El consumo mundial de aguacate se ha elevado a 5.000 millones de kilogramos al año

JUN 2020

Rico en grasas saludables, los aguacates nos generan saciedad y ayudan a bajar de peso. Son buenos para el corazón. Reducen el colesterol. Su alto porcentaje de ácido fólico los hace recomendables para  embarazadas. Disminuyen la hipertensión y las probabilidades de padecer cáncer de colon, cuello uterino o mama. Si algo les faltaba: son un potente antioxidante antivejez y un suplemento alternativo para las exigentes actividades deportivas.

Son ciertas esas propiedades? En principio, sí. En distintos grados y medidas. Pero todas esas virtudes parecieran no solo las recomendaciones de un nutricionista sino el compendio de tips de un marketing arrasador. Responden a cada una de las preocupaciones cotidianas de los seres humanos, cada vez más interesados en una vida sana. Belleza y delgadez, actividad deportiva, salud arterial, han permitido que este delicioso fruto quedara asociado a esa tendencia global.

El resultado ha sido sensacional. Al punto de convertirse en una de las frutas más utilizadas en la gastronomía de los cinco continentes. Los números lo verifican.

Datos duros

Cada año se consumen unos 5.000 millones de kgs de aguacate en todo el mundo. La conjunción de beneficios –que también poseen otros alimentos– potenciados por un extraordinario marketing comercial, dispararon su demanda en Estados Unidos, Europa y China. Solo entre 2016 y 2017, la demanda de aguacate creció un 350%. En tan solo 10 años, la importación mundial de aguacate se incrementó un 172%.

En EEUU, el consumo de aguacate o palta ha aumentado un 443% en los últimos 20 años, con una significativa incidencia sobre el mercado a nivel global, al ser el principal consumidor mundial. Las expectativas de crecimiento del aguacate en los mercados internacionales prevén 7,6 millones de toneladas para 2025.

En China, el país más poblado del Planeta, el aguacate también se ha puesto de moda. Su importación que en 2011 ascendía a solo 31 toneladas, en 2019 había superado las 48.000 tn., con un fuerte impacto sobre la producción global y los territorios donde se cultiva.

Cada año se consumen unos 5.000 millones de kgs de aguacate en todo el mundo .

Lo mismo ha sucedido en Europa: las importaciones de este alimento en la Unión Europea se han multiplicado por cinco en la última década entre 2000 y 2017. Hoy ronda en las 600.000 toneladas y se espera que en 2022 supere el millón de toneladas. Los Países Bajos son el principal consumidor europeo pero también en Francia, Reino Unido, España y Alemania el crecimiento de la demanda se dispara. Los principales suministradores del mercado europeo son Perú y Chile, seguidos de Sudáfrica, México, Israel, Kenia y Colombia.

Aunque se produce en más de medio centenar de países, los principales productores son: México, Chile, República Dominicana, Indonesia, Perú, Colombia, Brasil y EEUU, que en conjunto aportan más del 80 % de la producción mundial. México, con una tercera parte de esa producción, destaca como el principal país productor, consumidor y exportador de aguacate.

Originario de Centroamérica, varios países de América latina tienen una fuerte presencia en su producción:

América latina tiene una presencia mayoritaria (70%) en la producción mundial de aguacates.

Las importaciones mundiales han crecido muy rápido, con una tasa de crecimiento anual del 18% en los últimos cinco años. Más de la mitad (55%) dirigidas a EEUU, Países Bajos y Francia. También Alemania, España, Japón y China son fuertes compradores.

Estados Unidos y la Unión Europea, donde la disponibilidad anual per cápita en 2018 alcanzó los 3.1 kg y 1.2 kg, respectivamente.

El lado oscuro del aguacate

Pero aquellos beneficios para la salud tan publicitados por un marketing comercial interesado en el crecimiento de otros ‘beneficios’, en este caso económicos, ocultan una dura realidad: la producción de aguacate tiene enormes costes ambientales que en general se desconocen.

México es un buen ejemplo de ello. El incremento del consumo de aguacate a nivel mundial ha multiplicado el área sembrada, con inversores atraídos por el “oro verde”. El Estado de Michoacán produce el 80% de los aguacates de México y el 50% de la producción mundial y su economía está condicionada hoy por los u$s 2.500 millones de dólares anuales que supone el cultivo del fruto.

Pero la “fiebre del oro verde” no se ha limitado a Michoacán. Jalisco y el Estado de México son otros de los estados donde se produce la mayoría del aguacate del país. En la última década, el número de plantaciones de aguacate ha incrementado 162% en Michoacán, 511% en el estado de México y cerca de 1001% en Jalisco.

Al igual que otros cultivos tropicales (café, aceite de palma, etc) la producción de aguacate impone su condición de monocultivo, lo que provoca una drástica transformación del medio natural. Puede parecer una inversión atractiva en términos económicos pero su  impacto ambiental es gravísimo.

