Quienes financian la “industria de la duda”

ene 2020

Como dijimos en Más Azul (n°2) la banda de los necios es amplia y merece prestarle atención. Si crees que los que han negado durante años, los hallazgos científicos sobre el calentamiento global y su origen humano, se darán por vencidos ante la magnitud de las pruebas y el consenso alcanzado, es bueno que revises tu posición, porque la necedad implica una cierta capacidad de goce impermeable a la verdad.

La negación del calentamiento global –el trabajo de la banda de los necios– es una campaña coordinada y financiada por las grandes corporaciones, en especial del sector energético pero de muchos otros sectores industriales también.

Detrás de la necedad se dan dos fenómenos: aturdimiento y avidez. Se necesita mucha codicia y mucho aturdimiento para contradecir el sentido común global, solo para beneficiar tus negocios. Es los que han hecho las petroleras y otras grandes industrias –en especial extractivas o derivadas de los combustibles fósiles como la automotriz y los plásticos– desarrollando una gigantesca red de lobby gubernamental, presión sobre los medios y grupos de “expertos” bien financiados para producir ‘basura seudocientífica’, con el fin de sembrar dudas y intentar neutralizar los avances de cualquier acción climática efectiva. A costa de millones de dólares que nosotros mismos pagamos a través del consumo.

Niegan pero saben lo que hacen

A fines de la década de los ’70 los científicos que trabajaban en Exxon Mobil confirmaban a sus jefes que las emisiones de carbono estaban generando un calentamiento del Planeta. En un informe interno, James Black, investigador de Exxon, afirmaba: “Se estima que una duplicación del dióxido de carbono es capaz de aumentar la temperatura global promedio de 1  a 3°C, con un aumento de 10° C previsto en los polos”.

Es decir: eran conscientes del desastre que estaban generando. Exxon Mobil desarrolló entonces una doble estrategia: impulsó una campaña multimillonaria de desinformación para tratar de destruir los informes científicos que llegaban a la opinión pública; y empezó a utilizar los mismos modelos climáticos que atacaba públicamente, para su uso interno. Había descubierto un nuevo negocio: esos modelos mostraban el derretimiento del Ártico, lo que posibilitaría su explotación petrolera cuanto más rápido se derritiera. Para planificar sus futuras operaciones en esa región utilizó los modelos que públicamente defenestraba.

En las décadas siguientes se unieron a su campaña una gran cantidad de grandes corporaciones interesadas en contrarrestar los avances científicos que, por otra parte, reconocían en sus documentos internos. El American Petroleum Institute, tras una investigación climática (1979-1983), que incluía científicos e ingenieros de casi todas las principales compañías de petróleo y gas de EEUU, las conclusiones fueron que para el 2005 habría 1°C de calentamiento; que en 2038 sería de 2,5 grados con “consecuencias económicas importantes” y que para 2067 se enfrentaría un aumento de 5°C con “efectos catastróficos a nivel mundial”. Pese a ello, decidieron seguir alimentando sus ingresos y negar a los científicos del clima de todo el mundo.

Quienes financian la “industria de la duda”

Ocultar la verdad y confundir a la opinión pública supuso el desarrollo de una verdadera “industria de la duda” con un ejército de “negacionistas” rentados, falsas investigaciones y noticias y millones de dólares. Bajo su influencia hemos escuchado todo tipo de estupideces malintencionadas: “El cambio climático es una amenaza imaginaria, inventada por científicos insulares y paranoicos” (Happer); “No existe una relación directa entre las emisiones de CO2 y el aumento de las temperaturas” (Pomar); “El CO2 el bueno para la vida y el mundo es más verde gracias a él” (Pollock); “El clima ha variado durante los últimos cuatro mil millones de años y la aparición del Sahara no es culpa de la industria” (Sarkozy); “Los cambios actuales están dentro del rango de variabilidad normal, y las contribuciones del hombre son demasiado pequeñas para ser peligrosas. De hecho, el único cambio que puede atribuirse claramente al aumento de CO2 es el marcado aumento de la productividad agrícola”(Lindzen); “En el hermoso Medio Oeste, la temperatura  está bajando hasta los -60 (-51 ºC), el mayor frío registrado (..) ¿Qué diablos está pasando con el calentamiento global? Por favor, vuelve rápido, ¡te necesitamos!” (Trump).

