El mundo camina hacia una masiva crisis de hambre

Antonio López Crespo

Director

10 jun 2022

Incluso antes de que las tropas rusas invadieran Ucrania y se involucraran en la guerra del Dombás, el mundo advertía el peligro de una crisis alimentaria global.

Rusia y Ucrania juntas significan casi un tercio de las exportaciones mundiales de trigo y cebada. El aumento de su precio se ha disparado desde el conflicto militar (28% trigo; 29% cebada) y se extiende a otros cereales y aceites comestibles (15% maíz; 75% aceite de girasol) y fertilizantes.

Trigo maduro en otoño en un gran campo en Siberia, Rusia.

Su producción proporciona alimentos para millones de personas en el mundo. Países como Libia y Egipto dependen en casi dos tercios y Líbano y Túnez en casi la mitad de los cereales ruso-ucranianos. Ese suministro está hoy detenido. Ucrania ha minado las aguas del Mar Negro y Rusia bloquea los puertos de Mariupol y Odessa.

Desde 2014 (6/4), la guerra del Dombás ha enfrentado al gobierno ucraniano y fuerzas separatistas rusas que se declararon independientes, creando las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, reconocidas por Rusia tres días antes de su intervención militar.

Pero esa guerra no es la única causa de la crisis alimentaria que se avecina. Antes del conflicto, el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA) ya había advertido que 2022 sería un año de perspectivas alimentarias terribles.

Bienvenidos al cambio climático

Veamos el escenario completo. El Cuerno de África devastado por su peor sequía en cuatro décadas (Ver Más Azul n° 32, mayo 2022, “20 millones de personas ante una nueva hambruna por sequía”). China –primer productor mundial– podría enfrentar la peor cosecha de su historia debido al retraso de la siembra por falta de lluvias en 2021. India –segundo productor mundial– soporta una secuencia de temperaturas extremas y falta de lluvias que amenaza con reducir el rendimiento de sus cosechas.

En EEUU, las planicies trigueras del sur sufren intensas temperaturas que reducen el rinde de los cultivos, tras varios meses de sequías. Kansas, el mayor estado productor, estimó que tendría la menor cosecha de trigo duro colorado de invierno desde 1996.

A medida que se acelera el calentamiento global, en el corazón de Europa, el fantasma de la sequía acecha. En Francia, 15 departamentos han restringido el agua y los agricultores advierten que la situación tendrá un impacto muy negativo en sus cosechas. El clima caluroso y seco de las últimas semanas podría afectar también a los cultivos de primavera (maíz, girasol, remolacha), así como al forraje necesario para alimentar al ganado.

Aunque todavía no se pueda hablar de catástrofe alimentaria, todos los signos de una sequía récord están ahí. Christiane Lambert, directora del FNSEA, el mayor sindicato agrícola de Francia, lo reconoce: “Ninguna región se ha salvado. Vemos que la tierra se resquebraja cada día. Ayer estuve en casa de un agricultor de la región del Puy-de-Dôme, en el centro de Francia,; estaba regando el trigo. Si las cosas siguen así, los agricultores que puedan regar sus cultivos podrán hacer frente a ello, pero los demás se enfrentarán a una drástica reducción de sus rendimientosDesde el pasado otoño hemos asistido a ‘enormes sequías’ en España y Portugal, y el mismo fenómeno se ha extendido al sur de Francia. Pero lo inusual de esta temporada es que la sequía está afectando a las regiones del norte del Loira”.

Funcionarios del Ministerio de Agricultura francés advierten: “Los cultivos de invierno, como el trigo y la cebada, que actualmente están creciendo (antes de su cultivo posterior), están empezando a experimentar condiciones que también afectarán a los rendimientos”.

El hambre no es el resultado de la guerra

El pasado 19 de mayo, el influyente The Economist, publicaba un informe con un título alarmante “La catástrofe alimentaria que se avecina”. Podría haberse reemplazado por “Otra vez el hambre” o “Bienvenidos al cambio climático”.

Un día antes, António Guterres, había advertido que los próximos meses amenazan con “el espectro de una escasez mundial de alimentos” que podría durar años. El Secretario General de Naciones Unidas, recordó un dato estremecedor: solo en los últimos dos años, el número de personas con inseguridad alimentaria grave se ha duplicado, pasando de 135 millones antes de la pandemia a 276 millones en la actualidad.

Por tanto, la causa no es la guerra, que sin duda agrava la situación. FAO ya había estimado que en 2021, cerca de 690 millones de personas padecían hambre en el mundo, es decir, 8,9% de la población mundial.

