Cubren más del 70% de la superficie de la Tierra y el 90% de la biosfera y proporcionan entre el 50 y el 80% del oxígeno del planeta. La vida de los seres humanos depende de los océanos. Desempeñan un papel catalizador en el surgimiento de la vida y sin ellos, la vida en la tierra no existiría. La bióloga marina y pionera de la lucha medioambiental Rachel Carsen hablaba del mar como “esa gran madre de vida”.
Los océanos moderan la temperatura del planeta y son una fuente clave del oxígeno que necesitamos para sobrevivir. Tenemos con ellos una relación simbiótica porque de allí venimos.
Pero están en peligro. A lo largo de la Revolución Industrial, la profunda conexión entre nosotros y el mar se ha quebrado. Una grave degradación y pérdida de biodiversidad en nuestros ecosistemas oceánicos es la consecuencia de esa ruptura, que sufren ahora contaminación química y plástica, sobrepesca y las consecuencias de un desordenado desarrollo urbano costero.
“Es una ironía que el mar, del que surgió la vida por primera vez, esté siendo amenazado ahora por las actividades de una de esas formas de vida: nosotros”. R. Carsen
Los océanos se están calentando a un ritmo más rápido de lo previsto, tal como lo señala el último Informe del IPCC, de septiembre pasado. “Aunque la criosfera (las regiones heladas de la Tierra) y los océanos –advierte Lijing Cheng, oceonógrafa de la Academia china de las Ciencias y una de las principales autoras del informe– parezcan encontrarse lejos de la mayoría de los humanos, están unidos a nosotros (…) La conclusión más importante es que ambos sistemas se están transformando con bastante rapidez y eso tiene ya consecuencias serias sobre la gente”.
La velocidad del calentamiento del mar se ha duplicado desde 1993; océanos más calientes entrañan el riesgo de que se generen consecuencias “más severas” para la naturaleza y los ecosistemas costeros; la subida del nivel del mar se ha acelerado por la pérdida de hielo en Groenlandia y la Antártida; el hielo y los océanos están absorbiendo lo peor del cambio climático. La acidificación, el calentamiento de las aguas, la pérdida de oxígeno y los cambios en el suministro de nutrientes están afectando la abundancia de la vida marina.
Los deshechos de plástico matan un millón de pájaros y unos 100.000 mamíferos marinos al año y se estima que el 80% de la polución marina procede de actividades humanas realizadas en tierra.
Son algunas de las conclusiones del Informe, a lo que deberíamos agregar que, según estudios de la Universidad de Princeton y el Instituto de Oceanografía Scripps de la Universidad de California (San Diego), océanos del mundo han absorbido cada año una cantidad de energía del calor 150 veces mayor que la energía que los humanos producimos anualmente como electricidad.
Protegerlo de las consecuencias del cambio climático es además proteger una de nuestras fuentes alimentarias más importantes. Según Naciones Unidas, la pesca y la acuicultura sustentan los medios de vida del 10% al 12% de la población mundial. Como lo indican las tendencias demográficas actuales, ese porcentaje deberá crecer significativamente, ya que el mundo necesitará duplicar la producción de alimentos para 2050 y los océanos serán un acto decisivo para atender esa demanda.
El futuro de la fauna marina depende en buena medida de terminar con los subsidios que algunos países otorgan a su industria y que está arrasando nuestros océanos. Las reservas mundiales de peces que alimentan a cientos de millones de personas están disminuyendo y un grupo de países se resiste a prohibir los subsidios gubernamentales que alimentan la sobrepesca e incluso la pesca ilegal.
La comisaria de Comercio de la UE, Cecilia Malmström, atribuyó en su momento los magros resultados de las negociaciones al “comportamiento destructivo de varios países grandes” y se quejó que “los miembros ni siquiera pueden acordar dejar de subsidiar a la pesca ilegal. Es horrible”.
Una investigación realizada sobre 152 países, por un equipo de científicos de la Universidad de British Columbia demuestra que varias naciones con costas oceánicas gastaron unos u$s 22.000 millones en “subsidios dañinos” (promueven la sobrepesca y la pesca ilegal), lo que equivale al 63% del total del apoyo a la industria pesquera mundial. Es decir que los gobiernos han incrementado su apoyo financiero a las prácticas de pesca que diezman la vida marina, pese a las promesas públicas de reducir esos apoyos.
La Unión Europea (UE) que declama su defensa de políticas sostenibles, restauró los subsidios para expandir su flota pesquera y ya representa el 11% de los subsidios mundiales con u$s 2.000 millones en “subsidios dañinos” (2018). Éstos pueden incluir combustibles baratos, que permiten navegar a puntos más alejados de los océanos; beneficios sobre la pesca de determinadas especies que de otro modo no serían rentables o contribuciones para ampliar la flota pesquera.
La pesca en alta mar, una actividad poco regulada y de difícil control, es la que provoca los mayores deterioros a los ecosistemas marinos. Está en manos de seis o siete países, que son los que otorgan los subsidios más altos a sus flotas pesqueras en los mares internacionales.
