su informe anual de Evaluación Global de la Contaminación del Suelo (2021) alertaron sobre la invisibilidad de las amenazas de la contaminación del suelo: La contaminación del suelo puede ser invisible para el ojo humano”, pero compromete los alimentos, el agua y el aire, además de poner en peligro los ODS fijados como metas por Naciones Unidas.

Contaminación de nutrientes y proliferación de algas en la explotación agrícola industrial.

Hay que pensar que este tipo de contaminación “reduce el rendimiento y la calidad de los cultivos” en las zonas rurales, que es donde vive casi el 80% de las personas bajo pobreza extrema, con lo que las metas de “Fin de la Pobreza” (ODS1), “Hambre Cero” (ODS2) y “Salud y Bienestar” (ODS3), comprometen su éxito. La reducción del rendimiento de los cultivos y la degradación de la estructura del suelo y el contenido de carbono orgánico implica dificultades conexas para asegurar la cantidad y la calidad de los alimentos producidos. Y la OMS estima que un 16% de la mortalidad global proviene de “enfermedades relacionadas con la contaminación medioambiental”, con lo que se compromete asimismo el ODS3.

FAO advierte que la contaminación de los suelos puede provocar graves perjuicios a la salud, afectando a órganos y sistemas a través de la alimentación o la inhalación de elementos químicos muy nocivos. Es el caso del mercurio, el plomo o el cadmio que pueden provocar trastornos neurológicos, cáncer de pulmón o deterioros renales. Los microplásticos pueden afectar al corazón y al sistema cardiovascular y gástrico.

La contaminación del suelo tiene su origen en las actividades humanas y está presente en todas las regiones del Planeta. FAO y PNUMA llaman a dar una “respuesta conjunta y coordinada” contra la contaminación del suelo para impedir que su amenaza siga expandiéndose.

Alimentación saludable sin ‘comernos’ el Planeta

Pese a que determinados expertos de organismo internacionales insisten en valorar “los éxitos de la agricultura en las últimas tres décadas” (los volúmenes de las cosechas han batido record tras record, se triplicó la productividad de los cultivos y quintuplicó la producción de cereales), lo cierto es que los sistemas alimentarios y las dietas propuestas por el mercado masivo no son sanas ni sostenibles.

Y además han sido absolutamente ineficientes en tanto no han solucionado el problemas del hambre (entre 800 y 900 millones de personas todavía la padecen) ni el problema de una dieta saludable (nada menos que 3.000 millones no alcanzan con sus ingresos a obtener una dieta nutritiva y sufren deficiencias de micronutrientes como escasez de hierro, calcio, vitamina A o yodo.).

La industria alimentaria trabaja con parámetros tales que, según la OMS y FAO, propicia diversas enfermedades relacionadas con una alimentación incorrecta, como la obesidad, enfermedades cardiovasculares (como el infarto de miocardio y los accidentes cerebrovasculares, a menudo asociados a la hipertensión arterial), algunos cánceres, y la diabetes. (“Dietas sostenibles y biodiversidad” FAO).

Una dieta saludable es aquella que no solo aporta calorías sino los nutrientes necesarios para un desarrollo pleno, mientras que una alimentación es considerada sostenible cuando durante su producción se ha reducido el impacto medioambiental, no se agotan los recursos naturales y se respeta a la biodiversidad.

Las dietas saludables y sostenibles son aquellas que promueven todas las dimensiones de la salud y el bienestar de las personas y en la salud del Planeta. Se requiere que tengan un bajo impacto ambiental, sean accesibles, asequibles, seguras, equitativas; y culturalmente aceptables.

Una agricultura sostenible optimiza los recursos naturales y humanos y garantiza que las futuras generaciones tengan acceso a un entorno saludable y próspero. Una dieta sana permitiría reducir la emisión de gases de efecto invernadero hasta en un 40%.

