Como se configura el mapa del poder mundial en materia alimentaria

01 oct 2022

Cambio climático, sequías, inundaciones, aumento de la población mundial con incremento de las migraciones, desertificación, degradación de los suelos en casi la mitad de la superficie de la Tierra, muestran los desafíos que enfrentaremos para lograr mantener el actual abastecimiento de alimentos.

A ese cuadro hay que agregar la crisis energética y alimentaria en curso, como consecuencia de la guerra ruso-ucraniana, estimulada –como advierte el Secretario General de Naciones Unidas– por las grandes corporaciones petroleras para mantener e incrementar nuestra adicción a los combustibles fósiles y la manipulación del precio de los commodities que ejecutan algunos grandes jugadores del sistema financiero.

La guerra estimulada por las corporaciones petroleras para mantener nuestra adicción a los combustibles fósiles Unsplash - Chris LeBoutillier

La realidad global es compleja y llena de tensiones. Se está dirimiendo el nuevo orden mundial que regirá en las próximas décadas entre la pretensión hegemónica de EEUU y el multipolarismo que reclaman China, Rusia y sus socios en el BRICS, más el grupo de países que integran la OCS.

Ante tal escenario parece imprescindible desde la mirada ambiental, analizar la importancia estratégica de los alimentos y el desarrollo futuro del poder mundial en esta materia crucial. Los alimentos son un producto insustituible para la humanidad, no solo porque están conectados a la supervivencia humana sino a la vida misma en el Planeta.

Ya en enero 2020 advertíamos que había alimentos básicos como el trigo, el café o el cacao que podían verse gravemente afectados en sus volúmenes de producción debido a la crisis climática (Ver n°4, enero 2020 “El cambio climático pone en riesgo alimentos básicos”). Como señalamos en este mismo número de Más Azul la seguridad alimentaria en el mundo está en riesgo (Ver “La sequía golpea las áreas agrícolas más grandes del mundo al mismo tiempo”).

Desmontando algunos mitos

Para hacer un análisis serio del panorama alimentario mundial hay que verificar algunos desafíos reales, señalados al comienzo, y desmontar algunos mitos que se repiten con frecuencia.

Es cierto que el cambio climático afecta de manera creciente la producción de alimentos y que la tierra disponible para la explotación agropecuaria es cada vez menor. En parte, por el crecimiento demográfico mundial y porque la explotación industrial de los alimentos maneja parámetros exclusivos de beneficio económico insostenibles, lo que está agotando los suelos.

Un primer mito en torno a los alimentos es la escasez. Es cierto que la producción actual solo cubriría las demandas de 3.400 millones de personas si se realizara sin rebasar los límites planetarios. No es que falten alimentos sino que el modo de producirlos es irracional e insostenible.

Científicos del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático (PIK-Alemania) analizaron el papel del sistema agrícola global y una de sus conclusiones es la necesidad de una transformación de ese sistema que permitiría multiplicar las reservas de comida hasta para 10.000 millones de personas en armonía con el medio ambiente.

La trasgresión a los límites planetarios se debe a que actualmente, –señala Dieter Gerten, autor principal del estudio en un artículo de la Universidad Aalto de Finlandia– “casi la mitad de la producción mundial de alimentos depende de cruzar los límites ambientales de la Tierra. Asignamos demasiada tierra para cultivos y ganado, fertilizamos demasiado e irrigamos demasiado. Para resolver este problema frente a una población mundial aún en crecimiento, necesitamos repensar colectivamente cómo producir alimentos”.

Los investigadores sostienen que para transformar esa producción agrícola y alimentar la población mundial bajo un estricto estándar de sostenibilidad ambiental es imprescindible advertir los límites que ha rebasado la agricultura industrial actual, que ellos sintetizan en: integridad de la biosfera, cambio del sistema terrestre, uso de agua dulce y flujos de nitrógeno.

Identificaron geográficamente dónde y cuántos de estos límites están siendo superados por el sistema actual de producción alimentaria y “encontramos que actualmente, la agricultura en muchas regiones está usando demasiada agua, tierra o fertilizante”.