Los ‘negacionistas’ se presentan como pensadores libres y antidogmáticos, capaces de enfrentar “la verdad revelada” de la comunidad científica sobre el calentamiento global. Son siempre los mismos, que se citan y se apoyan mutuamente. La mayoría responde a los grandes intereses económicos en juego y exponen en los mismos cenáculos, como el Instituto Heartland, el Instituto Cato o la Fundación Heritage, financiados e incluso creados por compañías petroleras.

Para Martin Beniston, climatólogo de la Universidad de Ginebra “la inmensa mayoría tiene nexos con el lobby económico de la industria del petróleo, el carbón o el automóvil cuyo interés es negar un vínculo entre las emisiones y el cambio climático”.

Derrames de petróleo en la Amazonía peruana.

La ONG británica InfluenceMap reveló, a comienzos de 2019, que “las cinco mayores empresas de petróleo y gas que cotizan en bolsa (ExxonMobil, Royal Dutch Shell, Chevron, BP y Total) han invertido más de u$s 1.000 millones de fondos de accionistas en los tres años posteriores a la Acuerdo de París sobre marcas y grupos de presión engañosos relacionados con el clima”. Responsables de un 7,4% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero entre 1988-2015, sólo en 2018 gastaron u$s 200 millones en lobby para retrasar, controlar o bloquear cualquier iniciativa diseñada a combatir el cambio climático.

Esas mismas cinco grandes petroleras gastaron otros u$s 280 millones para influir sobre las autoridades de la UE y obtener beneficios. Para sus gestiones de tráfico de influencias emplean más de 200 personas destinadas a modificar las políticas comunitarias. Su actividad es tan intensa que mantuvieron, según  registros oficiales, 327 reuniones con funcionarios de alto nivel de la Comisión Juncker desde 2014, a un promedio de más de una por semana!!

Los ejemplos se multiplican: British Petroleum (BP) logró frenar la imposición de una tasa al carbón en el Estado de Washington haciendo donaciones por 13 millones a una campaña. A la iniciativa también se sumó Chevron. Y ambos destinaron un millón a publicidad en medios. E invirtieron otros dos 2 millones de dólares en campañas en Facebook e Instagram durante las elecciones de medio término en EEUU, promoviendo unos supuestos beneficios de los combustibles fósiles en detrimento de las renovables.

La hipocresía de su accionar es flagrante: en sus campañas corporativas, buscan lavar su imagen hablando de energías limpias o de bajar las emisiones de CO2, mientras aumentan sus inversiones en el negocio de los combustibles fósiles. En 2019, los desembolsos de inversión para la extracción de gas y petróleo de las Big Five ascendieron a 115.000 millones de dólares, pero sólo el 3% estuvieron destinados a proyectos de bajas emisiones.

Catherine Howarth, ejecutiva jefe de ShareAction, una organización británica destinada a mejorar el comportamiento corporativo en temas ambientales, sociales y de gobierno, señala que “el informe de InfluenceMap deja evidencias de que la retórica de las petroleras no concuerda con su acción empresarial, que sus credenciales sobre cambio climático no pueden convivir con el ejercicio de sus lobbies ni con sus intentos de sabotaje para revertir el calentamiento global. Es un juego sucio, con dinero que no se emplea de forma legítima”.

El problema es el petróleo

El Instituto Cato es uno de los cenáculos del lobby petrolero y uno de los centros políticos más reaccionarios de EEUU. Inicialmente financiado por los hermanos Koch –quienes más tarde armaron su propia fundación– recibe aportes de grandes corporaciones como Philip Morris y Exxon Mobil. El Instituto se hizo célebre por su asesoramiento a la dictadura de Pinochet en Chile en la década de 1980, planteando la desregulación absoluta de la economía.

