El cambio climático exige una drástica transformación urbana

14 ene 2021

Afrontar la transformación urbana no es hoy una elección destinada a mejorar nuestras condiciones cotidianas de vida, sino una exigencia imperiosa que el cambio climático nos impone, si queremos evitar sus peores consecuencias.

Históricamente, las ciudades han operado como motores de progreso social y desarrollo económico. Han abierto nuevas oportunidades para alcanzar economías de escala, nuevos empleos y mejores condiciones de vida.

Pero su realidad actual es muy distinta y plantea la necesidad de cambios urgentes. Concentran el 55% de la población mundial (70% en 30 años), consumen más del 70% de los recursos y casi el 80% de la energía producida en el mundo. Son responsables del 70 % de los desechos mundiales y de más del 70% de las emisiones de CO2.

Es cierto que en ellas se genera el 55% del PIB. Pero cuántos datos duros más se necesitan para advertir que son una parte importante del problema y que el camino para la recuperación del Planeta pasa por una transformación profunda de nuestro modelo de ciudades.

¿Ciudades de sufrimiento o de oportunidades?

En septiembre pasado, FAO dio a conocer a conocer durante la Asamblea General de ONU, su iniciativa “Ciudades verdes” a fin de contribuir desde la perspectiva de los sistemas agroalimentarios a la transformación de las zonas áreas urbanas y periurbanas. Y afrontar el desafío de cambiar el rumbo actual insostenible de la urbanización hacia ciudades más verdes que ofrezcan mejores condiciones y oportunidades de vida.

En un informe anterior, FAO se planteaba esa pregunta con relación a las ciudades de los países en desarrollo que soportan un crecimiento sin precedentes. Las cifras son explosivas:

  • En 2010, unos 2.000 millones de personas (40% de la población del mundo en desarrollo) era urbana;
  • En una década la velocidad de su crecimiento casi duplicó el ritmo del crecimiento demográfico total;
  • En 2020 superó los 2.500 millones, lo que equivale a casi cinco ciudades nuevas del tamaño de Beijing cada 12 meses;
  • Para 2025, se estima que más de la mitad de la población del mundo en desarrollo (3.500 millones de personas) será urbana.
  • La mayor parte de las ciudades de crecimiento más acelerado están en países de bajos ingresos de Asia y África, de población joven.
  • En los próximos 10 años, el número actual de habitantes urbanos del África subsahariana habrá crecido de 320 a 460 millones (casi 45%).

Las dificultades provienen del rumbo que ha tomado esa urbanización. En los países desarrollados el proceso llevó siglos, empujado por la industrialización y un lento mejoramiento de los ingresos. Europa ya tiene el 75% de la población viviendo en ciudades, y EEUU el 82%. En sus inicios, se vio impulsado por las migraciones del campo a la ciudad y en las últimas décadas, por la migración internacional.

En el mundo en desarrollo, el proceso es vertiginoso y se está produciendo en solo tres generaciones, bajo el impulso de un abandono masivo de la vida rural. El hambre, la pobreza, la inseguridad, la carencia de servicios básicos y la concentración agroalimentaria han terminado por expulsar del campo a fuertes contingentes humanos que desatan una urbanización caótica e insostenible.

En el mundo en desarrollo, el proceso es vertiginoso y provoca una urbanización caótica e insostenible.

A ello debe agregarse la fuerte expansión de la natalidad que da como resultado una explosión demográfica en esos países, junto a un aumento del desempleo y la inseguridad alimentaria. Dos de las ciudades más pobres como Kinshasa (R.D. Congo) y Dakha (Bangladesh) con 15 y 9 millones de habitantes, están entre las que crecen más rápidamente en el mundo y se prevé que serán megalópolis antes del 2040.

El 85% de la población pobre de América Latina, y casi la mitad de la de África y Asia, se concentra en ciudades y centros urbanos. Según Naciones Unidas, en los próximos cinco años, la población urbana de los países menos avanzados de Asia podría pasar de 90 millones a 150 millones de personas.

Si consideramos que hoy hay unos 1.000 millones de personas hacinadas en slums o barriadas paupérrimas, sin acceso a los servicios básicos de salud, agua y sanidad, de los que unos 770 millones carecen de empleo o son trabajadores temporarios con ingresos insuficientes, puede comprenderse el mayúsculo desafío global que enfrentamos.

DEL CEMENTO A LA NATURALEZA

Se hace necesaria una transformación urbana que contribuya a mitigar los efectos del cambio climático. Como ha señalado el Director General de la FAO, Qu Dongyu, el papel de las ciudades es esencial pero ello requiere un cambio de enfoque: “Si queremos que las ciudades sean más verdes, resilientes y regeneradoras, tenemos que replantearnos el diseño y la gestión de las zonas urbanas y periurbanas… Ahora que tan solo quedan 10 años para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible necesitamos un cambio de mentalidad profundo y debemos remodelar nuestros enfoques institucionales”.

