Como hemos reiterado en Mas Azul en ediciones anteriores, el Planeta soporta enormes amenazas generadas por la actividad industrial de los últimos dos siglos, que ponen en riesgo distintos ecosistemas y a su vez, la vida humana tal como la conocemos.
A la situación de extrema preocupación que vive en la Antártida, alcanzando temperaturas récord el verano pasado y la acelerada fusión que ocurre con el hielo ártico, se suma la situación de los glaciares de los Andes, cuya supervivencia hoy está en riesgo. Sobre ellos queremos poner el acento en esta nota.
Los glaciares constituyen una de las mayores reservas de agua dulce del Planeta y un grupo de países de Sudamérica, atravesados por la cordillera de los Andes, cuentan con algunos de esos importantes reservorios.
Desde un punto de vista geológico, un glaciar es una gran masa de hielo comprimida, cuya existencia se remonta a miles de años, como consecuencia de la presencia ininterrumpida de nieve, cuya posterior compactación transformó en hielo. Constituyen el 10% de la superficie terrestre y los que se levantan en la región andina están en peligro.
Normalmente, y a excepción de ambos polos, los glaciares se ubican en las zonas de alta montaña, característica que los hace sensibles a las mínimas fluctuaciones climáticas. Una variación en la formación de hielo de un glaciar de un año a otro como consecuencia de cambios en las precipitaciones o la incidencia de la energía solar que absorben, repercute en una mayor o menor perdida de nieve y hielo, lo que se traduce en más agua y vapor.
La importancia de glaciares de los Andes radica en primer lugar en que, por su existencia milenaria, son buenos indicadores de largos procesos e ilustran la situación climática. Y por otra parte, no menos importante, son vitales en la hidrología de las cuencas altas de ríos y contribuyen a brindar recursos hídricos a todo el subcontinente sudamericano.
Estas grandes masas de hielo funcionan como amortiguadores en períodos de sequía, ya que en temporadas donde no nieva ni hay precipitaciones abundantes, la mayor parte del agua que abastece comunidades locales proviene del derretimiento glaciario.
Satya Tripathi, Subsecretario General de la ONU y jefe del Programa PNUMA en New York, sostiene que “los ecosistemas de montaña son cruciales para la vida de más de la mitad de la población mundial”. Dichos ecosistemas en el ámbito andino tienen a los glaciares como un componente esencial: son fuente de agua, energía, agricultura y otros bienes y servicios esenciales.
Tomando en cuenta la enorme superficie de Sudamérica, las diferencias regionales en los Andes son notables. La superficie cubierta por hielo en la Cordillera de los Andes alcanza unos 30.000 kms2. Un 75% del hielo está en territorio chileno, un 15% en Argentina y el 10% restante, distribuido en menor proporción entre Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia y Venezuela.
La extraordinaria concentración de hielo entre Chile y Argentina proviene de la existencia de los llamados Campos Continentales de Hielo Sur y Norte, donde allí se ubican, por ejemplo, el glaciar Pio XI (Chile) y el glaciar Viedma (Argentina), cada uno de los cuales ocupa unos 1.000 kms2.
Pero las diferencias no son solo en superficie de hielo, sino también en las características glaciarias. En los Andes tropicales, ubicados en el extremo norte de Sudamérica, los glaciares se ubican en montañas y en menor cantidad en valles. Precisamente en Colombia y Ecuador las grandes masas de hielo están asociadas a los volcanes.
En contraposición, en el extremo sur del continente, en Chile y Argentina, hay mayor diversidad en cuanto a la existencia de los glaciares, ya que pueden observarse tanto en montañas y valles, existiendo además glaciares de descarga.
Los Andes son la segunda cordillera más alta del mundo, después del Himalaya, con una altitud media de 4.000 m, aunque con picos que superan los 6.000 m. como el Aconcagua en Argentina (6.908 m). Los Andes abarcan tres grandes zonas climáticas: Andes tropicales, Andes secos y Andes húmedos.
Los primeros se extienden desde su punto más boreal en el Caribe hasta la frontera boliviana en el sur, con dos regiones bien diferenciadas. El norte tropical muy húmedo y expuesto a una baja variabilidad térmica estacional y el sur, más seco, con precipitaciones más frecuentes en los meses de verano.
