“Las noticias no son malas: son peores”. Es la tajante conclusión del Circularity Gap Report 2020 sobre el consumo mundial de recursos. En 2019, superamos por segunda vez las 100.000 millones de toneladas de recursos materiales de los que sólo reciclamos el 8,6%, una cifra menor a años anteriores . Es decir que estamos consumiendo más y reciclando menos.
El estudio ha sido realizado por Circle Economy, una organización fundada por Robert-Jan van Ogtrop, ex CEO de Destilerías Bols, socio de Capital Partners y Presidente de Parques Africanos, cuyo objetivo es acelerar la transición a la economía circular a través de ideas y soluciones prácticas y escalables, para enfrentar los desafíos que hoy tiene la humanidad.
El estudio, presentado en la última reunión del Foro de Davos (Suiza), tuvo un impacto contundente. Lo alarmante no es sólo que de todos los minerales, combustibles fósiles, metales y biomasa que se consumen cada año, solo el 8,6% se recicla sino que además esa cifra ha descendido respecto del año anterior (9,1%). Retrocedemos en lugar de avanzar…
Como señala Van Ogtrop “realmente no tenemos otra opción. Es hora de utilizar nuestra inteligencia colectiva para rediseñar nuestra forma de trabajar con la naturaleza como inspiración, ya que es, en sí misma, una ‘economía circular’ perfecta”.
La tendencia negativa en general puede explicarse por tres tendencias subyacentes relacionadas: altas tasas de extracción; acumulación continua de existencias y bajos niveles de procesamiento y ciclo de fin de uso. Estas tendencias están profundamente arraigadas en la tradición de la economía lineal “take-make-waste”.
El informe de Circle Economy advierte que “a medida que el consumo aumenta en espiral, la capacidad de carga del planeta disminuye y la sostenibilidad sufre. Necesitamos desesperadamente soluciones transformadoras y correctivas y los países ‘deben tomar la iniciativa’ y legislar para asegurar un mayor reciclaje y reutilización de los materiales”.
Los recursos son cada vez más escasos pero, sin embargo, seguimos consumiendo de manera irrefrenable. Ya en 2017, superamos por primera vez la barrera de las 100.000 millones de toneladas de recursos materiales. De lo que solo reciclamos o reutilizamos menos del 10%!!!
Podría parecer razonable si consideramos el crecimiento continuo de la población mundial. Pero es que no solo crece el consumo global sino que cada vez usamos más materiales por persona y la mayoría de ellos de extracción directa de la tierra.
El consumo global de recursos por persona se ha duplicado en los últimos 50 años: en 1970 el consumo mundial de recursos per cápita fue de 7 toneladas mientras que el año pasado superó las 13 toneladas. Con el agravante de que la población mundial que en los ’70 era de 2.600 millones en la actualidad triplica esa cifra.
El Informe destaca que en 2019, el consumo global de recursos llegó a un nuevo récord: 100.600 millones de toneladas de recursos, lo que supone un incremento sobre el consumo de hace dos años, cuando se elaboró el último informe. Y los pronósticos no son prometedores: el Panel Internacional de Recursos (IRP) prevé que para 2050, el uso de materiales ascenderá a un volumen entre 170 y 184 mil millones de toneladas.
Cuando Van Ogtrop señala que debemos inspirarnos en la naturaleza “que es, en sí misma, una ‘economía circular’ perfecta” acierta en el diagnóstico. El consumo desbocado y el despilfarro de desperdicio son signos de nuestra “civilización industrial” y del modelo demencial que hemos sabido construir. Históricamente el ser humano funcionó de una manera más acorde a la naturaleza y con un sentido relativamente circular de la economía.
Pero en los 200 años de desenfrenada expansión de la Revolución Industrial y sus ‘mitos’ de progreso infinito y crecimiento global permanente, han desatado un consumo y un uso irracional de los recursos que crecieron exponencialmente, al punto de casi cuadruplicarse: de 26.700 millones de toneladas en 1970 a 100.600 millones de toneladas en 2019.
La mayoría (52.600 millones de toneladas) de los recursos o materiales que ingresan a la economía global cada año, son consumidas en productos de corta duración. Alimentos, ropa o artículos cuya duración no excede el año. Los restantes 48.000 millones de toneladas son los que se destinan a las existencias de largo plazo, como infraestructuras, edificios, equipamientos, etc.
El informe no se detiene en advertir el gravísimo riesgo de mantener el aumento continuo de extracción de recursos sino que señala responsables. Destaca tres categorías de países: los que califica “en construcción” (las economías más débiles); los que están en “proceso de crecimiento” (aquellos con un desarrollo sostenido en las últimas décadas); y los países a los que llama “en transición”, que involucra a los países más ricos en renta per cápita y riqueza acumulada.
Los países ricos –según el Informe– son los que más contribuyen al consumo desenfrenado. Casi el 70% de los materiales que se consumen a nivel global son consumidos por esos países (EEUU, Japón, Australia y casi todos los países de la UE). Su consumo de recursos es 10 veces mayor que el de los países “en construcción” y su huella de carbono es, por tanto, mucho mayor.
Con el agravante de que pagan por esos recursos, que obtienen en general de los “países en construcción”, montos insignificantes que solo cubren los costos e incluso están por debajo de ellos. Es el caso del café o el cacao, entre miles de productos destinados al ‘primer mundo’.