Las transformaciones deben llegar a restringir el uso de fertilizantes en lugares afectados como Brasil, el este de China y Europa Central como a implementar una agricultura orgánica, tanto en tierras del África subsahariana como en el oeste de EEUU.

No hay otra escasez que la producida por un modelo de producción fallido y un desperdicio irresponsable.

Su programa sostenible fue publicado en Nature Sustainability y constituye una serie de acciones que potenciarían la producción actual a 7.800 millones de personas, casi toda la población mundial y con solo bajar el actual el desperdicio de alimentos y limitar las porciones de carne en las dietas globales a una o dos, las reservas agrícolas alcanzarían a 10.200 millones, más de la población global proyectada para los próximos 30 años.

Por lo tanto, no hay otra escasez que la producida por un modelo de producción fallido y por un desperdicio irresponsable de alimentos. Pero aplicar a la gestión de una necesidad humana básica como los alimentos, el criterio crematístico del “negocio”, altera la distribución de los mismos. Solo el desperdicio de alimentos muestra de la irracionalidad de nuestro actual modelo de convivencia: entre 1.000 y 1.500 millones de toneladas de comida terminan en la basura, mientras más de 800 millones de personas padecen hambre.

Desde el punto de vista ambiental, desperdiciar alimentos significa dilapidar recursos naturales (suelo, agua, etc) e insumos que utilizamos para producirlos (energía, combustible, maquinaria, fertilizantes, etc) y, por tanto, multiplicar el impacto ambiental, contribuyendo a agudizar los efectos del cambio climático. Se estima que, entre 8% y 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, están asociadas con el desperdicio de alimentos.

Otro mito recurrente –defendido por ciertos ‘expertos’ de los organismos internacionales– reside en valorar “los éxitos de la agricultura en las últimas tres décadas” porque los volúmenes de las cosechas batieron constantes records, la productividad de los cultivos se triplicó y la producción de cereales se quintuplicó. Datos ciertos pero mitificados porque tras ese “éxito” está precisamente la “anabolización” de la tierra, con un bombardeo de fertilizantes químicos y pesticidas que han degrada los suelos y generado alimentos muchas veces cuestionables en términos de salud y favoreciendo un consumo masivo de dietas insanas y nada sostenibles.

La defensa de la falsa “revolución verde” no quiere advertir que su ‘éxito” residió en multiplicas las ganancias de las grandes productores y corporaciones que manejan el mercado, pero ha sido absolutamente ineficiente para solucionar los problemas del hambre (entre 800-900 millones de personas aún la padecen) y de una dieta saludable (3.000 millones de personas no alcanzan con sus ingresos a obtener una dieta nutritiva y sufren deficiencias de micronutrientes como escasez de hierro, calcio, vitamina A o yodo).

Un mito frecuente es la creencia de que la industria alimentaria trabaja a favor de nuestra salud. Según la OMS y FAO, su actividad (determinada por la búsqueda de consumo y beneficios económicos), favorece múltiples enfermedades relacionadas con una alimentación incorrecta, como la obesidad, diabetes enfermedades cardiovasculares (infarto de miocardio, accidentes cerebrovasculares, hipertensión arterial, etc) y algunos procesos cancerígenos.

Marion Nestle (sin relación alguna con la corporación) es doctora en biología molecular y MPH en Nutrición y Salud Pública de la Universidad de California y una de las voces más reconocidas en nutrición y política alimentaria, premiada por sus investigaciones sobre la industria de los alimentos.

Ella asegura que existe una poderosa e innegable influencia socioeconómica de las empresas en las decisiones sobre qué comemos y que el marketing de las empresas que nos venden los alimentos, tiene una gran responsabilidad en la actual epidemia de obesidad, sobrepeso y diabetes tipo 2 que viven hoy las sociedades occidentales.

