La producción global de trigo, café o cacao podría reducirse

ene 2020

El cambio climático no es cosa del futuro. Todo el tiempo se habla de los escenarios que derivarán de un aumento en la temperatura global y si ésta se traducirá en 1,5° o 2°C en el 2050 y sus más o menos catastróficos alcances. Pero el cambio climático es presente y sus consecuencias ya están entre nosotros.

Los alimentos que llegan a nuestra mesa, soportan hoy cambios y presiones considerables. El aumento de la temperatura del planeta repercute el ciclo de lluvias y en trastornos climáticos como inundaciones, sequías,  incendios forestales, tornados y huracanes. Los fenómenos climáticos extremos cada vez son mayores, a lo que se suman plagas y malezas que multiplican su accionar sobre las cosechas e incluso nuevas enfermedades en los cultivos.

Como consecuencia de esas perturbaciones, los productores de alimentos afrontan mayores costos de producción, pérdidas de cosechas o severas disminuciones en sus rendimientos, lo que repercute en los precios que pagamos por esos alimentos.

La agricultura necesita un clima predecible, para producir volúmenes adecuados. Cambios bruscos en los suelos, en la provisión de agua o en las temperaturas alteran el desarrollo y el ciclo reproductivo de las plantas y provocan alteraciones severas en el rendimiento de la producción. De hecho, los científicos están alarmados con el adelantamiento de los ciclos de floración y polinización por parte de abejas y otros polinizadores que, en algunos lugares, ya supera la decena de días.  

Centenares de especies polinizadoras intentan adaptar su aparición a la emergencia temprana de las flores. Un estudio publicado en Nature Ecology & Evolution, anticipa que empezar el vuelo o la floración antes, incrementa el riesgo de sufrir una helada que diezme la población. O que el desarrollo a más temperatura provoca que el metabolismo de los insectos vaya más rápido, consumiendo reservas a mayor velocidad y menores resultados en la polinización.

Un clima de bruscas alteraciones también repercute negativamente en los procesos reproductivos y de distribución de algunos animales como aves o peces. Y pone en peligro vegetación y fauna.

Fuentes: NASA (GISS Surface Temperature Analysis) y BID Los datos toman como referencia el promedio de la temperatura en la superficie (tierra y océanos) del Planeta.

Alimentos bajo la lupa

Pan, café, cacao podrían desaparecer de nuestra mesa si se agudizan las actuales alteraciones del clima. No por su extinción, sino porque la reducción de sus rendimientos incrementen sus precios de tal modo que terminen siendo productos de lujo. Vayamos por partes.

Trigo

Para los especialistas, es uno de los cereales que enfrenta un serio peligro global por el cambio climático. Producto básico en la dieta actual de los humanos, proporciona un 20% de las calorías consumidas a nivel global y su comercio mundial representa el del arroz y maíz sumados.

En un estudio publicado en la revista Science Advances, científicos del Global Change Research Institute (R.Checa) y la Universidad de Arkansas (EEUU) advierten que el 60% de las áreas cultivadas hoy con trigo en todo el mundo pueden sufrir severas pérdidas a fines del siglo, si no se logra reducir el impacto climático.

Si bien es cierto que el trigo requiere es capaz de soportar condiciones de restricción hídrica, su desarrollo eficiente requiere de disponibilidad de agua. Según el estudio, en la actual situación climática, casi el 15% de las áreas de cultivo de trigo corren el riesgo de  sequías graves.

Si lográramos mantener el aumento de la temperatura global en torno a 2° C, casi el 30% de las áreas de producción de trigo en el mundo quedarían expuestas a sequías simultáneas, entre 2040 y 2070. Y a finales de siglo, el impacto alcanzaría al 60%, lo que generaría una enorme conmoción sobre el precio de alimentos vinculados estrechamente al trigo.

Miroslav Trnka, científico principal del Global Change Research Institute y profesor de la Universidad de Mendel, y Song Feng de la Universidad de Arkansas –autores principales del estudio–desarrollaron un método para cuantificar de forma simultánea en el área de cultivo de trigo en todo el mundo, la escasez severa de agua, y calcular las probabilidades de eventos agudos, múltiples o secuenciales de escasez para la actualidad y a futuro.

