Mil millones de personas viven hoy en asentamientos urbanos informales

JUN 2020

Slums, chabolas o villas miseria. Llamémoslas como queramos… Pero la realidad es que 1.000 millones de personas viven hoy en asentamientos urbanos informales o directamente en la calle. Como describiera Leilani Farha, relatora de la ONU para la Vivienda: “Si fuesen presos, la comunidad internacional estaría escandalizada por la vulneración de sus derechos humanos más fundamentales”.

Cualquiera que recorriera los miles de suburbios de miseria rampante que brotan en diversas ciudades del Planeta, podría comprobar que no son reclusos, pero que, en general, cuentan con peores condiciones de vida aún, ya que no acceden al agua, a la electricidad, a un servicio sanitario aunque sea elemental y mucho menos a una comida. Es que carecen incluso de los que los reclusos tienen: la atención de los Estados.

Naciones Unidas alerta sobre la necesidad de encarar una urgente solución o una de cada cuatro personas vivirá en una década, en esos asentamientos. Un proceso que la ONU categorizó como “tugurización de las ciudades”.

Kibera, un slum en la periferia de Nairobi, Kenia, uno de los mayores del África .

La población urbana global crece aceleradamente. A mitad del siglo pasado solo el 30% de la población mundial vivía en ciudades. En la actualidad, el 55% del total mundial vive en zonas urbanas, una proporción que llegará a 68% para el año 2050.

Las proyecciones indican que la urbanización, el cambio imparable de la población de zonas rurales a  urbanas, combinada con el crecimiento general de la población mundial, podría agregar otros 2.500 millones de personas a las urbes del Planeta y casi un 90% de ese incremento ocurrirá en Asia y África.

El impacto ambiental ha sido severo: mientras en el período 1950-2005, la urbanización pasaba del 30% al 49%, la emisión global de carbono fruto de la quema de combustibles fósiles en las ciudades aumentó casi un 500%.

Es que el modelo de crecimiento urbano que estamos desarrollando y consintiendo es claramente insostenible, con efectos tóxicos tanto para la salud del planeta –uso de fuentes de energía contaminantes, creciente generación de residuos y de emisión de gases de efecto invernadero– como para la calidad de la vida humana.

Llámense como se llamen, los asentamientos urbanos precarios tienen características similares aunque pertenezcan a continentes diversos. Estén brotando en las periferias de grandes ciudades en África, Asia o América Latina, sus características son las mismas: falta de acceso a servicios básicos (agua potable, saneamiento, energía, recolección de residuos y transporte), mala calidad estructural de las viviendas, hacinamiento, condiciones deplorables de salubridad, ubicación en lugares peligrosos e inseguridad.

Condiciones que provocan los mismos síntomas: miseria, promiscuidad, hostilidad frente a la sociedad que los invisibiliza, rencor, y finalmente una desesperanza que desemboca en ocasiones, en indiferencia y apatía social.

Pero a la vez, como destaca Lorena Zárate, Presidenta de Habitat International Coalition, en esos barrios pobres y precarios (favelas, villas miseria, bidonvilles, slums, etc), con denominaciones que resaltan las características negativas, también se manifiestan respuestas resilientes de esperanza, creatividad, inversión y emprendimientos, que deben tenerse en cuenta para arribar a soluciones sostenibles, para un problema que hoy tiene dimensiones colosales.

Elsie Ayoo, una joven de 16 años, apasionada del ballet danza en las calles de Kibera.

Naciones Unidas advierte que al menos un tercio de la población urbana global padece en la actualidad, esas condiciones de vida inadecuadas y atroces y que, si no hay una intervención eficaz, el número de personas afectadas por esas condiciones, se duplicará en las próximas dos décadas.

Un problema barrido bajo la alfombra

El problema es global. Son escasos los países que pueden exhibir la ausencia total de asentamientos informales. Se prevé que, en 2030, los países más pobres duplicarán su población urbana y triplicarán la superficie que hoy ocupan.

Aunque la mayoría de los grandes conglomerados precarios se acumulan en los países en desarrollo (casi la mitad de la población urbana de África y Asia y un 30% de la de América latina vive en esa precariedad) también pueden relevarse focos de condiciones de vida precarias y población creciente en situación de calle en EEUU, Europa, Australia y Nueva Zelanda.