Japón, España, China, Corea del Sur, Taiwán, EEUU y Rusia encabezan esa lista de naciones que están dañando los ecosistemas marinos y sobreexplotando los recursos pesqueros en el mundo. Si se agrega Indonesia, son los responsables del 85% de la sobrepesca y pesca ilegal del mundo. Solo China, Taiwán y Rusia, pescan más de la mitad de lo que se extrae en alta mar.
China, que opera la flota pesquera más grande del mundo, ha aumentado los “subsidios dañinos” en un 105% en los últimos 10 años. Redujo en un 73% los subsidios beneficiosos pero duplicó los “dañinos”, como los orientados a los combustibles o a la construcción de embarcaciones, que alcanzan los u$s 7.000 millones. Para este año, prometió limitar su flota en el extranjero a 3.000 buques y reducir los subsidios al combustible.
Los subsidios globales superan los u$s 35.000 millones anuales. Como señala Enric Sala, investigador de National Geographic: “La pesca de altamar no rentable sin subsidios se transformaba en pesca rentable con subsidios”. Sin la ayuda de sus gobiernos, la pesca industrial de estos países en altamar no sería viable. Sala señala algo más grave: las ganancias de la actividad pesquera en altamar no cubrirían los costos, lo que revelaría que la ganancia de la pesca en alta mar resulta de la explotación de más recursos pesqueros de los que declaran a las autoridades marítimas y por tanto, constituye pesca ilegal.
Científicos marinos y expertos en la industria de la pesca insisten en prohibir los “subsidios dañinos”. La población de peces está cayendo drásticamente en todos océanos del mundo y de mantenerse las actuales condiciones, la industria pesquera podría terminar con la fauna marina.
Un tercio de los peces se pescan actualmente a niveles biológicamente insostenibles. Según FAO, el 90% está al máximo de su explotación. La población de atún rojo del Pacífico ha caído un 97% en comparación con sus niveles históricos debido a la pesca descontrolada.
El propio Director General de la OMC, Roberto Azevêdo lo reconoce: “No hay duda de que muchas poblaciones de peces están desapareciendo y que el financiamiento estatal ilimitado para la pesca puede dañar nuestros océanos”.
Un tercer problema que aportó al deterioro de los océanos fue el creciente y desordenado desarrollo urbano de las costas marinas. La proliferación de urbanizaciones turísticas, la expansión de las ciudades costeras, los residuos de la actividad urbana que terminan en el mar, están contribuyendo al acelerado deterioro de los océanos.
A ello se suman las gigantescas cadenas hoteleras que destruyen –como sucede en México y el Caribe– los manglares para poner sus marinas y abrir la playa a sus clientes, a expensas del delicado ecosistema que protege a la playa de la erosión, y la ausencia de acciones de morigeración para controlar el alza del nivel del mar que provoca el cambio climático.
No cabe duda que las zonas costeras son atractivas para recrearse o vivir. Así han sido empleadas históricamente. Pero en la actualidad, muchas áreas del mundo en vías de desarrollo contemplan un desarrollo caótico de sus poblaciones urbanas en las costas, que se expanden rápidamente, empujadas por sus altas tasas de crecimiento demográfico. Con consecuencias severas y muchas veces irreversibles sobre el entorno.
Si consideramos que además se incorporan actividades económicas importantes como el turismo, la producción industrial y el comercio internacional, los impactos ambientales negativos sobre los océanos son enormes.
Gracias a la tecnología se han logrado nuevos métodos y estrategias de protección más eficaces.
En 2019 comenzó la que puede considerarse la “limpieza de océanos más grande del mundo”. La ONG Ocean Cleanup, fundada en 2013, a los 18 años, por el inventor holandés Boyan Slat, con la misión de desarrollar “tecnologías avanzadas para eliminar los plásticos de todo el mundo”, ha iniciado un ambicioso proyecto para retirar 1.800 millones de objetos de plástico que conforman el “Gran Parche de Basura del Pacífico”, la isla de basura más grande en los océanos.
Ocean Cleanup desarrolló un método de limpieza pasiva (pequeñas barreras flotantes que contienen los plásticos y los arrastra hasta tierra firme), utilizando las fuerzas oceánicas naturales para limpiar de manera rápida y rentable el plástico que ya se encuentra en los océanos. Con una flota completa de sistemas de limpieza en el Gran Parche de Basura del Pacífico, su objetivo es limpiar el 50% de su plástico en cinco años.
Si se usaran métodos convencionales (embarcaciones y redes) la limpieza tardaría cientos de años y miles de millones de dólares. La ONG invertirá 20 millones de dólares y el plástico recolectado será reutilizado o reciclado por Ocean Cleanup.
Pero la limpieza de los océanos no sólo es protagonista de grandes proyectos. En Togo, la comunidad tradicional de pescadores y grupos de ciudadanos se movilizaron para enfrentar la contaminación marina, algo que se multiplica en otras partes del Planeta.