Afrontar la transformación urbana no es hoy una elección destinada a mejorar nuestras condiciones cotidianas de vida, sino una exigencia imperiosa que el cambio climático nos impone, si queremos evitar sus peores consecuencias.
Históricamente, las ciudades han operado como motores de progreso social y desarrollo económico. Han abierto nuevas oportunidades para alcanzar economías de escala, nuevos empleos y mejores condiciones de vida.
Pero su realidad actual es muy distinta y plantea la necesidad de cambios urgentes. Concentran el 55% de la población mundial (70% en 30 años), consumen más del 70% de los recursos y casi el 80% de la energía producida en el mundo. Son responsables del 70 % de los desechos mundiales y de más del 70% de las emisiones de CO2.
Es cierto que en ellas se genera el 55% del PIB. Pero cuántos datos duros más se necesitan para advertir que son una parte importante del problema y que el camino para la recuperación del Planeta pasa por una transformación profunda de nuestro modelo de ciudades.
En septiembre pasado, FAO dio a conocer a conocer durante la Asamblea General de ONU, su iniciativa “Ciudades verdes” a fin de contribuir desde la perspectiva de los sistemas agroalimentarios a la transformación de las zonas áreas urbanas y periurbanas. Y afrontar el desafío de cambiar el rumbo actual insostenible de la urbanización hacia ciudades más verdes que ofrezcan mejores condiciones y oportunidades de vida.
En un informe anterior, FAO se planteaba esa pregunta con relación a las ciudades de los países en desarrollo que soportan un crecimiento sin precedentes. Las cifras son explosivas:
Las dificultades provienen del rumbo que ha tomado esa urbanización. En los países desarrollados el proceso llevó siglos, empujado por la industrialización y un lento mejoramiento de los ingresos. Europa ya tiene el 75% de la población viviendo en ciudades, y EEUU el 82%. En sus inicios, se vio impulsado por las migraciones del campo a la ciudad y en las últimas décadas, por la migración internacional.
En el mundo en desarrollo, el proceso es vertiginoso y se está produciendo en solo tres generaciones, bajo el impulso de un abandono masivo de la vida rural. El hambre, la pobreza, la inseguridad, la carencia de servicios básicos y la concentración agroalimentaria han terminado por expulsar del campo a fuertes contingentes humanos que desatan una urbanización caótica e insostenible.
A ello debe agregarse la fuerte expansión de la natalidad que da como resultado una explosión demográfica en esos países, junto a un aumento del desempleo y la inseguridad alimentaria. Dos de las ciudades más pobres como Kinshasa (R.D. Congo) y Dakha (Bangladesh) con 15 y 9 millones de habitantes, están entre las que crecen más rápidamente en el mundo y se prevé que serán megalópolis antes del 2040.
El 85% de la población pobre de América Latina, y casi la mitad de la de África y Asia, se concentra en ciudades y centros urbanos. Según Naciones Unidas, en los próximos cinco años, la población urbana de los países menos avanzados de Asia podría pasar de 90 millones a 150 millones de personas.
Si consideramos que hoy hay unos 1.000 millones de personas hacinadas en slums o barriadas paupérrimas, sin acceso a los servicios básicos de salud, agua y sanidad, de los que unos 770 millones carecen de empleo o son trabajadores temporarios con ingresos insuficientes, puede comprenderse el mayúsculo desafío global que enfrentamos.
Se hace necesaria una transformación urbana que contribuya a mitigar los efectos del cambio climático. Como ha señalado el Director General de la FAO, Qu Dongyu, el papel de las ciudades es esencial pero ello requiere un cambio de enfoque: “Si queremos que las ciudades sean más verdes, resilientes y regeneradoras, tenemos que replantearnos el diseño y la gestión de las zonas urbanas y periurbanas… Ahora que tan solo quedan 10 años para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible necesitamos un cambio de mentalidad profundo y debemos remodelar nuestros enfoques institucionales”.
El futuro pasa más que nunca por las ciudades, pero deberemos hacer un enorme esfuerzo por humanizarlas. Y ese cambio es perentorio. El cemento deberá dejar paso a otro modelo urbano más enfocado en las personas y la naturaleza.
Como señala el eco-arquitecto estadounidense Mitchell Joachim, “vivimos en sociedades contaminadas y abarrotadas, tenemos estrés y una calidad de vida que se resiente. Para romper eso, hay que involucrar a los ciudadanos cuando diseñemos las (nuevas) ciudades”.
Según muchos de los urbanistas que están pensando/proyectando esas ‘ciudades del futuro’ coinciden en algunas características singulares que tendrán que tener:
La capacidad de transformación urbana hacia “ciudades verdes” suele asociarse a una eco-arquitectura de alta tecnología, con capacidad económica para realizar las enormes inversiones que implican. Pero las exigencias del cambio climático no pueden dejar fuera de esa transformación a las urbes de los países en desarrollo de bajos ingresos.
La planificación allí requiere adaptaciones que tomen en cuenta dimensiones sociales y económicas absolutamente distintas. Un ejemplo de ello surge de las propias soluciones creativas que la propia población urbana pobre ha desarrollado para fortalecer sus comunidades y mejorar su vida, como son las huertas urbanas y periurbanas que atienden simultáneamente las necesidades de seguridad alimentaria y cobertura verde.
Se estima que 360 millones de habitantes de los centros urbanos en África y América Latina practican suministran alimentos a sus familias y obtener ingresos por la venta de sus productos agrícolas, sobre todo de horticultura.
Si una parte importante de la población urbana pobre, que llega desde las zonas rurales, con una cierta práctica de la horticultura como medio de subsistencia y supervivencia, un impulso de los gobiernos para dar incentivos, insumos y capacitación a ‘agricultores urbanos’ de bajos ingresos en las grandes urbes de África y América Latina contribuiría a fortalecer los alimentos de cercanía, mejorar la nutrición y favorecer el desarrollo de ciudades más verdes, tal como señala FAO. Sin embargo, en muchos países buena parte de ese sector suele ser informal y en ocasiones, ilegal.
Otro elemento a tener en cuenta es que en muchos países pobres, donde la infraestructura básica está sin desarrollarse y en una fase de desarrollo inicial, una planificación urbana “innovadora y verde” permitiría realizarla, sin los costos que el mundo desarrollado debe afrontar para reconvertir la existente.
Un futuro mejor para las ciudades del mundo en desarrollo no solo es obligatorio sino posible. Naciones Unidas advirtió hace años acerca de los riesgos de una “tugurización” de las ciudades, en especial las del mundo en desarrollo en condiciones de expansión demográfica.
En los próximos decenios, gobiernos y comunidad internacional deberán crear las condiciones para desviar la urbanización de su rumbo insostenible actual y poner el foco en ciudades que ofrezcan oportunidades de una vida mejor para sus habitantes.
A lo largo del siglo XX se hizo cada vez más evidente un proceso de creciente ruptura de las ciudades con la naturaleza. Construidas bajo el paradigma del automóvil, fueron sumando problemas de contaminación, congestión, inseguridad en un paulatino y creciente desapego del bienestar de sus habitantes como eje de su desarrollo.
Según Naciones Unidas, en el 2030 –apenas una década– habrá 5.000 millones de personas viviendo en megalópolis. Con un “deadline” tan perentorio, la realidad exige que nuestros espacios urbanos deban reinventarse y ello implica un gigantesco desafío para diseñar las ciudades del futuro. Si no lo hacemos, la naturaleza en su momento hará el ajuste.