La cara oculta de Los Ángeles (EEUU)

En América Latina más de 200 millones de personas, es decir casi un 38% de la población total de la región, vive en situación extrema de pobreza y precariedad.

Gobiernos e instituciones internacionales han protagonizado sucesivos fracasos al encarar soluciones al drama de la precarización de las condiciones de vida en las periferias urbanas. Basta recordar que ya en 1986, un informe de la Comisión de la Seguridad Social de la ONU indicaba que entre 30% a 60% de los residentes urbanos de las grandes ciudades de los países pobres vivía en asentamientos irregulares.

Desde entonces los fracasos se han sumado. En 2012, el informe “Convertir a los slums en historia”, producido por la Conferencia Internacional de Rabat, preveía que el reto mundial debía tener el 2020 como meta. La Declaración de Pretoria de 2016 sobre asentamientos informales, reclamaba que fuera considerado como un asunto prioritario en la Nueva Agenda Urbana adoptada en Habitat III (Quito, 2016) y hacía un llamamiento a revertir el modelo de crecimiento urbano y generar estrategias que tengan en cuenta a estos 1.000 millones de personas.

Mientras el crecimiento urbano se expande, la brecha de desigualdad entre ricos y pobres en el Planeta se agudiza hasta límites demenciales: el 1% más rico de la población posee más del doble de riqueza que 6.900 millones de personas. Y sólo 8 individuos poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, que involucra a 3.600 millones de personas. Los gobiernos toleran que los súper ricos eludan hasta el 30% de sus obligaciones impositivas, por lo que a través de impuestos a la riqueza, solo llegan unos 4 centavos de cada dólar recaudado.

El fenómeno de las megaciudades (Ver Más Azul n° 8, mayo 2020, “Las megaciudades del futuro serán africanas”) que se desarrolla en especial, en regiones de enorme expansión demográfica como África o Asiacuyo, está alimentando verdaderos cinturones de pobreza y precariedad en sus periferias. Esos barrios informales se convierten en grandes focos de vulnerabilidad social, y en uno de los mayores retos urbanos actuales.

Algunos de esos asentamientos tienen dimensiones sobrecogedoras. Orangi, Karachi-Pakistán alberga una población de más de 2 millones de habitantes. Dharavi, en los suburbios de Mumbai-India (la tercera ciudad más grande del mundo) posee una población estimada entre 600.000 y un millón de personas. Kibera, en los suburbios de Nairobi-Kenia, entre 400.000 y 700.000 habitantes. Khayelitsha en Ciudad del Cabo- Sudáfrica, es otro de los cinco barrios marginales más grandes del mundo con más de 400.000 personas. En América, las ‘favelas’ Rocinha y Fazenda Coqueiro, en Río de Janeiro-Brasil son las más grandes del continente, con más de 100.000 habitantes cada una y alrededor de un millón de metros cuadrados.

La favela Rocinha en Río de Janeiro, la más grande de América

La situación se multiplica en países como Bangladesh, México, Venezuela, Nigeria, etc. hasta el extremo de Sudán donde se calcula que el 90% de la población vive en asentamientos irregulares.

Y, aunque en una dimensión mucho menor, también en metrópolis de países enriquecidos hay asentamientos informales (como los barrios de chabolas o bidonvilles europeos).

París también alberga ‘slums’ escondidos al turismo.

Qué hacer?

Como para cualquier gran problema, la respuesta no es sencilla ni única. Es imperioso intervenir, pero ¿cómo se sale de una encrucijada compleja y endémica, que tiene una dimensión planetaria y que se ha dejado crecer a los largo de décadas?

Quizás lo primero es abandonar los discursos vacíos y las buenas palabras. Irrita repasar las cientos de páginas de ‘especialistas’ haciendo consideraciones semánticas acerca de la conveniencia o no de llamar a estos asentamientos humanos ‘informales’ o ‘irregulares’ y si llamarlos de una u otra manera estigmatiza a sus habitantes.

