Sin esperanzas en Honduras, represión en Guatemala y la “solución Bukele”

14 abr 2021

Antonio López Crespo

Director

La ola de migrantes desde Centroamérica hacia EEUU no cesa. Y el número crece pese a todo.

A finales de marzo pasado, un nuevo grupo de migrantes partió de Honduras rumbo a EEUU. Empezaron a concentrarse en la terminal de autobuses de San Pedro Sula, para conformar una nueva caravana hacia EEUU. Ante el anuncio, el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, declaró el estado de prevención para detenerlos en la frontera.

No importan las imágenes estremecedoras que circularon en todos los medios de comunicación, donde un pescador reclama desesperadamente para que la policía fronteriza estadounidense ayude a una pareja de hondureños arrastrados por las aguas en el río Bravo: “Se están ahogando, malditos. ¿No tienen chalecos salvavidas? ¿Nada? Se están ahogando los dos…”. Los policías permanecieron sin hacer nada. Los cuerpos aparecieron sin vida flotando más tarde aguas abajo.

Tampoco detienen las caravanas, las imágenes de la brutalidad del ejército y la policía de México y Guatemala reprimiendo a migrantes solo armados de sus pocas pertenencias y con niños en brazos. Ni las de los familiares en los primeros días de marzo pasado, recibiendo los restos de 16 guatemaltecos ejecutados y calcinados en el norte de México por la policía de ese país.

Brutalidad militar para detener a migrantes solo ‘armados’ con sus pocas pertenencias y niños en brazos.

Pero no es necesario preguntarse qué puede empujar a esos migrantes a afrontar tales riesgos. Begoña Rodríguez Pecino, del equipo de comunicación de Ayuda en Acción, lo define de manera precisa y conmovedora: “El pasado octubre, hileras formadas por miles de personas cruzando ríos y puentes, durmiendo a la intemperie y huyendo con lo puesto copaban portadas de periódicos y abrían telediarios en medios de todo el mundo. En estas caravanas de migrantes, como fueron bautizadas, viajaban miles de ciudadanos centroamericanos que habían abandonado su país rumbo a Estados Unidos. Hoy, aunque los focos ya no les apunten con tanto interés, las caravanas se siguen sucediendo y no dejarán de hacerlo, pues no existen muros lo suficientemente altos cuando se trata de salvar la vida”.

En ese contexto exaspera escuchar a ‘expertos’ haciendo interminables disquisiciones entre migración legal e ilegal; hablando de soluciones formales y burocráticas, o en el mejor de los casos, de cooperación y ‘asistencia a los migrantes’, cuando el número de personas que pasan hambre en Centroamérica se ha multiplicado casi por cuatro en los últimos dos años.

Los migrantes son y han sido moneda de infinitas negociaciones políticas donde el drama humano no cuenta. El racismo y supremacismo blanco de Trump no alcanzó para detener las caravanas, pese a la ‘toma de niños’ como “prisioneros” del conflicto migratorio. Biden, en su puja electoral, prometió una política más humana hacia los refugiados, pero acaso ¿tuvo en cuenta la repercusión de sus palabras en los oídos de los desesperados?

El aumento de centroamericanos en la frontera de EEUU es vertiginoso desde que Biden llegó a la Casa Blanca. La Policía Fronteriza (CBP) informó en marzo que detiene unos 5.000 indocumentados por día en la frontera con México. En promedio, 500 de ellos son niños sin acompañantes. De seguir esta tendencia, el nuevo Gobierno alcanzaría el récord de deportaciones de la Administración Trump en mayo de 2019.

Ahora Biden les advierte que “no vengan”… Los migrantes deben quedarse en sus “hoyos” o “países de mierda” como los calificaba Trump, pero promete que EEUU ayudará a Honduras a luchar contra la migración ilegal”. (sic!!!)

Falta de “empatía y solidaridad” con gente que huye de condiciones extremas, después de haberlo perdido todo.

ESPERANZAS INFUNDADAS

En 1997, parecía asomar un momento de esperanza para los salvadoreños. Se celebraban las primeras elecciones legislativas y municipales de El Salvador Tras el fin de la guerra civil, se había realizado una elección presidencial (1994) en la que se había impuesto la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), que estaba en el Gobierno desde 1988, frente a una oposición que no había podido articularse.

Fundada en 1981 por el militar de extrema derecha Roberto d’Aubuisson, ARENA representaba los intereses de la derecha tradicional, aliada a grupos paramilitares y sectores del Ejército.