Pero Guterres hace un diagnóstico preciso y contundente sobre los millones de personas que viven en condiciones de hambruna: “Es un aumento de más del 500% desde 2016… estas aterradoras cifras están inextricablemente vinculadas a los conflictos, tanto como causa, como efecto. Si no alimentamos a la gente, nutrimos los conflictos”.

El hambre no es el resultado de la guerra. Tampoco lo es la posible escasez futura de alimentos. Los líderes mundiales deberían ver el hambre como un problema global que requiere una urgente solución global. Y cuyas causas residen en:

1.un sistema de producción y consumo meramente rentístico donde los valores humanos de justicia y solidaridad han sido borrados;

2.Décadas de absoluta desidia de los líderes mundiales para atender el deterioro climático, en pos de no reducir las ganancias corporativas, y

3.Una guerra irracional en Ucrania alimentada –como señaló Guterres– por el cinismo de la industria petrolera.

De esos tres factores provienen el hambre y una pobreza inacabable; una escasez de alimentos consecuencia de la crisis climática desatendida y la actitud criminal de la industria petrolera a lo largo de un siglo de contaminación y manipulación política.

No engañemos con nuevos argumentos mediáticos que solo pretenden alimentar la guerra sin develar las verdaderas causas del hambre, la pobreza y la inseguridad alimentaria.

Poner fin al hambre

Un proyecto conjunto del IFPRI y el Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible (IISD) se titula precisamente así: Poniendo fin al hambre: cuánto costaría”. Focaliza la atención y sus acciones en los hogares más vulnerables. Hace un cálculo: u$s 11.000 millones al año hasta el 2030. Es el único enfoque que apunta de manera exclusiva a acabar con el hambre.

El Marco de inversión para la nutrición” del Banco Mundial estima ese costo en u$s 7.000 millones anuales, hasta el año 2025, pero su enfoque no pretende eliminar el hambre, sino ver qué inversiones específicas se requerirían para una nutrición integral, en especial para los niños pequeños.

El derecho a la alimentación es un derecho humano. Por tanto, terminar con el hambre es una obligación de la comunidad internacional. Pero además su erradicación implicaría mayor productividad, mejor salud, menor cantidad de conflictos y la generación de enormes ganancias inmediatas y de largo plazo.

Pero para los “señores de la guerra” la estabilidad en paz implica perder un enorme negocio. De hecho, solo en los primeros dos meses y medio del conflicto en Ucrania los flujos de dinero en armas de EEUU y la UE hacia Ucrania superan los u$s 80.000 millones y el gasto militar de Rusia una cifra equivalente. Es decir entre ambas partes, más de 15 veces lo que se necesita para terminar con el hambre mundial.

La escasez de alimentos se agrava por las condiciones que impone el cambio climático –anticipo de lo que veremos empeorar cada año– y se agudiza por los intereses nacionales contrapuestos. Ucrania, crucial para el suministro mundial de alimentos, prohibió la exportación de trigo, en un esfuerzo por evitar la escasez. Rusia, advirtió que privilegiará el suministro a su población y que si bien no impondrá prohibiciones a la exportación, ésta quedará reducida a los excedentes.

A mediados de mayo, India suspendió las exportaciones debido a una alarmante ola de calor, lo que provocó que los precios del trigo subieran otro 6% sobre el 53% sumado desde principios de año. Unos 25 países decidieron restricciones a sus exportaciones de alimentos, por la guerra y casi la cuarta parte de las exportaciones de fertilizantes han corrido la misma suerte.

El aumento de los alimentos básicos está provocando que millones de personas no puedan asegurar su provisión de comida. Naciones Unidas estima que de los actuales 440 millones se podría pasar a 1600 millones”.

The Economist señala con un candor poco creíble: “Si, como es probable, la guerra se prolonga y los suministros de Rusia y Ucrania son limitados, cientos de millones de personas más podrían caer en la pobreza… el malestar político extenderse, los niños sufrir retrasos en el crecimiento y la gente morir de hambre”.

Ni una palabra sobre la responsabilidad de los que quieren e imponen que la guerra continúe… Y mucho menos sobre la responsabilidad de que el hambre y la miseria persistan en pleno siglo XXI. Pero sí una mención intencionada al pasar: “Putin no debe usar la comida como un arma”. Y Ucrania? Bien, gracias!

“El sistema financiero mundial les ha fallado cuando más lo necesitan. Y la solidaridad mundial ha desaparecido” (Guterres) Solo en el noreste de Nigeria 3,2 millones de personas no tienen suficiente comida.