Los Andes secos ocupan casi toda la zona occidental de Argentina y el centro de Chile. Tienen una parte desértica, desde la frontera norte de Chile hasta la cuenca del Choapa, con escasas precipitaciones y donde no existen glaciares sino algunos neveros permanentes, y una parte central más reducida con glaciares pequeños.
En cambio, los Andes húmedos al sur de Argentina y Chile hasta el Cabo de Hornos incluyen los Andes patagónicos, con multitud de glaciares, y el archipiélago subártico Tierra del Fuego.
Otra diferenciación entre esas regiones tiene que ver con la cercanía de poblados. En los Andes de Perú y Bolivia, hay mucha población en el área circundante de los glaciares, que utiliza los mismos como fuente directa de agua para beber, regar o generar electricidad. En Argentina y Chile, en cambio, las ciudades, poblados y zonas de cultivos se encuentran más alejadas, por lo que la dependencia de los glaciares es indirecta y menor.
Según el Atlas Andino de Glaciares y Agua, publicado por UNESCO y la fundación GRID-Arendal, el deshielo de los glaciares de la cordillera de los Andes se ha acelerado en los últimos años, marcando un hito sin precedentes. Este fenómeno adquiere una gran importancia ya que sucede en las masas de hielo desde Tierra del Fuego y la Patagonia argentino-chilena hasta las zonas tropicales andinas en Venezuela.
Utilizando datos de satélites, científicos de Francia y Alemania están documentando el inexorable derretimiento de los glaciares y campos de hielo de Sudamérica. Según Etienne Berthier, glaciólogo del Laboratorio de Estudios Geofísicos y Oceanografía de Toulouse (Francia) –que recientemente publicó sus hallazgos en Nature Geoscience– los glaciares andinos han perdido casi un metro de grosor anualmente desde el año 2000. El 98% de los glaciares andinos se han reducido este siglo.
A lo largo de toda la Cordillera, las temperaturas han ido en aumento y ese incremento es más rápido a mayor altitud. Según algunas previsiones reflejadas en el Informe de Unesco-GRID-Arendal, antes de fines del presente siglo, los Andes meridionales, podrían sufrir aumentos entre 1 ºC y 7 ºC, con años calurosos en extremo, y con años fríos que podrían ser mucho más cálidos que sus equivalente actuales.
Por otra parte, de acuerdo con el escenario de emisiones planteado por el IPCC se prevén reducciones importantes de las precipitaciones, de más del 30%, en la región andina de Chile y Argentina.
La situación es aún más preocupante en los Andes tropicales teniendo en cuenta que la temperatura media anual en esos países (Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela) se está incrementando. Se estima que podría aumentar entre 2 y 5 °C antes de finales del siglo XXI por efecto del cambio climático.
Aunque es cierto que la mayoría de los glaciares del mundo llevan retrocediendo desde hace dos siglos, el rápido retroceso de los glaciares andinos de los últimos tiempos está asociado con el cambio climático antropógenico y es un fenómeno que recorre toda la Cordillera de los Andes.
El ritmo de retroceso y desaparición de los glaciares de Venezuela (solo queda un glaciar, el Humboldt), Colombia y Ecuador ha sido enorme y es especialmente rápido. Para Unesco es probable que, para el 2050 solo permanezcan los glaciares más grandes en los picos más altos.
Por su parte Perú, que alberga el mayor número de glaciares tropicales del continente, ha experimentado también un rápido retroceso en los últimos decenios, notable en los glaciares de la Cordillera Blanca. Lo mismo sucede en Bolivia donde han retrocedido con rapidez desde la década de los ochenta, perdiendo algunos de ellos hasta dos tercios de su volumen de hielo.
También en Chile y Argentina, la mayoría de los glaciares están retrocediendo, y el ritmo de retroceso se ha incrementado en las dos últimas décadas. Los grandes glaciares de agua dulce y marinos, de baja altitud de la Patagonia y Tierra de Fuego han experimentado un retroceso rápido. El fenómeno también se observa en los glaciares de mayor altitud, aunque a menor ritmo.