Para esas elecciones de 1997, fui nombrado como ‘observador Internacional’ para garantizar la transparencia de los resultados. Una serie de partidos se estaban consolidando y el FMLN –que había liderado la guerrilla durante la guerra civil– parecía estructurarse como un partido de izquierda y una opción democrática. Algunos de sus dirigentes se sentían próximos al PSOE español.

En el ’97, las elecciones terminaron prácticamente empatadas: ARENA 35% de los votos y FMLN 33% pero con más diputados. Al concluir los comicios, entrevisté a Schafik Hándal, uno de los cinco comandantes del FMLN. Me recibió armado, vestido con ropas militares y acompañado de algunos de sus acólitos. Era el arquetipo de un estalinista retrógrado, con una interpretación vetusta y autocrática del poder. No necesité entrevistar a d’Aubuisson, porque sus crímenes y su anticomunismo visceral lo precedían.

Sospeché que las esperanzas de democracia y desarrollo de los salvadoreños eran infundadas. Dos corrientes igual de extremas e igualmente desinteresadas por solucionar los verdaderos problemas de sus conciudadanos ocupaban la casi totalidad del escenario político. Lamentablemente no me equivoqué: durante más de 20 años se alternaron en el poder hasta llevar al país a un verdadero hoyo de corrupción, crimen organizado, inseguridad y pobreza crónica.

Tres abordajes distintos

La situación se repitió con matices en cada uno de los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica (Honduras, Guatemala y El Salvador,) de donde parte el grueso de los migrantes, además de Nicaragua. Para muchos de ellos, cualquier destino es mejor que quedarse en su país.

Pero hoy las circunstancias no son iguales en cada uno de esos países.

  1. En Honduras, la desesperanza no tiene fondo: Los números son escalofriantes. Cada día, desde Tegucigalpa, la capital hondureña, grupos de hasta 300 personas se arriesgan a recorrer 2.500 kilómetros llevados por los ‘coyotes’ que trafican por miles de dólares, un eventual acceso a las fronteras para llegar a México e intentar el ingreso a EEUU.

Las caravanas (la mayoría proviene de Honduras) han movilizado a más de 100.000 migrantes en los últimos meses. Unos 4.000 son detenidos diariamente en la frontera y unos 3.000 menores ‘internados’ en centros de detención gubernamentales de EEUU, en condiciones que han sido denunciadas por los organismos de derechos humanos.

Más de 17.000 menores sin padres han sido encontrados en la frontera en los últimos dos meses. La cifra aumentó un 60% y en marzo alcanzó a los 19.000 menores no acompañados, que por ley no pueden ser deportados. Este mismo mes un niño hondureño fue encontrado solo y llorando, tras haber caminando cuatro horas por el desierto en la noche tratando de seguir el paso de los adultos, hasta que no pudo más (video de RTVE, 7.4.21).

La gente huye de Honduras porque es uno de los países con mayor desigualdad social en América Latina, el continente más desigual del Planeta. Antes de la pandemia y de los devastadores huracanes del 2020, dos de cada tres hondureños vivían por debajo del umbral de la pobreza.

De los 9,5 millones de habitantes de Honduras, más de 800.000 migraron en 2019 (casi el 10% de la población) y más de la mitad eran mujeres (470.000). El 80% tiene como objetivo EEUU. Pero si no alcanzan ese destino, la desesperación los desparrama por México, Panamá, Costa Rica o Belice, generando un enorme impacto regional. O son ‘retornados’ a sus países donde vuelven a intentarlo.

Hay que recordar que las remesas que envían sus compatriotas a los familiares en Honduras representaron unos 4.000 millones de dólares, el 20% del PIB del país. Las remesas han sustituido al Estado en los últimos 30 años, mientras las élites gubernamentales centroamericanas se dedicaban a saquear sus países sin atender a su desarrollo y prosperidad.

  1. Guatemala, el viejo gendarme

En enero pasado, la policía antidisturbios y el ejército de Guatemala, reprimieron con violencia a una caravana de unos 4.000 migrantes centroamericanos –principalmente hondureños– en su camino hacia EEUU. Usaron gases lacrimógenos pese a haber niños y mujeres embarazadas y golpearon con palos a los integrantes del grupo.