Melbourne, escogida desde 2011 como la mejor ciudad del mundo para vivir, mediante su Estrategia Forestal Urbana alentó a sus ciudadanos a incrementar sus zonas verdes. Hoy superan los 75.000 árboles, registrados en una base de datos central (Urban Forest Visual). Los ciudadanos pueden adoptar un árbol, darle un nombre, seguir su crecimiento, la cantidad de emisiones de carbono que compensan y compartir estos datos a través de sus redes sociales. Se espera que los árboles que hoy cubren un 22% de la superficie de la ciudad, aumente al 40% para el 2040.

Un informe de la consultora británica de estrategia y riesgos Verisk Maplecroft, que analiza los principales riesgos políticos, económicos, sociales y ambientales que afectan a los negocios e inversiones globales, advierte que los efectos del cambio climático constituyen el mayor riesgo para muchas áreas urbanas. Las mayores dificultades las soportarán aquellas que muestran mayores tasas de crecimiento. Más del 90% de esas ciudades están en Asia y África. Mega-ciudades como Lagos (Nigeria), Jakarta (Indonesia) o Kinshasa (RD del Congo) y otras 85 áreas urbanas de rápido crecimiento enfrentan –según la consultora– un “riesgo extremo” frente a las consecuencias del cambio climático.

El cuarto desafío es la generación de una nueva movilidad. La necesidad de reducir drásticamente el uso de vehículos alimentados a combustibles fósiles para mitigar las consecuencias del cambio climático, modificará el paradigma actual de ciudades construidas en función del automóvil y disparará un uso más intensivo de un transporte público no contaminante y una expansión –ya visible en algunas ciudades– de bicicletas o híbridos eléctricos inteligentes, como la rueda Copenhagen diseñada en el MIT, que transforma cualquier bicicleta en un vehículo eléctrico con 50 kms de autonomía por carga y una velocidad máxima de 25 km/hora y a la que la ciudad de Copenhague, paradigma global de la movilidad urbana sostenible, apostó hace una década. O los nuevos modelos Flyon, que sorprendieron en el Eurobike 2019.

Y un quinto desafío provendrá de la necesidad de las ciudades de contribuir a su propio abastecimiento alimentario. Las restricciones climáticas sobre las cosechas, la urgencia de una logística más sostenible, el incremento de la población urbana y las exigencias de una alimentación más saludable, impondrán formas más eficientes de cultivar y recibir alimentos y una expansión de la agricultura urbana.

Los expertos advierten que, en los próximos 30 años, la producción mundial de trigo podría reducirse hasta en un 25%, lo que pone bajo la lupa el futuro de un alimento que constituye una de las fuentes básicas de calorías.

A ello se agrega que recientes estudios muestran que, en el trigo y otros cereales, como arroz, sorgo o maíz –parte esencial de la alimentación humana– se registran pérdidas de nutrientes, propiedades han ido decreciendo por el aumento de CO2 en el ambiente.

La exposición a niveles elevados de CO2 provoca que los alimentos no contengan los mismos nutrientes y su composición química se vea afectada, dejándolo carente de sus propiedades más importantes. Lewis Ziska profesor de Ciencias de la Salud Ambiental (Universidad de Columbia, EEUU) señala que “cuando estudiamos la seguridad alimentaria, frecuentemente nos hemos centrado en cómo el cambio climático podría afectar la producción de cultivos. Pero la calidad de esos cultivos y su contenido nutricional puede ser igualmente importante, y eso no siempre ha recibido el escrutinio minucioso que merece”.

Café

La temperatura y las lluvias son los elementos más importantes para la producción y el rendimiento del café. Las dos especies principales (arábica y robusta) provienen de esos entornos y constituyen casi el 99% de la producción mundial.

La especie arábica proviene del ambiente fresco y sombrío de los bosques montañosos de Etiopía, con una  sola estación seca en los meses de invierno. Para esta especie, la temperatura óptima fluctúa entre 15° y 24°C y por encima de esos valores se produce un impacto negativo en rendimiento y calidad. Aunque requiere precipitaciones de entre 1.500-2.000 mm/p.a., la irrigación permite compensarlo cuando hay disponibilidad de agua.