El retroceso de los glaciares andinos tiene diversas causas. Una de ellas es el fenómeno de El Niño, que afecta en parte a la cordillera peruana y boliviana. El aumento de las temperaturas y la falta de precipitaciones contribuyen al retroceso glaciario, ya que favorecen la ablación de la nieve y el hielo.
Pero más allá de ese fenómeno, los glaciares retroceden fundamentalmente a causa del cambio climático y el consecuente calentamiento global. La temperatura que ha aumentado un 0,8°C en el último siglo, podría aumentar entre 2°C y 5°C antes del final del siglo XXI. El año pasado fue una muestra de esa tendencia: ha sido el segundo año más cálido que jamás se ha registrado en el planeta, lo que se continúa en la primera mitad del 2020.
Y las principales razones que llevan al calentamiento de la superficie terrestre son: la producción de CO2, la combustión intensiva de carbón y petróleo y el exceso de deforestación.
Las grandes consecuencias del derretimiento de los glaciares son enormes y de índole global. Pueden sintetizarse en: aumento del nivel de mar, distorsión del clima y grave alteración de la agricultura basada en la irrigación de deshielo glaciar.
En el ámbito de las comunidades andinas –en especial en tiempos de sequía– provocará problemas económicos, sociales y de calidad de vida para las personas que viven en zonas lindantes a estas grandes masas de hielo. Por ejemplo, las provincias de Mendoza y San Juan (Argentina) productoras de bienes agrícolas orientados a la exportación, dependen en un 40% de los glaciares para la irrigación de sus cultivos y el abastecimiento de agua a sus ciudades. Una alteración severa en los glaciares sería devastador para esas economías.
Lo mismo sucede en la región central de Chile. La desaparición de los glaciares tendría un fuerte impacto en sus futuros recursos hídricos que hoy ya afrontan gravísimas limitaciones (Ver Más Azul, n° 6, marzo 20, “Chile una segunda Australia”) debido al incremento de la demanda industrial de agua (minería, aguacates, etc) y al régimen de privatización del recurso que tiene ese país.
Debe tenerse en cuenta que la contribución de los glaciares para esa región es fundamental, ya que, durante los períodos de sequía en verano, el 67% del agua proviene del derretimiento de ellos. La cuenca del Aconcagua y sus aguas, por ejemplo, proveen a gran cantidad de actividades económicas y a la mayor parte de la población chilena
Thorsten Seehaus, glaciólogo de la Universidad de Erlangen-Nürnberg, que realizó uno de los primeros estudios sobre las consecuencias en la región, advierte que “la mega sequía en Chile central desde 2010 conduce a una menor acumulación de los glaciares, y por lo tanto causa muchas pérdidas de hielo glaciar”.
Aunque mayor parte del hielo se pierde en los Andes patagónicos, que poseen enormes masas de hielo, las consecuencias sobre la población local puede ser más inmediata y grave en los Andes centrales de Chile y Argentina, y muy especialmente en Bolivia y Perú, donde la recesión de los glaciares fue 3 a 4 veces mayor en el período 2013-16 que en los doce años anteriores.
Seehaus explica que el derretimiento de los glaciares no solo afecta la disponibilidad de agua, sino que puede provocar inundaciones por un desborde violento de un lago glaciar como ya ocurriera en la cordillera Blanca en Perú en 1941 que destruyó un tercio de la ciudad de Huaraz y mató a cerca de 5.000 personas.
Además cuando un glaciar retrocede afecta al ecosistema general del entorno y deja expuesta una superficie de tierra que estaba cubierta por hielo o nieve permanente. Para repoblar ese territorio con plantas y animales, la naturaleza tardará entre 30 y 50 años en repoblar ese sitio.
Los científicos coinciden en el diagnóstico y como advierte Seehaus “Si continuamos de la manera actual, casi no quedarán glaciares en los Andes tropicales y el centro de los Andes de Chile y Argentina a finales del siglo XXI”.
El único camino para evitar el drama de la pérdida de los glaciares andinos es cumplir con la meta de limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados, como se prevé en el Acuerdo de París y avanzar enérgicamente hacia un cambio del modelo de producción y consumo que tenemos.