El propio procurador de Derechos Humanos de Guatemala, Jordán Rodas Andrade, calificó el accionar de las fuerzas de seguridad contra los migrantes como “deplorable” y denunció la falta de “empatía y solidaridad” con gente que huye de condiciones extremas, después de haberlo perdido todo.

Ana Ortega, asesora de la Fundación alemana Friedrich Ebert en temas migratorios, que trabaja en derechos humanos para ONU-Honduras advierte de un fenómeno cada vez más visible: “la externalización de la frontera hacia el sur”.

Está claro que EEUU ha ejercido presión política sobre Guatemala y México para que los migrantes sean detenidos en los controles fronterizos de esos países y muy lejos de sus fronteras. La masacre de migrantes guatemaltecos cometidos por policías mexicanos en Tamaulipas en enero y la violenta actitud del ejército de Guatemala, confirman la puesta en marcha de esa nueva estrategia.

El Gobierno de Guatemala, ante la nueva caravana, anunció un estado de prevención en cinco de los 22 departamentos del país para contener por la fuerza a los migrantes que intenten pasar la frontera.

Iván Velásquez, que preside la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) cuestiona la idea del presidente Biden, de destinar u$s 4.000 millones a países de la región para atacar las causas de la emigración, como la pobreza o la violencia: “Esos u$s 4.000 millones no van a cambiar la realidad” y sostiene que “no se debe conceder ayuda económica si no hay un compromiso de los países por respetar el Estado de derecho y el fortalecimiento de la democracia”.

Debe recordarse que el gobierno de Honduras ha sido calificado de “narco-estado” en una investigación judicial en EEUU; que en Guatemala, las protestas exigen desde hace meses la renuncia del presidente Giammattei, acusado de “corrupción sistémica” y que en Nicaragua, el gobierno de Ortega ha desatado una dura represión contra sus opositores, mientras encabeza con Venezuela y Haití el ranking de los países más corruptos (International Transparency).

Durante la administración Trump, Guatemala firmó los Acuerdos de Cooperación de Asilo (ACA) junto a El Salvador y Honduras, permitiendo que EEUU pudiera deportar migrantes salvadoreños y hondureños hacia ese país.

Pese a que en febrero pasado, el gobierno Biden adelantó que rescinde esos acuerdos, la colaboración con Guatemala para que sus fuerzas armadas y de seguridad impidan el paso de las caravanas sigue vigente. EEUU intenta que el país recupere el rol de “viejo gendarme” de sus estrategias de seguridad nacional.

Lo mismo sucede con México que ‘oficialmente’ se niega a recibir a todas las familias de retorno (tema central de la reunión Biden-López Obrador) pero que, como destacó el nuevo inquilino de la Casa Blanca “Estamos en negociaciones con el presidente de México, creo que vamos a ver ese cambio: todos deberían volver”.

Los ‘razonables’ argumentos de la falta de espacios para albergar a los migrantes o los impedimentos legales para detener a los menores de las caravanas maquillan una decisión tomada: las caravanas no deberán cruzar la frontera. La masacre de Tamaulipas es la respuesta descarnada de lo que puede suceder…

  1. El Salvador y la “solución Bukele”

Pero algo está cambiando y se esparce silenciosamente entre los centroamericanos. Con razón, Ana Ortega (ONU-Honduras) señala que para limitar las caravanas los gobiernos tendrían que cambiar las condiciones de vida aquí para que la gente se quede. Pero lo único que se les ocurre son campañas de advertencia de los peligros en las rutas de escape. Como si no lo supieran ya”.

En febrero de 2019 hizo su irrupción en la política centroamericana Nayib Bukele, elegido Presidente de El Salvador con el 53% de los votos. El fenómeno Bukele terminó por consolidarse el pasado mes de febrero en las elecciones legislativas y municipales cuando logró el 66,5% de los votos con su partido Nuevas Ideas al que debe sumarse el 5% de su aliado Gana, más otros aliados menores. El tremendo resultado sepultaba  un largo ciclo de gobiernos ineficientes, corruptos y a espaldas de la ciudadanía, tanto de Arena como del FMLN (reducidos ahora al 12 y 7 % del electorado).

La ‘sorpresa Bukele’ debe ser observada detenidamente. Pragmático y alejado de falsos clichés ideológicos, es acusado por la derecha como de “izquierda radical”, por provenir de las filas del FMNL y poner el acento de su acción en los sectores más desfavorecidos y considerado un “neoliberal” por la izquierda latinoamericana, por su firme condena a las dictaduras de Cuba y Venezuela.