En su libro, Food Politics, advierte que la industria determina que debe comer la gente y crea las condiciones que predisponen a la obesidad: “Estás eligiendo esos alimentos, y no otros, no porque tengas todas las opciones del mundo a tu alcance, sino porque esos alimentos están ahí y se te han presentado como algo normal, razonable y apropiado”. Y demuestra cómo la industria alimentaria usa las mismas técnicas de marketing que usó la industria tabacalera para ocultar los severos daños a la salud que sus productos provocan.

Un ejemplo alarmante

El 63% de los alimentos y bebidas de Nestlé en promedio no logran alcanzar el 3,5, umbral mínimo de calificación que utilizan grupos internacionales como la Access to Nutrition Foundation. Y aún más grave: el 96% de sus bebidas y el 99% de sus productos de confitería y helados son insalubres por su alta carga de azúcares añadidos, grasas saturadas y sal. Un dato alarmante es que el 18% de sus aguas y el 40% de sus lácteos –productos que tienen como consumidores preferentes a los niños no resultan aceptables para la salud.

Pero aún hay algo más espantoso: las Agüitas azucaradas para niños y niñas (300 a 330 mililitros, poco más de un vaso) que contienen 15 grs. de azúcar por envase (equivale a tres cucharadas de café) que aporta entre el 75 a 100% del consumo diario de un niño/a, al que agregan además 70 miligramos promedio de sodio que se usa para diluir el sabor tan intensamente dulce que provocaría nauseas o rechazo.

Y algunas de estas aguas para niños contienen colorantes caramelo IV, que se elabora con amonios y sulfuros que generan unos supbroductos que causan cáncer (https://www.cspinet.org/new/FDA Urged to Prohibit Carcinogenic “Caramel Coloring”.html). Y otras, llevan colorantes que provocan cambios en la conducta e hiperactividad en los niños (www.cspinet.org/new/pdf/bateman.pdf).

Diseño para alentar el consumo infantil en un producto que contiene colorantes peligrosos y adictivos.

La fantasía del mercado

Pero quizás el principal mito en el mundo de los alimentos es suponer que se trata de un sector que se rige por el libre mercado. La ‘mano invisible’ de un mercado que regula y equilibra las riquezas ha sido sustituido por una serie de bancos y entidades financieras como JP Morgan, Goldman Sachs y otros, que manipulan los precios de las commodities. No lo afirmamos nosotros. Ha sido reiteradamente establecido la justicia de EEUU, pero como las condenas suelen terminar en multas y no en encarcelamientos, un funcionario estadounidense definió su Administración como un “tiburón sin dientes”. Algo parecido sucede en la UE y en el Reino Unido.

Todo eso forma parte de un poder mundial agroalimentario, fuertemente concentrado en mega-corporaciones (Nestlé, Danone, Coca Cola, Pepsico, Bimbo, Kraft Heinz, Danone, Modelez, Unilever, Mars, Kellog, General Mills, etc.) que dominan las reglas del juego de los alimentos de forma oligopólica. Todas estadounidenses salvo las europeas Nestlé, Danone y Unilever.

Una singularidad de ese dominio mundial es que esas grandes corporaciones estadounidenses y europeas no operan estrictamente como empresas privadas sino que desarrollan políticas paralelas a las de los Estados y muchas veces imponen a éstos sus decisiones. Critican a las corporaciones alimentarias chinas porque son estatales, pero éstas actúan en consonancia con su país y gobierno y no contra sus intereses. (Ver Más Azul n° 21, junio 2021, “Dos tercios de los productos de Nestlé atentan contra la salud”)

La británica Carolyn Steell, autora de “Ciudades hambrientas”, un brillante alegato sobre el alimento en nuestros días explica que “la agricultura industrial genera un tercio del total de emisiones mundiales de gases de efecto invernadero”, lo que la convierte en una de las actividades humanas que más daños ocasiona al Planeta.

Y afirma que “el sistema agroalimentario moderno constituye la mayor catástrofe ecológica de nuestro tiempo” por su devastador impacto sobre el equilibrio de los ecosistemas, la conservación de la biodiversidad y la vida humana.

Ver “Alimentos, población y geopolítica (II)”

en el número de noviembre 2022