Su condición de monocultivo provoca una drástica transformación del medio natural.

Su implantación requiere ocupar territorios y esperar varios años antes de entrar en producción de grandes volúmenes. Ya en se período inicial las consecuencias ambientales son severas. Su desarrollo requiere  eliminar cualquier competencia natural, es decir que no puede coexistir con la flora del lugar donde se implanta, lo que impulsa la deforestación.

Según un informe de Global Forest Watch –una aplicación web de código abierto para monitorear bosques globales casi en tiempo real creada en 2014 por el  World Resources Institute– los bosques mexicanos están retrocediendo rápidamente por la acción de los productores de aguacate. La situación es especialmente grave teniendo en cuenta que Michoacán es un “punto caliente” de la biodiversidad del país. La deforestación en ese Estado suma entre 6.000 y 8.000 has anuales solo por el aguacate.

A la multiplicación de plantaciones se suma la complicidad de las autoridades del país en combatir las plantaciones ilegales. En 2017, 96% de las inspecciones de CUSTF (Cambio de Uso de Suelo en Terrenos Forestales) en varios Estados resultaron positivas en el descubrimiento de plantaciones ilegales de aguacate y, sin embargo, no se impusieron penas pese  a que algunas estaban en áreas protegidas con especies en situación de extinción.

La misma situación se repite en los demás países productores. El crecimiento global de la demanda ha multiplicado la producción extensiva de aguacate. La gigantesca demanda de esta fruta ha destruido áreas de vida silvestre y en varios países incendiado bosques o tierras protegidas para lograr una recalificación de suelos que habilitara a plantar aguacates.

Sorprende que la ciudadanía de países con una alta conciencia ambiental –por ejemplo, algunos integrantes de la UE– incremente año a año el consumo de aguacate sin considerar el daño ambiental que producen. Costes y perjuicios para la naturaleza y para los habitantes de los países productores muchas veces irreparables.

El infierno verde

Cuando la producción ya está en fase industrial, el aguacate  arrasa con todos los nutrientes del suelo, por lo que obliga al aporte de abonos químicos. Pero el daño no concluye allí: su producción consume enormes volúmenes de agua, transformando la realidad hídrica de algunos territorios en un verdadero “infierno verde”.

Estudios realizados en el Instituto de Investigaciones sobre Recursos Naturales (Inirena) de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo se estableció que “una hectárea de aguacate con 156 árboles consume 1.6 veces más que la de bosque con 677 árboles por hectárea”.

Según datos de Water Footprint Network se necesitan 2.000 litros de agua para producir un kilo de aguacates. Es decir, cuatro veces más que un kilo de naranjas y diez veces más que los tomates. Aunque la Organización Mundial del Aguacate (WAO) que reúne a los grandes productores, sostiene que la industria está reduciendo la huella hídrica y que las constantes mejoras y avances en el cultivo del aguacate, han llevado esa cantidad a los 600/1000 litros por kilo, lo cierto es que, aún con esos números, “una hectárea de aguacates necesita la misma cantidad de agua cada día que la que consumiría una población de 1.000 personas”.

Manuel Ochoa Ayala, académico mexicano de Michoacán, investigador en la Universidad de California-Berkeley, en un interesante artículo publicado por el Foro Económico Mundial el pasado mes de marzo, describe de manera contundente el impacto de una producción descontrolada: “Diariamente se utilizan en torno a 9.500 millones de litros de agua para producir aguacates –el equivalente a 3.800 piscinas olímpicas–, lo que exige una extracción masiva de agua de los acuíferos de Michoacán. La excesiva extracción de agua de estos acuíferos está teniendo consecuencias imprevistas, como que se están produciendo pequeños terremotos. Desde el 5 de enero al 15 de febrero se registraron 3.247 movimientos sísmicos en el municipio de Uruapan y los alrededores, la zona de producción de aguacate más importante del mundo. Según las autoridades locales, la extracción de agua asociada al aguacate ha abierto grutas subterráneas que podrían ser las causantes de estos movimientos”.(VerEl aguacate: el ‘oro verde’ que provoca estragos ambientales”, 10 marzo 2020, Foro Económico Mundial).

Ochoa Ayala pone de manifiesto las múltiples contribuciones del aguacate al calentamiento global y al cambio climático: “Actualmente la zona de producción de Michoacán ha experimentado un aumento de las temperaturas y de los aguaceros impredecibles” y recuerda que estudios realizados en el Campus Morelia de la Universidad Autónoma Nacional de su país “detectaron una nueva tendencia en el estado al aumento de la sequía y las temperaturas, con una intensidad menor de las estaciones frías, necesarias para mantener el equilibrio ambiental, y una ampliación de las estaciones cálidas extremas, con un aumento de las cifras irregulares de lluvias y ciclones más intensos”.

