La NASA revela la actividad aún durante la pandemia

14 sep 2020

No es el bosque más conocido de Sudamérica ni el más vistoso. Pero el Gran Chaco es el segundo en tamaño y biodiversidad después de su gigantesco vecino: el Amazonas. Desarrollado en un territorio  semiárido y de vegetación menos exuberante, comparte con la selva amazónica la misma desgracia: una deforestación intensa y salvaje empujada por la agricultura, la ganadería y la industria maderera.

El Gran Chaco abarca casi 1,3 millones de kms2 que se extienden por los territorios de Argentina (48%), Paraguay (33%), Bolivia (15%) y Brasil (4%). Se trata del bosque seco más grande de Sudamérica, que alberga unas 3.400 especies de plantas, 500 especies de aves, 150 de mamíferos, 120 de reptiles y 100 de anfibios.

Pero más importante aún: es la casa común de unas cuarenta etnias diferentes, conformada por diez troncos lingüísticos. Casi 350.000 aborígenes lo habitan (200.000 en Argentina –qom, wichís, chanés, pilagaes, mocoviés, etc–; 75.000 en Bolivia –chiquitanos, ava guaraníes, gwarayúes, etc–; 40.000 en Paraguay –ava guaraníes, chiriguanos, makaes, etc) y el resto en Brasil –caduveos, ñandevas, mbya, etc). que dependen de este ecosistema para sobrevivir.

Fuente: Flyhighplato- Wikipedia- Dmitri Lytov.

El Chaco argentino abarca más de 600.000 kms2, un 22% de la superficie continental de este país, e involucra a diez provincias, total o parcialmente. En Bolivia, representa el 11,6% del país (127.755 kms2), y en Paraguay comprende una extensión de 246.925 kms2, lo que significa nada menos que el 60% de su territorio.

Dado su enorme tamaño, posee diversas regiones muy diferenciadas: desde un Chaco húmedo y subhúmedo de clima subtropical cálido, gran diversidad biológica y numerosos ríos, a un Chaco árido y semiárido, con vegetación más escasa y veranos muy secos, pasando por un Chaco serrano con bosques que se alternan con especies subtropicales y pastizales.

Su valor ambiental es muy importante. Se trata de ecosistemas que son vitales en la mitigación de los efectos del cambio climático y la prevención de eventos extremos, como las inundaciones y las sequías. Su conservación no solo es significativa para preservar la biodiversidad, sino también para proteger la economía de los países donde está presente.

Si la tala de bosques no se controla, el Gran Chaco va camino de terminar como el Bosque Atlántico del Alto Paraná, una selva húmeda de 9 millones de hectáreas, de las que solo queda un 16% (1,5 millones).

No es el bosque más conocido de Sudamérica ni el más vistoso, pero es el segundo en tamaño y biodiversidad.

Pero no parecen entenderlo así los agro-ganaderos de la región ni los gobernantes que persisten en privilegiar la inmediatez rentística e ignorar las gravísimas consecuencias de mediano y largo plazo que el deterioro ambiental y el cambio climático tendrá sobre sus economías.

Han elegido profundizar la deforestación, en un área que perdió más de 500.000 hectáreas de bosque solo en 2014, lo que significó un ritmo de destrucción de bosques de más de 1.000 has. diarias!!! (1.700 para la organización ambientalista Guyra Paraguay).

LA REVELACION DE LA NASA

El pasado 20 de mayo, el Observatorio de la Tierra de la NASA, publicó en su página el avance de los desmontes en el Gran Chaco y en particular, en el territorio argentino, pese a la cuarentena por la pandemia del Covid-19.

Las observaciones de los satélites Landsat de la NASA revelaron en el breve plazo de los 65 días iniciales del aislamiento social, fruto de la pandemia, la deforestación fue incesante en cuatro provincias del norte de Argentina: Formosa (3.073 hectáreas), Santiago del Estero (7.759 hectáreas), Salta (2.435 hectáreas) y Chaco (1.639 hectáreas), aprovechando la inexistencia de los controles correspondientes.

Es la continuidad de un proceso irracional que ha llevado a que un 20% –142.000 kilómetros cuadrados de bosque– hayan sido arrasados para convertirlos en tierras de cultivo o pastoreo entre 1985-2013.

Contabilizando los últimos 20 años, el ecosistema del Gran Chaco solo en Argentina ha perdido unos 5 millones de hectáreas de bosque nativo.

Las imágenes corroboran las reiteradas denuncias de científicos, ambientalistas, ONGs internacionales y medios locales, sobre lo que está ocurriendo en el Gran Chaco. Mientras la pandemia paraliza al mundo con su rastro de muerte, desolación y alarma sobre el futuro económico, los depredadores del Planeta no se detienen.

Por el contrario, han aprovechado el aislamiento obligatorio que soportan los argentinos para controlar el virus y han avanzado arrasando los bosques pertenecientes al Gran Chaco. Del 15 de marzo al 20 de mayo deforestaron 14.906 hectáreas, lo que equivale al 75% del tamaño de la ciudad de Buenos Aires. Y lo hicieron violando además las normas gubernamentales que no contemplaban la actividad forestal entre las industrias esenciales permitidas.