La verdadera causa

Como alguna vez definió el ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, Europa padece una situación crónica de “vasallaje” en su relación con EEUU y no alcanza a diseñar una estrategia de autonomía propia. La excepción pareció asomar con la decisión política de la canciller alemana Angela Merkel, que con el apoyo del presidente de Francia, Emmanuel Macron, avanzaron con lucidez en dos frentes en esa dirección: 1. la consolidación del NordStream 2 para asegurar el suministro energético barato y seguro para la UE y 2. el Acuerdo de Inversiones UE-China (CAI), un ambicioso documento con su segundo socio comercial, que llevó más de siete años y 35 rondas de negociaciones.

Ambos movimientos tenían una doble finalidad: ganar una cierta cuota de autonomía y relevancia en el tablero geopolítico global y lograr incorporar a Rusia y China a una sociedad internacional confiable, que se salieran del esquema histérico de los EEUU de hegemonía (‘America First’) y retorno a la guerra fría.

Organismos europeos como el Real Instituto de Relaciones Internacionales (España) lo celebraron como un paso en la dirección correcta. El CAI era el reflejo de la estrategia europea que identificaba correctamente a China como un socio (competidor y rival), pero no como un enemigo. El Nord Stream 2 tenía el mismo sentido en la relación con Rusia. La UE mostraba su decisión de no esperar a Washington para avanzar en ambos acuerdos sin negarse a una mayor cooperación transatlántica.

Pero en EEUU decidieron “torpedear” ambos avances porque ponían en entredicho la “hegemonía mundial” pretendida por Washington. El Nord Stream 2 fue construido para duplicar los envíos de gas natural de Rusia a Alemania por el Mar Báltico, sustituyendo el habitual paso obligado por Ucrania, con un monumental ahorro para los europeos. Y desalojaba las posibilidades del gas proveniente del fracking que EEUU no sabe a quién vendérselo por sus altos costos de producción. El CAI por su parte, abría las puertas del gigantesco mercado chino a las empresas europeas y consolidaba una relación ganar-ganar, con el acuerdo más ambicioso en cuanto a la apertura de su economía, que China haya firmado con un tercer Estado o grupo de Estados.

En ambos casos la profundización de los vínculos entre Europa, China y Rusia, bajo marcos normativos que respetaban los valores e intereses democráticos europeos, daba pie a consolidar un cierto “soft power” europeo e influir en la construcción de un orden multipolar pacífico, como anticipara Mark Leonard en su libro “Porqué Europa liderará el siglo XXI” (Taurus 2005).

La respuesta de EEUU a los movimientos europeos de cierta autonomía fue demoledora. Su lobby sobre los representantes en el Parlamento Europeo de diversos países afines a su estrategia, arrastró a la UE al papelón de “suspender” el CAI cuatro meses de ser anunciado, tras 7 años de negociaciones, creando una insalvable desconfianza en las relaciones UE-China.

Con el gasoducto la cosa fue más lejos aún. El negocio del gas y el petróleo ruso hacia Europa –como puede comprobarse en estos días– es un negocio de enorme envergadura. En los dos primeros meses de la guerra en Ucrania, Alemania pagó a Rusia unos 9.100 millones de euros por las entregas de combustibles fósiles, lo que significa 150 millones de euros por día. Un estudio publicado por el Centro de Investigación sobre Energía y Aire Limpio de Finlandia estimó que Rusia ganó u$s 66.500 millones en apenas un mes (24/2 inicio de las hostilidades y 30/3), con las exportaciones de combustibles fósiles.

La propia dinámica del conflicto encareció los precios y en la actualidad, según Transport & Environment (T&E), la UE paga a Rusia por petróleo más de 260 millones de euros cada día (u$s 285 millones) por las importaciones de petróleo ruso, cuando el año pasado habían alcanzado los 187.499 millones de euros (104.000 de exportaciones rusas de crudo a Europa y Reino Unido y 43.400 millones de las compras de gas natural ruso).

EEUU no quiso quedar fuera de semejante ‘negocio’, aunque su intervención resultara en un colosal perjuicio para Europa, que ha comprometido ahora su seguridad energética y la bonanza de sus ciudadanos. Para ahuyentar cualquier tentación europea de retornar al Nord Stream2 , el presidente Biden no ha dudado en amenazar, durante una rueda de prensa el 7 de febrero pasado: “Si Rusia invadiera… entonces ya no habrá Nord Stream 2. Le pondremos fin”. Cuando una periodista indagó: “Pero, ¿cómo hará eso exactamente, dado que el proyecto está bajo el control de Alemania?”, Biden respondió: “Lo haremos, se lo prometo”.