En tanto, el Robusta proviene del África Ecuatorial, especialmente de los bosques de la cuenca del río Congo y de la región próxima al lago Victoria en Uganda, es decir en tierras bajas, hasta unos 800 metros. Requiere abundantes lluvias muy distribuidas (unos 2.000 mm/año), con temperaturas de 22° a 26°C y es menos resistente a extremos térmicos.

La producción de café impacta sobre países en vías de desarrollo. Los principales productores mundiales son Brasil, Vietnam, Colombia, Indonesia, Honduras, Etiopía, India, Uganda, Perú y México. Latinoamérica con un territorio privilegiado para el cultivo de calidad, tiene 14 millones de personas que trabajan alrededor del café.

Peter Baker y Jeremy Haggar en “Calentamiento Global; Impacto sobre el café mundial” señalan problemas de rendimiento, calidad, irrigación y sanidad en un contexto de calentamiento global. A mayor temperatura, el café madura más rápidamente y provoca una calidad inferior.

Lo mismo sucede con el rendimiento: Si ocurren fenómenos climáticos como temperaturas muy elevadas durante los períodos cruciales para la vida del cultivo, la floración o asentamiento de los frutos, el rendimiento se verá comprometido, en  especial, si además se produce poca precipitación”. 

Las temperaturas elevadas están favoreciendo además la proliferación de ciertas enfermedades, incluso en regiones ‘limpias’. Las investigaciones demuestran que la incidencia de enfermedades aumentan a medida que la temperatura sube.

Un estudio del Instituto de Climatología de Australia, señala que “el aumento de las temperaturas, la falta de precipitaciones y los fenómenos climáticos extremos podrían ir erosionando progresivamente la calidad del café y, en consecuencia, aumentando los precios” y provocar la desaparición del café en el 2080. Para los investigadores del Real Jardín Botánico de Kew (Reino Unido), el 60% de las especies de café están amenazadas, bajo los criterios de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Y se prevé que el aumento global de temperatura provoque una reducción considerable de la superficie apta para posible cultivar café, hasta un 50% del total en los próximos 30 años. 

A semejante escenario se suma un creciente consumo desde los mercados asiáticos, lo que generó un proceso de fluctuación de precios que favoreció la concentración de la industria en pocas manos y la ruina y desplazamiento de los pequeños productores.

El empobrecimiento de éstos y el deterioro de los rindes es una de las causas de la emigración centroamericana. Países como Honduras, Guatemala o El Salvador viven horas dramáticas alrededor del cultivo que fue su modo de subsistencia durante décadas. Cambio climático, plagas y el precio del café sometido a la especulación del mercado internacional están conformando una tormenta perfecta sobre  millones de pequeños productores y sus familias.

Niños recolectando café en El Salvador.

Guatemala, por ejemplo, es la mayor fuente de migrantes que intentan ingresar a EEUU. Más de 211.000 guatemaltecos fueron detenidos en la frontera entre octubre 2018 y mayo 2019. Desde 2015, la caída del precio del café fue constante. Pasó u$s 2.20 por libra a u$s 0,86, un descenso del 60%!!!.

Cacao

Con el cacao sucede algo parecido al panorama que muestra el café. Sus principales productores (Costa de Marfil, Ghana, Indonesia, Nigeria, Camerún, Brasil, Ecuador y Malasia) pertenecen a países en vías de desarrollo. El deterioro de las condiciones climáticas de su cultivo puede producir graves consecuencias sociales: el 90% de la producción de chocolate depende de pequeñas granjas en manos de familias de cultivadores que dependen de su producción para sobrevivir.

Pero el calentamiento global también podría llevar al mundo a enfrentar a una escasez de chocolate. Costa de Marfil, uno de los mayores productores, sufre un proceso de deforestación que agudiza las condiciones de temperatura estable y alta humedad que el cacao necesita para desarrollarse.

El tropical cacao (“alimento de los dioses”), procede de tres grandes regiones: África (69%), Sudeste Asiático (18%) y América Latina (13%), con tres tipos de variedades (Forastero, 80%; Criollo, 3 a 5%; y Trinitario, 15%). Necesita condiciones muy específicas y difíciles de encontrar: temperaturas uniformes, lluvia abundante, suficiente sombra, suelos ricos en nitrógeno, protección contra el viento y terrenos montañosos.