Busca fortalecer la relación con EEUU, el principal socio comercial de El Salvador y donde viven más de dos millones de salvadoreños, pero no duda en rechazar la presión estadounidense oponiéndose al reconocimiento de Taiwán, atento al rol protagónico de China en la política global.

En los primeros 20 meses de trabajo logró mejorar la seguridad pública y reducir a casi la cuarta parte el número de homicidios, en un país asolado por las “maras” criminales. No lo hizo a sangre y fuego sino como resultado de un Plan Control Territorial (PCT) que articuló cuidadosamente.

El nuevo Hospital El Salvador es el más grande de la región para atender exclusivamente a pacientes con COVID-19.

Contra la tradición latinoamericana, Bukele, cree en la planificación de largo plazo. Su Plan estratégico Cuscatlán es una bocanada de aire fresco en la política regional, tanto por sus sólidos fundamentos teóricos como por sus líneas de acción principales.

Cuscatlán es un programa de desarrollo integral del país con cinco grandes objetivos: 1. Franja Pacífico (puertos, aeropuertos, líneas ferroviarias); 2. Franja del Norte (modernización del agro); 3. Mi nueva escuela (revaloración de la educación); 4. Proyecto Dalton (programa juvenil-educativo de 20.000 becas completas para la formación de jóvenes salvadoreños a nivel internacional y 5. Eliminación de Partida Secreta y creación de CICIES –junto a la ONU y la OEA– para combatir la corrupción estatal. El programa contempla además una vasta serie de iniciativas y mejoras en educación, seguridad, protección civil y salud.

La respuesta del ‘fenómeno Bukele’ a la emergencia de los desastres naturales (inundaciones, tormentas tropicales) con destrucción de viviendas, fue la entrega de una nueva vivienda a quienes la habían perdido, de forma gratuita y con todos los servicios. Para el resto de los afectados se distribuyeron millones de cajas  alimentarias.

Las escuelas del sistema público recibieron 1,2 millones de computadoras portátiles para los estudiantes, incluyendo tablets para los más pequeños. Ante la pandemia y frente a un sistema de salud paupérrimo, logró la mejora de los 30 hospitales públicos, más de la construcción del Hospital El Salvador, como centro de salud especializado.

Nayib Bukele puede ser un fulgurante y efímero fenómeno de la política centroamericana o mostrar el “camino” hacia la solución del drama histórico de la región.

Los intereses que está tocando en un territorio tradicionalmente sumiso a las estrategias más lamentables de EEUU, no lo hacen fácil. Las urgencias de los reclamos sociales y económicos tampoco. Pero vale la pena abrirle un crédito a la esperanza, como lo ha hecho el pueblo de El Salvador.

“La solución Bukele” a las migraciones es clara. Requiere que EEUU abandone “el concepto de Triángulo Norte para referirse a los flujos migratorios procedentes de la frontera sur… si Washington quiere abordar seriamente la migración en la frontera sur, debería abandonar el concepto y trabajar con sus socios de todos los tiempos para impulsar soluciones probadas”. Que no son otras que desarrollo y equidad.

Su descripción de la actual situación es integral y descarnada: “Honduras sigue siendo un país ‘inestable’, con una violencia de pandillas arraigada, pobreza profunda, malas cosechas y daños devastadores por huracanes… Muchos hondureños ven la migración casi como una forma de protesta, un rechazo a la élite política del país, que tiene vínculos cada vez más evidentes con las drogas”.

Bukele también aborda la situación de Guatemala, país que, a su juicio, “tiene las redes de contrabando más desarrolladas, una alta tasa de desempleo y una población joven. Los coyotes (traficantes) en las áreas rurales han estado capitalizando el deseo de reunificación familiar, los fracasos de la agricultura de subsistencia en medio de la sequía y el cambio climático”.

Sobre su propio país considera que las “olas migratorias han respondido en gran medida a la violencia e inseguridad de las pandillas en los últimos años”. Para él, inseguridad y condiciones económicas son las principales razones que provocan la migración de salvadoreños hacia destinos como EEUU: “Las principales razones de la migración son la inseguridad y la falta de oportunidades económicas. La migración solo disminuirá si resolvemos esas dos cosas… la gente no quiere irse de sus casas ni dejar a sus familias, pero la falta de oportunidades y de seguridad hace que tengan que irse”.