Una reflexión sobre ciudades que enferman

14 sep 2020

Su historia tiene ritmo de vértigo y es tan fuerte y ejemplar como su decisión de hacerse oir.

Con tan sólo 11 años, Malala tenía un blog en el que escribía con el seudónimo de Gul Makai y denunciaba el pánico que se vivía bajo el terror del extremismo talibán, que había prohibido en el valle del Swat, noroeste de Pakistán, la asistencia de las niñas, a la escuela.

Malala Yousafzai, una voz que mueve conciencias.

En 2012, a sus 15 años, Malala recibió disparos en su cabeza, cuello y hombro por parte de un militante del Talibán, mientras se dirigía a su casa desde la escuela, por su defensa del derecho de las mujeres a educarse. Las heridas que recibió fueron gravísimas.

Esa mañana había sentido miedo de ir porque el Talibán había lanzado un edicto prohibiendo a las niñas concurrir a la escuela. Pero fue igual como otras 11 de las 27 compañeras.

La noticia de su atentado recorrió el mundo. Una prueba más de la barbarie talibán. Su vida estuvo en serio riesgo. Milagrosamente pudo recuperarse y abandonó Pakistán para refugiarse con su familia –amenazada de muerte– en Birmingham (Inglaterra).

Fue sometida a varias operaciones para restituir la capacidad auditiva de uno de sus oídos y reconectar un nervio facial que le devolviese el movimiento a una parte de su rostro.

En 2013 recibió el premio National Youth Peace Prize (que ahora lleva su nombre) y el premio Sajarov, siendo considerada una de las “100 personas más influyentes del mundo”. Ese mismo año se presentó ante el pleno de la Asamblea las Naciones Unidas para exigir educación para todos los niños del mundo.

En 2014, a los 17 años se convirtió en la persona más joven en ganar el premio Nobel de la Paz. Desde entonces escribió un libro, creó una fundación para la construcción de escuelas y promovió la integración de los refugiados.

En 2017, aceptó una beca para estudiar en Oxford.

En 2020, es una flamante egresada de la licenciatura en Filosofía, Política y Economía de esa prestigiosa universidad británica.

UNA VOZ QUE MUEVE CONCIENCIAS

Malala cree en el poder de la voz y sabe del poder que tiene no callar. Tras haber pagado casi con su vida, uno de sus primeros logros fue que el gobierno de su país ratificase el derecho universal a la educación.

“Cuando dices la verdad, no debes temer a nada” confesaba Malala Yousafzai durante una entrevista realizada recientemente por la periodista y escritora mexicana Lidya Cacho. “La primera vez que hablas eres ignorado, la segunda podrían ignorarte otra vez, pero si continuas, la gente comienza a hablar de tus problemas… Es importante hablar, si no lo haces el cambio jamás va a ocurrir”.

La joven pakistaní se ha fijado una meta: lograr que los derechos a la educación sean universales para todos los niños del mundo. El valor de la educación le fue inculcado desde temprano por su padre, Ziauddin Yousafzai, un diplomático paquistaní y activista social comprometido que estableció una red de escuelas privadas en su país y ha sido un defensor de los derechos a la educación.

Junto a él, fundó el Malala Fund, una organización benéfica dedicada a dar a cada niña la oportunidad de alcanzar el futuro que elija. En ella trabaja invirtiendo en educadores y activistas locales de educación, que son “las personas que mejor entienden a las niñas en sus comunidades, en las regiones donde la mayoría de las niñas se están perdiendo la escuela secundaria”.

La Fundación desarrolla una intensa actividad con educadores de India, Nigeria, Pakistán, Brasil, Siria, Afganistán, etc. “Hablar de mi derecho a la educación era mi responsabilidad y mi deber”. Y sabe que su deber ahora es hablar por los que no tienen voz, porque están silenciados.

Malala quiere recorrer el mundo y ampliar su voz en favor del acceso de las niñas a la educación.

Cuando celebró su 16º cumpleaños lo hizo con un discurso frente a una asamblea de jóvenes en la sede central de Naciones Unidas en Nueva York. Allí hizo oír su voz: “Un niño, un maestro, un libro, un lápiz pueden cambiar el mundo”. Y fue ovacionada.

Malala rememora ese momento: “Cuando vi a 400 jóvenes de más de 100 países me dije: no sólo le estoy hablando a funcionarios de EEUU y otros países. Le estoy hablando a todas las personas del mundo… A veces somos una individualidad y no sabemos si nuestra vos va a tener un impacto, pero cuando unimos las manos y todas las voces, el eco retumba alrededor del mundo”.

Pese a la dureza de su experiencia, Malala no guarda rencor. En su primera entrevista en profundidad después del ataque, conversó con la BBC e insistió en la necesidad de entablar un diálogo con los extremistas como el único camino para alcanzar la paz.