Lo vergonzoso no era solo la petulancia de hablar sobre un proyecto ya ejecutado, a miles de kilómetros de distancia y fuera de su territorio, sino que lo hizo en presencia del canciller alemán Olaf Scholz, que no osó recordarle que el gasoducto es en todo caso, un problema alemán.

La opción para desarticular los movimientos de autonomía europea y apoderarse del negocio de los combustibles fósiles que la UE le compra a Rusia, ha sido forzar con todo tipo de provocaciones que la guerra del Dombás se ampliara. Llovieron las sanciones sobre Rusia como ya habían llovido sobre China en la era Trump.

Poco importan los daños colaterales en una guerra. Los grandes perjudicados son los europeos que ahora afrontan una posible recesión económica y un deterioro de sus condiciones de vida, así como el resto de la población mundial más vulnerable, que padecerá severas restricciones por el aumento de los costos de alimentos y energía.

EEUU desató una guerra para –como en su momento definió Trump–“defender los intereses de nuestro negocio” y obligar a Europa a abastecerse con su gas y no con el ruso que hoy cubre las necesidades europeas. Como señala Norberto Consani, director del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) “el gasoducto evidentemente favorece a los alemanes, a los rusos y obviamente está en contra de los intereses estratégicos estadounidenses”. Se trataba de un proyecto absolutamente beneficioso para la economía de Europa.

Aunque se multiplican las voces que claman por “deshacerse de la dependencia de los combustibles fósiles rusos”, la realidad es distinta y se impone sobre los discursos. Rusia suministró en 2021 el 30% del crudo y el 15% de los derivados del petróleo comprados por la UE. Como explica el ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner “No estamos pidiendo un embargo inmediato de todas las importaciones de combustibles fósiles, porque (sabemos) que no podríamos durar ni un solo mes!”.

El costo ambiental

Los agricultores ucranianos no tienen dónde almacenar su próxima cosecha, que comenzará este junio y carecen de combustible y mano de obra para implantar la siguiente. Rusia podría carecer de semillas y pesticidas que suele importar de la UE.

Los márgenes de beneficio adicional que podrían generarse en otros países productores por el aumento de los precios (Australia, Canadá, Pakistán, Argentina, Turquía, etc), desaparecen a manos del aumento de los precios de la energía y los fertilizantes.

Asoma una crisis de vastas consecuencias que puede derivar en un colapso alimentario global y en una hambruna masiva, sobre todo en algunos países y en particular, sobre los sectores más vulnerables. A los millones de posibles víctimas se suma el costo ambiental:

1.Multiplicación del uso de combustibles fósiles, 2. Ralentización del avance de las energías renovables; 3. Multiplicación del uso de fertilizantes químicos para asegurar mejores cosechas (ante la caída de los rindes por el cambio climático y las restricciones del conflicto bélico); 4. Recrudecimiento de nacionalismos trasnochados, cuando la lucha climática requiere conciencia planetaria; y 5. La presión de Washington para que la UE acate su estrategia de abandonar el suministro energético ruso (barato) y se provea del gas licuado proveniente de su fracking, incrementa las fuentes de contaminación (transporte marítimo) y obliga a Europa a modificar toda su infraestructura energética (construida del este al oeste) para recibir gas del otro lado del Atlántico, lo que atrasa las inversiones previstas en energías limpias.

Mientras algunos no comen, algunos estúpidos se divierten arrojándose millones de tomates (Tomatina-España)

Casi 1.000 millones Tn de alimentos terminan en la basura (Ver Más Azul n° 5, feb 2020, “Desperdicio de comida” y n° 26, nov 2021, “El irracional desperdicio de alimentos”). Una enorme cantidad de cereales se utiliza para alimentar animales. Los cereales constituyen el 13% de la alimentación seca del ganado. El año pasado, China importó 28 millones de toneladas de maíz (más del 3% de toda la producción mundial) para alimentar cerdos. Un 10% de todos los granos se usa para producir biocombustibles y el 18% de los aceites vegetales se destinan al biodiesel.

Quizás la irracionalidad de esta guerra sirva para reflexionar sobre la irracionalidad de nuestro sistema de convivencia, producción y consumo y la estupidez de llevar a la humanidad hacia el precipicio de la extinción (sea por una catástrofe climática o por una conflagración nuclear).