Nuestras ciudades presentan dos urgentes desafíos: su adaptación al incremento de fenómenos meteorológicos extremos que plantea el cambio climático y su adecuación a los inevitables cambios en movilidad, inteligencia artificial, energía, trabajo, etc. que afrontaremos en las próximas décadas.
En los tres últimos años, el número de fenómenos meteorológicos extremos se multiplicó y según los expertos de Naciones Unidas (IPCC) esa tendencia no dejará de crecer hasta mediados de siglo, aún logrando las metas previstas en el Acuerdo de París, algo que los científicos empiezan a considerar irrealizable. Y si no alcanzáramos esas metas de 1,5°C (o menos de 2°C) las consecuencias negativas serán irreversibles y algunas permanecerán durante siglos.
¿Por qué esos fenómenos extremos no dejan de acrecentarse? En su último informe, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) señala la responsabilidad de los seres humanos, culpables del incremento de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que son los que finalmente inciden en el aumento de la temperatura global.
Pero seamos precisos: esa atribución es excesivamente genérica. No son todos los seres humanos. Algunos (los más pobres y vulnerables) no generan emisiones. Los países menos desarrollados provocan emisiones mínimas. La mayor parte de las emisiones proviene de los países que componen el G7 (los más ricos del mundo) y está provocada por el uso de combustibles fósiles, la generación de energía por vías no renovables y las actividades industriales contaminantes. En resumen, por un modelo de producción y consumo absolutamente insostenible.
Como consecuencia, los fenómenos meteorológicos extremos continuarán proliferando, el hielo del Ártico disminuirá, el nivel del mar seguirá subiendo y la pérdida de biodiversidad se volverá incontrolable. Así describe la situación Antonio Guterres, el actual secretario general de la ONU: “Las campanas de alarma son ensordecedoras y la evidencia es irrefutable”.
Cuando hablamos de estos fenómenos ¿a qué nos estamos refiriendo? A olas de calor (el calor extremo, que se prolonga durante varios días las altas temperaturas, se está tornando cada vez más frecuente e intenso y deriva con frecuencia en incendios forestales); olas de frío (algo menos frecuentes que las de calor, aunque intensas); ciclones tropicales (en constante aumento en las últimas cuatro décadas, sobre todo los de mayor intensidad y poder destructivo, vinculados al aumento de la temperatura superficial del mar); lluvias torrenciales (en paralelo a un descenso de las precipitaciones globales a causa del cambio climático, aumenta la aparición de lluvias de gran intensidad que provocan inundaciones y desborde de ríos y represas, muy destructivas); y sequías (cada vez más profundas, que abarcan un mayor número de regiones y que impulsan migraciones masivas).
Esos fenómenos meteorológicos extremos tienen graves consecuencias, tanto sobre la vida humana como animal. El IPCC resalta la alta probabilidad de algunas de ellas: 1. Hambrunas sobre todo en regiones y sectores que dependen de la agricultura y de cierta estabilidad climática, para asegurar sus rendimientos. El deterioro de las cosechas puede generar crisis alimentaria y hambre en esas regiones; 2. Migraciones climáticas: En la actualidad, más de 20 millones de personas al año se ven obligadas a migrar de sus tierras por los efectos del cambio climático; 3. Deterioro de la calidad del agua: La frecuencia de inundaciones, ciclones e incendios forestales puede impactar negativamente en las fuentes hídricas; 4. Pérdida de biodiversidad: La fauna y flora sufre pérdidas importantes en cada incendio de bosques y alteraciones climáticas graves que afectan sus ecosistemas, poniendo en peligro a numerosas especies; y 5. Fuertes pérdidas humanas y económicas: para el Índice de Riesgo Climático 2021, ocho de los diez países más afectados por estos fenómenos son de bajos ingresos. El PNUMA estima que los daños les costarán a los países en desarrollo entre u$s 140.000 y 300.000 millones anuales para el año 2030 y muchísimo más en las dos décadas siguientes.