El futuro pasa más que nunca por las ciudades, pero deberemos hacer un enorme esfuerzo por humanizarlas. Y ese cambio es perentorio. El cemento deberá dejar paso a otro modelo urbano más enfocado en las personas y la naturaleza.

Como señala el eco-arquitecto estadounidense Mitchell Joachim, “vivimos en sociedades contaminadas y abarrotadas, tenemos estrés y una calidad de vida que se resiente. Para romper eso, hay que involucrar a los ciudadanos cuando diseñemos las (nuevas) ciudades”.

“Si queremos que las ciudades sean más verdes, resilientes y regeneradoras… necesitamos un cambio de mentalidad profundo”- Qu Dongyu, Director General de FAO.

Según muchos de los urbanistas que están pensando/proyectando esas ‘ciudades del futuro’ coinciden en algunas características singulares que tendrán que tener:

  1. Deberán ser densas y compactas (para reducir su ocupación territorial, facilitar su manejo, desalojar espacios para el reverdecimiento, lo que requerirá un eficiente sistema de transporte público).
  2. Deberán operar bajo el criterio de cercanía y accesibilidad (lo que permitirá que las interacciones sociales sean más potentes, que el trabajo, el entretenimiento y la vivienda impliquen poca distancia entre sí y que se gane espacio para la integración de la gente con la naturaleza).
  3. Deberán ser verticales (como resultado de los dos criterios anteriores, las ciudades deberán más compactas y crecer en vertical, para permitir la reducción del uso del automóvil, que fue el parámetro del diseño de nuestras ciudades. La verticalidad de los edificios permitirá que confluyan espacios de ocio, deporte, cultura, etc).
  4. Deberán utilizar nuevos materiales (se trata de uno de los desafíos más interesantes de la arquitectura del futuro en tanto se requieren materiales de construcción con aditivos, más resistentes, más livianos menos contaminantes, lo que supondrá un mayor utilización de materiales de origen biológico) (Ver Más Azul n°5, Feb. 2020, “El futuro de las ciudades II: La vuelta a la naturaleza”).
  5. Deberán ser verdes (tanto en la planificación de amplios espacios de naturaleza y grandes parques que operen como bosques urbanos –Ver Más Azul n°13, oct 2020, “Bosques urbanos”– como en su incorporación a los propios edificios como jardines colgantes, paredes como el Bosco Verticale que plasmara Stefano Boeri en Milán y jardines, parques y huertos en el techo de los edificios).
  6. Deberán ser energéticamente eficientes (la incorporación de tecnología existente como LED, sensores de movimiento y una red eléctrica inteligente (smart grids) permitirá reducir hasta un 60% del actual consumo energético con el consiguiente ahorro de costos y menor contaminación. El ahorro de energía también provendrá de los propios edificios que la generan a partir de renovables y de la arquitectura bioclimática. El ‘big data’ será vital en la gestión de la señalización urbana. La experiencia de Copenhague muestra todo lo que es posible realizar incluso con la calefacción en las ciudades – Ver Más Azul n°6, marzo 2020, Copenhague planea convertirse en carbono neutral para 2025”).
  7. Deberán replantear la movilidad (el rol del automóvil será motivo de reformas urbanas profundas, debido a la enorme contaminación que provoca no solo por los combustibles fósiles sino por sus neumáticos, etc. y el gran espacio que ocupa. El uso del vehículo particular deberá ser desalentado fuertemente. Los vehículos deberán ser eléctricos y autónomos, lo que supondrá un importante ahorro para las familias –costo del vehículo, mantención, seguros, etc.– con una creciente utilización de coches autónomos. La tendencia a compartir reducirá la propiedad individual de vehículos y popularizará el uso de los autónomos como taxis (reduciendo la flota). La movilidad urbana requerirá un servicio de transporte público eficiente y de bajo costo (ya hay experiencias de gratuidad completa en varias ciudades) que deberá completarse con una red de trenes de levitación magnética, ultrarrápidos y silenciosos).
  8. Deberán ser limpias (uno de los enormes problemas actuales es la gestión de los residuos urbanos y la contaminación provenientes de ellos. A los aportes de una reducción del consumo ciudadano, de una regulación severa sobre la industria para reducir su generación de residuos, deberá planificarse el envío de los mismos de forma directa a los centros de reciclaje por tuberías subterráneas, de modo de eliminar su recolección con la consiguiente reducción de ruido, contaminación y costo de transporte).
  9. Deberán ser intensivas en tecnología para la vivienda (se prevé que en cada uno de los hogares, la inteligencia artificial y la robótica tengan una especial importancia no solo en la asistencia y ayuda para el desarrollo de las actividades cotidianas sino que utilizarán inteligencia artificial basada en sensores para verificar el bienestar y la salud de los ocupantes, tal como lo desarrollan en Woven, la ciudad-incubadora de Toyota, proyectada por Bjarke Ingels. Las tecnologías del futuro buscarán potenciar la conexión entre las personas, los edificios y los vehículos, en un entorno de sostenibilidad –Ver Más Azul n°10, julio 2020, “Woven la ciudad Toyota del futuro”, n°10, julio 2020).
  10. Deberán ser sostenibles y convocar al uso público (las nuevas ciudades deberán tender a que su infraestructura básica esté bajo tierra, tanto en lo concerniente a energía, sistemas de filtrado y recuperación de agua de lluvia, recolección de basura, etc. La recuperación de la naturaleza implica reducción –y electrificación– de los vehículos, reducción de ‘parkings’, aumento del espacio público peatonal y del uso de bicicleta, etc. Paulatinamente la compactación urbana y la apertura de espacios para la naturaleza impondrán una ruptura del sistema tradicional de calles, apareciendo tres vías de circulación diversas: para vehículos autónomos; para distintos tipos de micro movilidad (bicicletas, scooters, etc) de circulación a una velocidad reducida y un tercer tipo de calle exclusiva para caminantes y destinada a la tranquilidad, el ocio y los paseos. Estas dos últimas fuertemente vinculadas a la inmersión en la naturaleza).
La apertura de espacios verdes permitirá a los ciudadanos una verdadera ‘inmersión en la naturaleza’ .