La situación en Chile, uno de los importantes productores a nivel mundial, es semejante. Regiones enteras de este país, como la provincia de Petorca, empiezan a percibir los efectos nocivos de la sobreexplotación: los ríos y reservas de agua subterránea se están secando o directamente han desaparecido, provocando una gravísima sequía en la región. (Ver Más Azul n°6, marzo 20, “Chile una segunda Australia”).

La región de Petorca es la principal productora chilena de aguacates o paltas, como se conocen en el país. Allí las empresas también eliminaron bosque nativo para alojar sus plantaciones y extrajeron agua de las napas subterráneas de los dos ríos: Petorca y Ligua. La extracción fue de tal magnitud  que ambos se han secado y en 2012, la cuenca fue declarada “zona de escasez hídrica”.

Reservorios de agua para una plantación que arrasa con los acuíferos de Chile.

En Chile, el 8% de la población (casi 1,5 millones de personas) vive hoy sin agua potable. El modelo agroexportador chileno no solo ha arrasado con el paisaje y los suelos, sino con la vida misma de los  campesinos. Lo expresa dolorosamente uno de ellos: “Nos hemos quedado, por falta de agua, sin animales, sin poder producir alimentos, sin nada. Cuando alguien consuma en el mundo un palto me gustaría que sepan los sacrificios que eso nos cuesta a nosotros”. 

El agua en Chile fue privatizada durante la dictadura de Pinochet y nunca se modificaron esas condiciones. Ante la emergencia hídrica, autoridades y empresarios agrícolas tratan de atribuir la sequía solo al cambio climático global, escondiendo el aporte que a esa carencia de agua hacen la privatización del recurso y cultivos como el aguacate, como denuncian los habitantes de Petorca.

Los impactos ambientales se reproducen en todos los países productores, aunque en menor medida en aquellos, como Colombia e Indonesia, donde el régimen de lluvias permite reducir el excesivo consumo de agua, aunque sin evitar el resto de las variables negativas de la producción industrial del aguacate.

Qué hacer?

Varias cosas… Lo primero: repensar de forma urgente que el consumo de alimentos debe estar vinculado a la producción de cercanía para reducir su huella de carbono. Y que el consumidor tenga en claro el origen de los alimentos que consume y las consecuencias ambientales de su producción.

La conciencia sobre el impacto ambiental de lo que consumimos es el primer paso para reducir el impacto climático de nuestros alimentos. Con la carne ya hay parte de ese trabajo hecho. Ahora se trata de tomar conciencia de que no es solo la carne la que genera daños ambientales.

No es posible ni deseable terminar con la producción de un alimento como el aguacate, que hoy significa una actividad económica pujante, que aporta miles de millones de dólares a países y comunidades y que se convirtió para algunos de ellos en una fuente extraordinaria de recursos.

Pero tampoco parece la solución más apropiada, sostener un cultivo intensivo de dimensiones crecientes, que implica deterioros ambientales severos –pérdida de biodiversidad, degradación pronunciada de los suelos, carencia hídrica– y que contribuye a extremar las condiciones climáticas, cuando enfrentamos una lucha de todos, para revertir una catástrofe ambiental que hemos estado alimentando durante los últimos 200 años.

Un segundo aspecto de lo que hay que hacer pertenece al ámbito de los gobiernos que deben garantizar que ningún cultivo que llegue a nuestra manos implique deforestación, deterioro de los acuíferos, ocupación de áreas protegidas, etc. No es tolerable que el consumo en un país incorpore productos que están significando la destrucción de las condiciones ambientales de otro.

Una tercera acción significativa proviene de replantearnos nuestra dieta y nuestro estilo de vida. ¿Porqué consumir productos –por más saludables que sean– que están destruyendo el Planeta en el que vivimos? ¿Es necesario que comamos caprichosamente productos que la naturaleza se niega a producir en donde vivimos o que son a contraestación e implican miles de kilómetros en barcos, camiones y trenes contaminando todo?

Es lo que preocupa a un especialista en alimentos como el chef irlandés JP McMahon, ganador de una estrella Michelin y uno de los primeros en calificar al aguacate no como “oro verde” sino como un nuevo “diamante de sangre”: ¿De verdad necesitamos aguacates todo el año? Tenemos que empezar a pensar de dónde vienen los alimentos. Lo que es bueno en un país puede no funcionar en otro… Me impactó el hecho de que no asociemos el aguacate con el cambio climático o la deforestación porque es un símbolo de la salud en el mundo occidental”.

Por ese motivó resolvió dejar de servir la preciada fruta en sus restaurantes Cava and Eat y Aniar en Galway, en la costa oeste irlandesa. Otros le siguieron. Nosotros podemos hacerlo.