Esas mismas provincias concentran el 80% de la deforestación de la Argentina y ya en 2019 habían perdido otras 113.000 hectáreas bajo la expansión descontrolada de la industria agro-ganadera y con la complicidad de los gobiernos provinciales.

TALA SIN DESCANSO EN TERRITORIO WICHI

Los nativos Wichí han cazado y recolectado en esta tierra durante cientos de años. Vivían del bosque, pero no lo expoliaban. Para la FAO, Argentina consintió que entre 1990 y 2015, 7,6 millones de hectáreas de sus bosques fueran arrasados.

La ceguera de sus gobernantes ha impulsado la deforestación para ampliar la superficie destinada a la agricultura y la ganadería. Gran parte del talado de arboles corresponde con el boom de los commodities, específicamente de la soja, en los años 2000.

Argentina consintió que entre 1990 y 2015, 7,6 millones de hectáreas de sus bosques fueran arrasados (FAO)

Teniendo en cuenta que Argentina es el tercer productor mundial de este grano, la mayor parte del bosque desmontado se han utilizado para ampliar la frontera agrícola, tanto para la siembra de soja como para la cría de ganado. Precisamente, en cuanto al ganado el objetivo es aumentar el stock de cabezas de 2.6 millones a 3.2 millones y en consecuencia desarrollar frigoríficos exportadores y alcanzar las 500.000 hectáreas de pasturas.

Otros factores que incidieron en este proceso fue el bajo precio de las tierras y la ausencia de regulaciones (o en su defecto, el incumplimiento de ellas): el precio de una hectárea en el norte argentino oscila entre los 300 y 500 dólares, mientras que dentro de la zona pampeana el valor ronda los 10 mil a 15 mil dólares.

En ese contexto se ha desarrollado en proceso de “pampeanización” del Gran Chaco, destruyendo sus ecosistemas. Pese a que existen innumerables pruebas científicas que demuestran que los sectores de la agricultura, ganadería, silvicultura representan el 39% de las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático, los dirigentes argentinos miran para otro lado.

La plena connivencia político-empresarial y judicial de ese país queda de manifiesto con algunos ejemplos lamentables. Cuando Argentina aprobó su ‘ley de bosques’ en 2007, donde se establecían las zonas que deben ser conservadas y las que pueden ser transformadas en distintos grados, se definió que el presupuesto mínimo de protección ambiental de los bosques nativos, debería superar el 0,3% del presupuesto nacional.

Jamás se cumplió. En el mejor de los casos estuvo entre el 0,01% al 0,03%, lo que no se cubre la menor protección de los bosques. La inoperancia y la complicidad gubernamental son de tal magnitud en Argentina que, desde la sanción de la Ley de Bosques (2007), se deforestaron casi 1 millón de hectáreas de bosques protegidos.

Uno de los gobernadores de las provincias más afectadas (Chaco) ha desarrollado un ambicioso plan de expansión de la producción ganadera intensiva, con lo cual ha incentivado la deforestación. En los últimos cuatro años ese territorio perdió 130.000 hectáreas de bosques con lo que la provincia suma cerca de 2 millones de hectáreas perdidas en total.

A pedido de empresarios agropecuarios, autorizó desmontes en zonas protegidas por la ley de bosques. Los permisos otorgados a los propietarios de unas 70 fincas implican destruir otras 50.000 hectáreas de bosques. Cuando las organizaciones ambientalistas reclamaron por la tala durante la cuarentena, la Federación de Productores Industriales del Chaco se manifestó a favor de los permisos, calificando de operación mediática las denuncias realizadas.

En otra de las provincias argentinas (Formosa), gobernada  ininterrumpidamente desde 1995, por una especie de ‘señor feudal’, con los más altos índices de pobreza, desnutrición, carencia de agua potable y abusos sobre las comunidades indígenas, la situación es aún peor. Allí el mandamás estableció en el ordenamiento territorial provincial que el 90% de la provincia sea considerada área verde, es decir zona donde se permite la tala y el desmonte.

En ‘ese territorio de gobernante perpetuo’ se registran todo tipo de abusos: cauces de ríos sin protección, comunidades nativas a las que no se les respetan las tierras reconocidas por ley y hasta la aberración de que los propios datos oficiales reconozcan que el 38% de los desmontes realizados entre 2010 y 2015, y las 60.000 hectáreas de bosque deforestadas en 2018, se hicieran sobre tierras en las que –según la categorización provincial– nunca hubo árboles ni bosques.

Salta, otra de las provincias con mayor deforestación del país, perdió entre 1998 y 2018 –según cifras oficiales– 1.425.493 hectáreas de bosques nativos. La mitad de los desmontes fueron ilegales, aunque en algunos casos fueron autorizados por el gobernador local, a pesar de ser bosques protegidos por ley, hogar del pueblo wichi y hábitat de especies en peligro de extinción.