Aunque parte de los gigantescos volúmenes de residuos que producen son procesados por algunos países de manera relativamente eficiente, una parte sustantiva de ellos son exportados a los países pobres, usados como verdaderos basureros globales (Ver Más Azul n°2, nov 19, ‘Basura tecnológica. Un negocio tóxico’).
Quizás la deficiencia del excelente reporte de Circle Economy sea no haber subrayado la responsabilidad central de las empresas en el consumo de recursos y en la producción contaminante.
El Circularity Gap Report 2020 advierte que mantener los actuales ritmos de consumo y uso de recursos tendrá graves impactos sobre nuestro planeta y por tanto, sobre nosotros: “El camino hacia un futuro bajo en carbono es circular. De hecho, el objetivo del Acuerdo de París de limitar el calentamiento global a 1.5 °C por encima de los niveles preindustriales solo puede lograrse mediante una economía circular“.
Un ejemplo es revelador. Proviene de una investigación de la Universidad de Stanford (EEUU). Si solo Estados Unidos adoptara el 100% de energía renovable provocaría la creación neta de 2 millones de empleos, la reducción de un 50% de los costos de energía para los usuarios, un ahorro de u$s 600.000 millones en costos de atención médica y la eliminación de u$s 3.300 millones en costos climáticos. Se trata del país con uno de los peores índices de reciclado y reutilización de recursos.
Las razones de haber superado –por primera vez en la historia– los 100.000 millones de toneladas de materiales ‘aspirados’ por la economía mundial, se asientan en varios factores. Por una parte, el consumo global demanda principalmente la extracción de materiales directos de la tierra. Combustibles fósiles, minerales o biomasa componen una parte sustantiva de lo que consumimos. Y por tanto, constituye la base de innumerables economías que, en lugar de hacer un mejor uso de los recursos existentes, son meros productores de materias primas sin valor agregado ni aprovechamiento integral de los mismos.
Otro factor es el gigantesco incremento de materiales para alimentar las necesidades de viviendas, infraestructura, maquinaria, etc. dirigidas a atender los requerimientos de una población creciente –que ha mejorado sus estándares de vida de manera singular– y que genera una presión sobre los recursos planetarios. China, por ejemplo, ha consumido en los últimos cinco años, la misma cantidad de hormigón o concreto que EEUU en el último siglo!!!
Asimismo un componente central del hiperconsumo del actual modelo es el paradigma de usar y desechar que ha impulsado la industria y el comercio mundial, con un perverso criterio crematístico, haciendo diseño deficiente de los productos –la llamada obsolescencia programada–-, para multiplicar sus ventas.
A ello debe sumarse la larga resistencia de productores y consumidores (cada vez más debilitada) a hacer un aprovechamiento eficiente de los recursos, a la reutilización de los objetos y a la renovación de los ciclos al final de la vida útil de los mismos. Un marketing irracional de lo “nuevo” solo ha generado una demanda exacerbada e insostenible de materiales vírgenes.
Pero no todas son malas noticias. Aunque de manera lenta, las tasas de reciclaje van mejorando en diversas regiones del mundo y aumenta la conciencia colectiva de la importancia de una “economía circular”.
Algunos gobiernos desarrollan políticas integrales y también las empresas empiezan a dirigir su inversión hacia la innovación técnica sea para acrecentar la eficiencia de los materiales, extender su uso y facilitar su recuperación al concluir la vida útil del producto (Ver Más Azul n° 5 feb. 20, “Philips cambia y empieza a utilizar material reciclado”).
Los avances que se producen son relevantes pero, en general, se centran básicamente en los residuos sólidos y son menores en la búsqueda de nuevas formas de reutilización de lo ya elaborado. Un área donde existe urgencia por lograr avances importantes es en el manejo del recurso agua, un desafío central ante el cambio climático.
En materia de recuperación de residuos sólidos, Europa por ejemplo, agrupa una serie de países con altas tasa de recupero. Suiza recupera el 100% de sus residuos gracias fuertes penalidades y a una minuciosa clasificación de los contenedores, que permite reciclar 93% de vidrio, 91% de latas y 83% de botellas plásticas.
Le sigue Suecia (99%) con un moderno sistema de reciclaje que ha llevado a colocar estaciones de basura en cada zona residencial, amparado por las leyes del país. La eficiencia de su sistema ha llevado a que el país además importe basura, recibiendo toneladas desde países como Reino Unido, Noruega, Italia e Irlanda.
Otros países europeos como Austria (63%), Alemania (62%), Luxemburgo (60%), Bélgica (58%) y Países bajos (51%) han logrado reciclar más de la mitad de sus residuos sólidos.
En el extremo inverso está América latina, la antítesis de dichas prácticas. De acuerdo con informes del Banco Mundial, los países de la región solo reciclan 4,5% de sus desechos, cifra muy reducida en comparación con el promedio mundial, que alcanza 13,5%. Ello se debe al nivel de generación de basura que tiene un latinoamericano promedio: un kilo de desechos diario o sea, 541.000 toneladas diarias, cifra que representa 10% de la basura mundial.
El Informe aconseja fortalecer con ideas y soluciones una “economía más circular”, ya que los actuales niveles de consumo de recursos son insostenibles. Asimismo destaca que el verdadero impacto de los países más desarrollados va mucho más allá de sus fronteras nacionales, provocando enormes costes ambientales y sociales que, en su mayor parte, repercuten en otros lugares. Y finalmente, reclama que “se abandonen las políticas simplistas basadas en transferencias de capital y se asuman responsabilidades, incentivando la desmaterialización del consumo alineando sus regímenes fiscales con las ambiciones de sostenibilidad”.