La población urbana no deja de crecer en el mundo. Las ciudades cada vez absorben a un porcentaje mayor de quienes viven en los distintos países. Según las proyecciones de ONU-Habitat, para 2035 la mayoría de la población mundial vivirá en áreas metropolitanas. Hoy el 60% de la población mundial es urbana, cifra que se elevará al 70% en 2050 (WB). Existen 1934 metrópolis (más de 300.000 habitantes).
Para Maimunah Mohd Sharif, directora ejecutiva de ONU-Hábitat, “las ciudades constituyen la “principal causa del cambio climático”. Consumen una gran parte del suministro energético mundial (78%), son responsables de casi el 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero y del 70% de los desechos mundiales.
Pero a la vez, como centros de pensamiento, innovación y creatividad, en ellas se genera el 55% del PIB global y deberían por tanto, ser los espacios donde se desarrollen las soluciones. Son una parte importante del problema y el camino para la recuperación del Planeta pasa por una transformación profunda y no ‘cosmética’, de nuestro modelo de ciudades.
Aunque solo ocupan menos del 2% de la superficie terrestre, su actividad es tan intensiva en población, producción, servicios, residuos, etc, que se convierten en verdaderos focos contaminantes y fuente de emisiones GEI.
Algunas grandes ciudades como Nueva York o México DF muestran niveles tan altos de contaminación por partículas de dióxido de nitrógeno (NO2), proveniente de la quema de combustibles fósiles (automóviles, industrias, calefacción, producción eléctrica, etc.) que forman gas ozono a nivel de suelo, altamente nocivo para la salud y que causa un importante número de muertes ciudadanas.
Nueva York alcanza cinco veces más contaminación que una población de igual tamaño en India, una de las naciones más contaminadas. Lo mismo sucede con ciudades de la UE de un millón de personas, que sufren seis veces más contaminación por dióxido de nitrógeno que una de igual población en India.
China ha sido el único país que, a partir de una nueva política ambiental, ha logrado avanzar rápidamente en la reducción de la contaminación en ciudades como Beijing y Shanghai, promoviendo la transición hacia las energías limpias, una paulatina reducción de las centrales de carbón y el estímulo a los autos eléctricos.
Las muertes cada año por contaminación urbana del aire suman unos 8,8 millones de personas en todo el mundo, que mueren prematuramente (las emisiones reducen la esperanza de vida promedio global en 2,9 años). Las muertes en el mundo por Covid-19 entre 2020 y 2021 sumaron unos 14,9 millones de personas (unos 7,5 millones año) según la OMS.
Es decir que cada año, la vida urbana actual provoca un número similar de víctimas por contaminación que la aterradora pandemia. Es llamativo el silencio casi absoluto sobre esas muertes que provocan vehículos, industrias y el uso de combustibles fósiles. ¿Seguiremos siendo cómplices?…
Por tanto, las ciudades representan uno de los grandes desafíos de la lucha contra el calentamiento global. Durante su participación en la COP26, Inger Andersen, directora del PNUMA, planteó la necesidad de avanzar en la transición hacia ciudades más sostenibles, encarando construcciones más eficientes desde el punto de vista ambiental.
“En nuevos edificios construimos el equivalente al tamaño de un París cada semana y si esa es la forma en la que se espera que nos expandamos, tenemos que pensar en cómo lo hacemos por el clima, la biodiversidad, la habitabilidad y la calidad de vida”, señaló Andersen. “Tenemos que construir mejor” y recordó que los edificios y construcciones son responsables del 37% de las emisiones de CO2, y que los materiales de construcción, como el cemento y otros, representan el 10% de las emisiones mundiales. (Ver Más Azul n°4, enero 2020, “Un París por semana”).
Los expertos estiman que el mundo registrará un déficit de infraestructuras para 2040 por valor de 15.000 millones de dólares. Por tanto, es perentorio que hagamos compatibles la intensa demanda de nuevos edificios con las exigencias de la lucha climática. Hay que tener en cuenta que más de la mitad de los edificios que se necesitarán para 2050 hoy no existen y deberán ser construidos. (Ver Más Azul n°8, mayo 2020, “Las mega-ciudades del futuro serán africanas”).