Lo mismo sucede con Santiago del Estero, que de acuerdo a datos oficiales, es la provincia argentina con más deforestación en las dos últimas décadas: entre 1998 y 2018 perdió 1.879.982 hectáreas de bosques nativos, por el incremento de la frontera agropecuaria (ganadería y soja). Sólo en los últimos cuatro años 127.527 hectáreas arrasadas.

Todo ello coincide con las estimaciones satelitales de la NASA: el 20% del bosque del Gran Chaco sudamericano se convirtió en tierras de cultivo o pastoreo entre 1985 y 2013 y continúa sin detenerse. Como si esto no bastara, entre 2010-2018, más de 29.000 kms2 fueron talados para el desarrollo de fincas.

La mayor parte de esto sucedió en Argentina (en especial en las cuatro provincias señaladas) donde en la última década las áreas verdes registradas por los satélites de la NASA desaparecieron para convertirse en tierras despejadas o grandes campos de cultivo y ganadería.

DESTRUCCION AMBIENTAL Y CRISIS HUMANITARIA

Como señaláramos, el Gran Chaco es el hogar de medio centenar de ecosistemas donde existe una alta diversidad de fauna con presencia de especies en peligro de extinción como yaguaretés, osos hormigueros, tatú carretas y tapires.

El tapir es el mayor mamífero terrestre salvaje de América del Sur. Para Patricia Medici, debemos preocuparnos más por conocer y proteger este animal extraordinario: “Los bosques serían extremadamente diferentes, más pobres y menos diversos si no existiera el tapir”

En cuanto a la flora, los arboles y vegetales hacen de este territorio un área clave para el equilibrio de la región. El quebracho, por ejemplo, que está presente en sus tres variantes (blanco, colorado chaqueño y colorado santiagueño) está reduciendo su población de manera significativa.

La tala desenfrenada de bosque está alterando la relación flora-fauna. Ñandúes, quirquinchos y monos carayá están disminuyendo debido a que desaparecen las plantas de las que se alimentan. Los pumas tienen que aventurarse en zonas productivas para obtener sus presas porque sus hábitats están siendo devorados por las topadoras.

En cuanto al clima, el régimen hídrico se ha alterado: los períodos de sequía se prolongan y las inundaciones se han hechos cada vez más violentas.

No es casualidad que la provincia argentina de Chaco haya perdido 130.000 hectáreas en los últimos cuatro años y sea el territorio que sufrió más inundaciones en 2019. De suelos arcillosos, la pérdida de masa vegetal y sin las raíces, hace que se compacten más rápido y sean incapaces de absorber el agua proveniente de las lluvias.

Un dato regional es concluyente: donde hay el monte nativo los suelos absorben 300 milímetros de agua por hora; con pastura convencional y presencia de ganado 100 mm. y un campo de soja apenas absorbe 30 mm. por hora.

El avance de la frontera agrícola-ganadera en el Gran Chaco agudiza además una silenciada crisis humanitaria. Los pueblos originarios en esa región padecen desnutrición proteico-calórica, anemia, tuberculosis, chagas, malaria y con frecuencia sus niños menores de cinco años fallecen por falta de alimentos, parasitosis intestinal o problemas pulmonares.

Las comunidades aborígenes de la región padecen desnutrición, carencia de agua y una pobreza sin límites.

Otro de sus padecimientos agudos es la carencia de agua. En la parte argentina del Gran Chaco, más del 60% de la población no cuenta con acceso al agua segura en su domicilio y esas cifras son aún mayores en Bolivia, Paraguay y Brasil, donde rondan el 80%.

El avance de la industria agro-ganadera y maderera sobre el territorio del Gran Chaco ha despojado a las comunidades aborígenes de buena parte de las tierras que utilizaban para cazar, criar ganado y recolectar alimentos.

EL GRAN DESCONOCIDO

El Gran Chaco es sobre todo, un enorme desconocido. Su extensa superficie, su riquísima fauna y flora, la extraordinaria diversidad de pueblos indígenas y culturas, han sido opacadas por sus excepcionales vecinos: la selva amazónica y la monumental cordillera de los Andes.

A eso se suma una población muy dispersa y la carencia general de infraestructuras lo que lo transforma en un territorio todavía poco explorado por científicos, investigadores y viajeros y escasamente atendido por los medios de repercusión internacional.

Mientras continúe prevaleciendo la búsqueda desenfrenada de mayores ganancias por parte de  terratenientes y corporaciones agroalimentarias que gozan de inoperancia cómplice de los gobiernos, los bosques del Gran Chaco seguirán siendo presa de la voracidad de un sistema crematístico que deja tras su paso,  desastres ambientales, miseria y privación de futuro.

Se hace imperiosa la atención de la crisis humanitaria y ambiental que oculta el Gran Chaco. Para ello es imprescindible llevar a cabo con una gran campaña de concientización y educación para que la ciudadanía de los cuatro países implicados contribuya a presionar a sus gobiernos para detener la deforestación del segundo gran bosque sudamericano y rescatar del silencio a las comunidades locales “invisibilizadas” bajo el ‘progreso de las topadoras y el sonido de las motosierras’.