Lo que estigmatiza a sus pobladores es el hambre, la desesperanza, la inaccesibilidad a bienes como el agua o la comida, a los que acceden cada día millones de mascotas animales. Releer algunos documentos donde se insiste en ideas como “dignificar las condiciones de vida”, “mejorar sus viviendas”, “prevenir su crecimiento”, “no dejar a nadie atrás”, deberían analizarse bajo la lupa de porqué jamás se concretan en mejoras sustantivas.

Shivani Chaudhry, directora ejecutiva de Housing and Land Rights Network (Nueva Delhi) resume algunas de las cuestiones que deberían abordarse para iniciar el camino de una solución a semejante drama humanitario. Primero, plantea la experta de la India, cambiar la retórica. Segundo, atender a las causas estructurales; responder a la pregunta ¿por qué la gente vive en esas condiciones?

Según Chaudhry, se “supone que la urbanización es inevitable sin intentar comprender o abordar sus causas estructurales. En muchos países, las personas se ven obligadas a trasladarse a las zonas urbanas debido a la falta de inversiones adecuadas en las zonas rurales y los problemas combinados de crisis agrarias, desastres, adquisición forzada de tierras, falta de tierras y desplazamiento. Por lo tanto, la urbanización no es una opción para muchos, sino una situación impuesta a la que se enfrentan. Abordar estos problemas estructurales es, por lo tanto, tan importante como abordar la creciente urbanización, pero la Nueva Agenda Urbana no lo hace”.

Se requiere una auténtica reforma en el ámbito rural que consolide no solo el acceso a la tierra, sino a la educación y a los servicios imprescindibles de la vida moderna, que no les imponga migrar a las ciudades para conseguirlos. La concentración de las grandes corporaciones en la titularidad de la tierra rural o través de concesiones gubernamentales, es otra de las causas estructurales de expulsión de la población rural.

En muchos países, recuerda Chaudhry, las personas se ven obligadas a trasladarse a las zonas urbanas debido a la falta de inversiones adecuadas en las zonas rurales”. Atender la situación rural reduciría el flujo de migración hacia las ciudades.

Atender el atraso rural reduciría el flujo de migración hacia las ciudades.

Para enfrentar la realidad de los enormes asentamientos informales en torno a las ciudades, Chaudhry plantea un tema central, la ausencia de un enfoque de derechos humanos y la falta de un enfoque de justicia social: “Creo que la Nueva Agenda Urbana es débil en materia de derechos humanos, en especial el derecho humano a una vivienda adecuada… la vivienda se ve más como una mercancía que como un derecho humano legalmente exigible… La Nueva Agenda Urbana prioriza el mercado para entregar viviendas y no exige la regulación del sector inmobiliario, ni el control de la corrupción y el acaparamiento de tierras… Al ignorar la inequidad y las crisis cíclicas creadas por el mercado, la Agenda también olvida el compromiso de Hábitat II de garantizar la implementación dentro de un orden macroeconómico justo”.

Por su parte, es manifiesto que los Estados, con excepciones, cada vez están invirtiendo menos en vivienda social y no abordan el problema de la distribución y la propiedad de la tierra: “Un mercado desregulado es lo que está provocando que la mayoría de la gente no tenga acceso a la vivienda por su precio desorbitado. Debemos reconocer la vivienda como derecho humano y para eso necesitamos que las leyes nacionales lo garanticen”.

Por tanto, el camino de las soluciones requiere un radical cambio de enfoque: incorporar la vivienda como un derecho humano básico y la accesibilidad a los servicios elementales, como una exigencia prioritaria de la inversión estatal.

Pero ello no será suficiente sin el reconocimiento de una realidad que se trata de invisibilizar. Como dice el reconocido economista Sanjeev Sanyal, importante miembro del gobierno indio: “La gente piensa en los barrios bajos como lugares de desesperación estática. Así lo muestran películas como ‘Slumdog Millionaire’…Pero si uno mira más allá de los desagües abiertos y las placas de plástico, verá que los barrios marginales son ecosistemas llenos de actividad… La creación de urbanizaciones ordenadas de bajos ingresos no funcionará a menos que permitan muchas de las desordenadas actividades económicas y sociales que prosperan en barrios marginales”.

El fenómeno es creciente y preocupante. Algunos expertos ya lo denominan slumificación. La miseria en la que viven mil millones de personas en las ciudades del Planeta no puede seguir siendo postergada.