Cree en la palabra y en el diálogo tan firmemente como cree en la necesidad de defender sus derechos: “Aún recuerdo cuando me desperté esa mañana del 15 de enero de 2009 cuando anunciaron que ninguna niña tendría permiso de ir a la escuela”. Entre 2007 y 2009, un grupo de extremistas talibanes se había hecho fuerte en su región y comenzó a implementar e imponer sus rígidas ‘normas islamistas’, que –como sostiene Malala– “realmente no existen en el Islam, como la prohibición de la educación femenina”.

Me sentía indefensa, sin esperanza. –rememora la joven activista– Pensaba: ‘Me están quitando mi derecho a la educación, a aprender’. Esto no sólo implicaba no saber leer y escribir, sino también negarme el derecho a un futuro”.

Cuando los talibanes destruyeron más de 400 escuelas, ella sintió la obligación de defender su derecho a la educación, de manifestar que eso estaba muy mal, que iba en contra de su cultura, del Islam y de los derechos humanos.

“Lo que he aprendido en mi vida es que cuando hay una tragedia, cuando aparece gente armada que utiliza la fuerza y la violencia para intentar hacer callar al resto y hacer que la paz desaparezca de sus vidas, lo que quieren es que permanezcas en esa situación para siempre. Para contraatacar hay que alzar la voz, intentar poner de tu parte”.

Supo entonces que ella y todas esas niñas jamás tendrían la oportunidad de desarrollarse como mujeres ni tener un papel en la sociedad. Y que para lograrlo, necesitaban hacerse oír. Tenía entonces 11 años.

El resto es una asombrosa y conocida historia de activismo a favor del derecho a la educación en la infancia, especialmente para las niñas.

UN LLAMADO A LOS JOVENES LATINOAMERIaCANOS

Durante su estancia reciente en México, Malala insistió en hacer un llamado a los jóvenes de América latina: “Es importante hablar. Si nadie lo hace, nada cambia. Para que se dé un cambio alguien tiene que hacer algo. Mi mensaje para todos los jóvenes latinoamericanos es que deberían creer en sí mismos y hacerse oír”.

Coincidiendo con su amiga Greta Thunberg, Malala cree que no hay que esperar hasta ser adulto para cambiar las cosas: “Puedes cambiarlas ahora. Deseo que los jóvenes crean en su propia voz y en sus acciones.  A todas las jóvenes de México, América Latina y del mundo: crean en ustedes mismas, en sus voces, en sus acciones. Hablen, manifiéstense, protesten por el cambio climático, salgan a defender sus derechos, su acceso a la educación y a la igualdad de oportunidades”.

Dos voces para la esperanza: Greta y Malala en su encuentro en Oxford.

Su voz –como la de Greta– es potente y esperanzadora: “Si suman esfuerzos, el impacto será más grande. Estoy con ustedes, las apoyo, me uno a su lucha por un mundo de paz e igualdad. Podemos hacerlo realidad. Podemos cambiar el discurso, los debates, los temas de conversación y, sin dudas, podemos cambiar al mundo”.

Sus coincidencias con Greta son evidentes: la misma decisión, el mismo coraje, los mismos sueños. “Greta es la única amiga por la que faltaría a clases. Gracias @gretathunberg”, escribió en su cuenta de Twitter, tras su encuentro en Oxford.

Cuando Jennifer Cassidy, una profesora de ciencias políticas en Oxford, las vio juntas escribió: “Salgo de mi clase y en la calle de arriba veo a Malala y Greta Thunberg conversando afuera… Dos poderosas jóvenes que luchan por la justicia, la verdad y la igualdad para todos”.

Stefan Reichwein, fotógrafo de la naturaleza y seguidor de ambas, publicó en Twitter: “Inspiración pura y esperanza… el mundo necesita de mujeres como ustedes”.

Si queremos alcanzar un mundo mejor, Malala pone el acento en la importancia de empoderar a las mujeres, una mitad de la población mundial con fuertes postergaciones en sus derechos: “El mundo no avanza si a la mitad de la población la hacen retroceder. Para mejorar la sociedad y la comunidad es muy importante empoderar a las mujeres”.

La joven pakistaní tiene presente que los millones de niñas en el mundo no asisten a la escuela ni acceden a la educación. En un discurso ante los Ministros de Educación y Desarrollo del G7, en julio de 2019 les recordó: “Las niñas tienen el poder de impulsar las economías, crear empleos, hacer que las comunidades sean más seguras e impulsar la industria. Pero casi mil millones de niñas y mujeres jóvenes carecen de la educación y las habilidades que necesitan para triunfar en el mundo rápidamente cambiante en el que vivimos”.

Y reclamó una vez más a los líderes mundiales: “Necesitamos que ayuden a garantizar 12 años de educación para cada niña, en cada comunidad, en todos los países del mundo… Si reciben educación, las niñas podrían llenar los vacíos de la fuerza laboral y agregar hasta u$s 30 billones a la economía global. Pero para ver estos beneficios, necesitamos que se revierta la disminución actual de la financiación para la educación”.

Ese es su sueño, esa es su misión y para ello tiene un arma poderosa: su voz.