Afín al pensamiento libertario extremo considera que las regulaciones ambientales causaron el cierre de refinerías en EEUU y son responsables de los “precios excesivos en la gasolina debido a que los gobiernos meten la mano en lo que no deben” (Carlos Ball, Cato Institute).

Instituto Cato en Washington, uno de los centros del ‘negacionismo’ climático.

Párrafo aparte para los hermanos Koch (Charles y David). Dueños de un imperio del petróleo extendido por Texas, Alaska y Minnesota tienen ramificaciones en la industria química, papeleras, minerales, polímeros, fertilizantes y servicios financieros. Según el ‘Political Economic Research Institute’, la empresa de los Koch fue considerada en 2010, una de las diez compañías más contaminantes de EEUU.

Con ingresos anuales por unos u$s 100.000 millones de dólares, son considerados entre las diez personas más ricas del Planeta.  Según la revista New Yorker, los Koch han aportado unos u$s 196 millones a causas conservadoras, profundamente reaccionarias y se les acusa de influencia permanente en la política de su país, tal como lo refleja la investigación de Jane Mayer (“Dark Money. The Hidden History of the Billionaires Behind the Rise of the Radical Right-Doubleday, 2016).

Financiaron el Tea Party contra el presidente Obama y su política ambiental y de salud, a través de la fundación “Americans for prosperity”, creada por David, desde donde llamaron a boicotear la Ley del Clima y financiaron al “negacionismo climático”.

Hay otro camino

Frente al planteo de la desregulación absoluta, Noruega muestra el camino de una política para enfrentar a la industria del petróleo: el fondo soberano noruego, que maneja el Ministerio de Finanzas de ese país y mueve más de un billón de dólares en activos globales, exige un compromiso claro con el medio ambiente y saca de sus carteras de inversión a compañías dedicadas a la exploración o a la extracción de petróleo. Además creó el Norges Bank, un banco “verde” que sólo le financia a las petroleras proyectos de energías renovables o que aceleren su transición hacia energías limpias.

“Tenemos 11 años para parar el caos climático”, dice Jan Erik, CEO de una importante empresa de ese país. “No hay justificación alguna para que las petroleras se opongan a regulaciones exigentes y a sanciones duras de sus negocios con elevadas emisiones de CO2 a la atmósfera. Y eso incluye rechazar todo intento de la Administración Trump de diluir las avalanchas regulatorias en el sector para promover la reconversión industrial hacia las energías renovables”.

A lo que alude Erik es a que Trump permitió que el lobby petrolero se instalara en la Casa Blanca, tanto con Scott Pruitt, al frente de la Agencia de Protección Medioambiental (ver ‘Oyendo a los necios II’) como con Harold Hamm, un multimillonario magnate del fracking y amigo de Trump, que ha ganado millones con el sospechoso atentado a las refinerías de Arabia Saudita. Hamm es el mismo que en 2015 pidió a la Universidad de Oklahoma que despidieran a unos científicos porque habían realizado un estudio acerca de las conexiones entre la actividad del fracking y el aumento de las actividades sísmicas en ese estado.

Harold Hamm, un multimillonario magnate del fracking.

Y hay que recordar que, en su momento, Trump designó nada menos que como secretario de Estado, a Rex Tillerson, un antiguo consejero delegado de Exxon Mobil, al que luego despidió porque éste no quería romper el acuerdo con Irán.

La siembra de dudas tiene como fin evitar regulaciones y control sobre el petróleo. Para eso existen esos think tanks y científicos rentados. La inmensa mayoría de los ‘papers’ sobre cambio climático provienen del mismo staff de negacionistas y de las mismas instituciones que alimentan el pensamiento más cavernícola de EEUU.

La ciencia del cambio climático se ha estado desarrollando a lo largo de más de un siglo. Es una de las áreas más estudiadas y que ha logrado notables avances. Pero reconocerlo significaría para la industria energética, la necesidad de una reconversión que no está dispuesta a hacer. Aunque con ello comprometa el destino de todos.

Por eso, sus grupos políticos de presión y sus seudo-científicos, llevan más de 30 años pretendiendo sembrar dudas a una humanidad que, cada vez más, percibe la perversión de su juego.