El cambio climático ha desordenado todas esas variables y los expertos prevén que, en el 2050  la producción de chocolate puede verse severamente reducida. Con temperaturas demasiado altas en la mayor parte de los trópicos y cambiante en otras regiones, con ciclos de sequías e inundaciones, el área de cultivo del cacao está en jaque.

Un estudio de la Universidad de California, plantea que el cacao podría transformarse en un producto de lujo en la próxima década y desaparecer en 2050, si no se modifican las variables climáticas y el modelo de explotación, que está acabando con su ecosistema.

Costa de Marfil, principal productor mundial de cacao (15%) perdió gran parte de sus bosques en los últimos 50 años a causa de la producción masiva de este alimento y la deforestación impulsada por la industria del cacao. En 1900, la cubierta forestal era del 50% de su territorio; en 2015 menos de 12%. Lo mismo sucedió con el resto de los grandes productores: Ghana, Brasil, Perú, Camerún o Indonesia se han visto afectados por la misma situación.

Ahora, la nación de África Occidental busca con razón proteger sus bosques remanentes y se propone plantar un millón de árboles en 2020, una cifra absolutamente exigua para frenar la actual situación.

Los países productores de cacao se enfrentan, en un futuro muy próximo, a decidir entre cultivar cacao con mayores dificultades para satisfacer la demanda global o utilizar los terrenos para otras necesidades y desplazar las zonas de cultivo actuales a áreas montañosas protegidas.

La presión de un altísimo consumo constituye una amenaza acerca del precio futuro de este alimento. Sólo 4 países (Alemania, Bélgica, Suiza y Reino Unido) consumen cada año 1,8 millones de toneladas de chocolate, con un consumo por persona más de 10 kgs de chocolate al año por habitante.

El mercado global del cacao está en manos de grandes conglomerados. El 60% del procesamiento de cacao mundial está en manos de tres empresas: Barry Callebaut, Cargill y Olam, que proveen a las grandes marcas que dominan el consumo: Mars, Nestlé, Grupo Ferrero, Meiji, Hershey, Lindt y Arcor.

Algo se mueve…

Ghana y Costa de Marfil, que representan más del 60% de la producción mundial de cacao, se han rebelado contra esas grandes industrias y a principios de enero de 2020, han conformado una especie de cartel del cacao para lograr mejores precios de la materia prima.

La industria del cacao y el chocolate mueve más de u$s 90.000 millones anuales, pero los agricultores de África cobran u$s  2,50 diarios y poco más los centroamericanos.

Las buenas noticias vienen, una vez más, de la mano de los científicos, que consideran que es posible adaptar los cultivos de cacao al cambio climático. Modificando genéticamente las plantas para que se hagan resistentes a la sequía; plantando en las selvas tropicales  árboles más altos para que los cultivos de cacao tengan más sombra y reducir la evaporación; trasladando cultivos a mayor altura sobre el nivel del mar; o retornando al  método tradicional conocido como cabruca.

Este es un método tradicional de Brasil, creado en el sur de Bahía hace más de 200 años. Consiste en replantar o retener otros árboles de la selva tropical para que permitan disminuir la evapotranspiración y la temperatura, evitando la erosión del suelo. Las plantas cultivadas por este método son menos proclives a las plagas y generan una mayor retención de CO2, lo que lo hace compatible con la lucha contra el cambio climático.

Por su parte, el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), la World Cocoa Foundation (WCF) y Rikolto realizan estudios sobre opciones de adaptación y mitigación en diferentes territorios cacaoteros de Centroamérica y el Caribe. Entre sus resultados, distinguen zonas de pérdida de idoneidad en la costa Pacífica de El Salvador y Guatemala e impactos en el centro y norte de Nicaragua; mientras que en República Dominicana se evidencian grandes áreas que requerirían pocos ajustes y un área significativa donde habría oportunidades para expandir el cultivo de cacao.

Aún es posible revertir el cambio climático y evitar que productos básicos para nuestra alimentación se vean en riesgo de extinción o de una drástica reducción. No se trata sólo de pan, cacao o café. Muchos otros alimentos están bajo la lupa de los investigadores.

Es necesario que los gobiernos afronten con decisión, medidas profundas que permitan frenar el calentamiento global y dejar de ‘ganar tiempo’. Es posible un futuro mejor para nosotros y las próximas generaciones. Requiere coraje político y conciencia de adonde nos conduciría la actual codicia.