Ciudades más verdes para todos

La capacidad de transformación urbana hacia “ciudades verdes” suele asociarse a una eco-arquitectura de alta tecnología, con capacidad económica para realizar las enormes inversiones que implican. Pero las exigencias del cambio climático no pueden dejar fuera de esa transformación a las urbes de los países en desarrollo de bajos ingresos.

La planificación allí requiere adaptaciones que tomen en cuenta dimensiones sociales y económicas absolutamente distintas. Un ejemplo de ello surge de las propias soluciones creativas que la propia población urbana pobre ha desarrollado para fortalecer sus comunidades y mejorar su vida, como son las huertas urbanas y periurbanas que atienden simultáneamente las necesidades de seguridad alimentaria y cobertura verde.

Se estima que 360 millones de habitantes de los centros urbanos en África y América Latina practican suministran alimentos a sus familias y obtener ingresos por la venta de sus productos agrícolas, sobre todo de horticultura.

Si una parte importante de la población urbana pobre, que llega desde las zonas rurales, con una cierta práctica de la horticultura como medio de subsistencia y supervivencia, un impulso de los gobiernos para dar incentivos, insumos y capacitación a ‘agricultores urbanos’ de bajos ingresos en las grandes urbes de África y América Latina contribuiría a fortalecer los alimentos de cercanía, mejorar la nutrición y favorecer el desarrollo de ciudades más verdes, tal como señala FAO. Sin embargo, en muchos países buena parte de ese sector suele ser informal y en ocasiones, ilegal.

Otro elemento a tener en cuenta es que en muchos países pobres, donde la infraestructura básica está sin desarrollarse y en una fase de desarrollo inicial, una planificación urbana “innovadora y verde” permitiría realizarla, sin los costos que el mundo desarrollado debe afrontar para reconvertir la existente.

Un futuro mejor para las ciudades del mundo en desarrollo no solo es obligatorio sino posible. Naciones Unidas advirtió hace años acerca de los riesgos de una “tugurización” de las ciudades, en especial las del mundo en desarrollo en condiciones de expansión demográfica.

En los próximos decenios, gobiernos y comunidad internacional deberán crear las condiciones para desviar la urbanización de su rumbo insostenible actual y poner el foco en ciudades que ofrezcan oportunidades de una vida mejor para sus habitantes.

A lo largo del siglo XX se hizo cada vez más evidente un proceso de creciente ruptura de las ciudades con la naturaleza. Construidas bajo el paradigma del automóvil, fueron sumando problemas de contaminación, congestión, inseguridad en un paulatino y creciente desapego del bienestar de sus habitantes como eje de su desarrollo.

Según Naciones Unidas, en el 2030 –apenas una década– habrá 5.000 millones de personas viviendo en megalópolis. Con un “deadline” tan perentorio, la realidad exige que nuestros espacios urbanos deban reinventarse y ello implica un gigantesco desafío para diseñar las ciudades del futuro. Si no lo hacemos, la naturaleza en su momento hará el ajuste.