Una relación tóxica

En realidad, tal como advertíamos en el número de diciembre pasado (Ver Más Azul n° 27, dic, 2021, “La alimentación en las ciudades”) la alimentación actual tiene más de la cuarta parte de la responsabilidad global en las emisiones de GEI: 26%. Su producción utiliza el 48% de los recursos naturales, el 70% del agua dulce y contribuye notablemente a la deforestación y la pérdida de biodiversidad.

La mayoría de nosotros no somos conscientes de la proeza colosal que supone hacer llegar cada día, alimentos a nuestras mesas ni la enorme maquinaria que se mueve para alimentar los 7.900 millones de personas que habitamos este Planeta (cifra que superará los 9.600 millones en 2050).

Es que “el sistema agroalimentario moderno constituye la mayor catástrofe ecológica de nuestro tiempo” por su devastador impacto sobre el equilibrio de los ecosistemas, la conservación de la biodiversidad y la vida humana. Es lo que sostiene la británica Carolyn Steell, autora de “Ciudades hambrientas”, un brillante alegato sobre el alimento en nuestros días: “la agricultura industrial genera un tercio del total de emisiones mundiales de gases de efecto invernadero”, lo que la convierte en una de las actividades humanas que más daños ocasiona al Planeta.

“La agroalimentación moderna y la deslocalización de la producción, en el marco de una economía capitalista y un mercado globalizado explica Steellrepresentan en conjunto uno de los principales factores que contribuye al cambio climático”.

Coincide con FAO que considera que el modelo de producción actual no es sostenible y de seguir así se necesitarán recursos equivalentes a casi tres planetas.

Un cambio de receta

Los cambios no solo deberán producirse en el producto final, sino que será necesaria una industria alimentaria sostenible en todas las etapas, desde su producción, el empaquetado, su transporte, su venta y su consumo.

Deberá crecer asimismo una incipiente tendencia al consumo de productos de cercanía que tiene beneficios directos en cuanto a la frescura y mantención de los nutrientes como a la menor huella de carbono frente a alimento transportado desde largas distancias, así como con mayor cuota de vegetales y menor cantidad de alimento grasos.

Debemos advertir lo lejos que estamos todavía: la agricultura orgánica apenas representa el 1,5% del total de superficie cultivada. Las mayores superficies agrícolas orgánicas del mundo están en Australia (35,7 millones has); Europa (15,6 millones has); Argentina (3,6 millones has) y China (3,1 millones has).

Según FAO y la OMS, una alimentación respetuosa con el Planeta y beneficiosa para la salud humana debería contemplar las siguientes pautas:

Más vegetales (verduras, frutas, cereales y legumbres, cotidianas y variadas).

Menos carne, de mayor calidad y que incluya otras fuentes proteicas alternativas y de origen vegetal (legumbres, frutos secos, etc).Menos alimentos procesados. Es necesaria una reducción importante del consumo de ‘procesados’ por sus altos niveles de grasas, azúcares, sal y aditivos químicos muchas veces cancerígenos.

Más variedad. No solo porque es más saludable sino porque mejora nuestra relación con la comida.Más alimentos certificados que aseguren el origen (tierras orgánicas, productos libre de antibióticos y hormonas de crecimiento, pesca sostenible, etc.)

Más alimentos locales y de temporada. Optar por frutas y hortalizas de proximidad y de productores locales beneficia además el entorno económico de nuestras ciudades y reduce la contaminación derivada del transporte. Poseen mejores cualidades órganolépticas y nutricionales y son más económicos y sostenibles.

Más planificación de las compras para un consumo racional y reducir el desperdicio de comida. Un tercio de los alimentos se pierde o se tira (1.300 millones de toneladas año). Buscar alternativas al uso de plásticos y envases.

Más aventura y exploración: incorporar nuevos productos, hierbas, algas, hongos, etc. De lo que la naturaleza pone a nuestra disposición consumimos apenas un 12%.

Menos consumo de gaseosas y zumos artificiales.Más preocupación por lo que ingerimos. Incrementar la información y educación alimentaria (Ver Más Azul n° 21, junio 2021, “Dos tercios de los productos de Nestlé atentan contra la salud”).