“La creación o adaptación de la próxima generación de ciudades resilientes y sostenibles –recuerda Steve Demetriou, CEO de Jacobs Engineering Group–, implicará un enorme cambio de enfoque… y esa es la oportunidad que se nos presenta…” Es que la oportunidad es manifiesta: si en el mundo desarrollado, gran parte de las infraestructuras civiles están envejecidas y requieren ser renovadas para cumplir eficientemente su finalidad, imaginemos el desafío y la oportunidad que supone para los países en desarrollo que suelen carecer de ellas y deben construirlas adecuadas al futuro. (Ver Más Azul n° 23, agosto 2021 “Construir ciudades adecuadas al futuro”)
La directora del PNUMA describe la actual y penosa situación: “Por cada dólar invertido en edificios energéticamente eficientes, vemos que 37 se destinan a edificios convencionales, que son energéticamente ineficientes. Tenemos que dejar de lado estos cambios graduales porque son demasiado lentos, necesitamos una verdadera transformación del sector. Tenemos que construir mejor”, y reclama a los gobiernos que sean más ambiciosos si se quiere cumplir la promesa de las cero emisiones. Hoy, sólo una veintena de países han incorporado medidas para exigir eficiencia energética de los edificios por lo que la mayoría de las construcciones futuras se seguirán realizando en países sin adecuación a las necesidades climáticas.
Sin embargo, la evolución de los fenómenos meteorológicos extremos muestra un horizonte que no podemos soslayar. Como dice Andersen “estamos desperdiciando una oportunidad porque no ponemos suficiente énfasis en la resiliencia; el típico edificio construido hoy seguirá en uso en 2070, y el impacto climático que tendrá que soportar la construcción será muy diferente”.
“La enorme huella de carbono creada por nuestras ciudades –sostiene Sharif– es el resultado de una mala planificación y diseño. La dispersión a los suburbios con pocos medios de transporte público y hogares alejados del trabajo y de los comercios produce un aumento de coches en las carreteras emitiendo dióxido de carbono. Además, la mayoría de los edificios siguen utilizando combustibles fósiles para cubrir sus necesidades energéticas”.
Por tanto, la transformación de las ciudades es uno de los más urgentes desafíos de la humanidad. Es cierto que hay adecuaciones urbanas en curso e innumerables ideas innovadoras al respecto. Pero el proceso es lento y no acompaña el ritmo imperioso de los requerimientos de adaptación.
A comienzos de este mes, Ester Higueras y Alicia Gomez Nieto, catedráticas de Urbanismo de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) publicaron un artículo “Oasis térmicos para adaptar las ciudades al calor” (The Conversation, 3.8.22) donde recuerdan que “el diseño urbano determina el microclima donde vivimos y, por tanto, modificarlo permite generar unas condiciones que nos permitan sobrellevar mejores las altas temperaturas” y plantean que en “una gran ciudad, las medidas bioclimáticas en el diseño urbano deben incluir los siguientes elementos de cara a combatir el calor: Espacios en sombra en las horas centrales del día; Espacios que generen canales de viento para las brisas; Espacios con fuentes y láminas de agua y Espacios con arbolado caduco con alta evapotranspiración”.
Y sintetizan su propuesta: “La estrategia de diseñar oasis térmicos urbanos tiene como meta generar un microclima propicio para el mayor número posible de días del año”. En estos espacios se combinarán todas las estrategias descritas: se instalarán estanques y fuentes y se colocará arbolado caduco alineado con la dirección del viento dominante en verano para crear canales de viento. Todo ello complementado por pavimentos de colores claros y suelos permeables en al menos un 75% de suelo total”.
Casi en simultáneo otros tres profesores de la misma Universidad española Julián Briz Escribano, Isabel de Felipe Boente y Teresa Briz, proponían en el mismo medio, el desarrollo de “Ciudades jardín contra el déficit de naturaleza urbano” (The Conversation, 3.8.22) donde plantean que las ciudades padecen lo que ellos llaman un “síndrome de déficit de naturaleza”, urbes que viven de espaldas a la naturaleza.
En su trabajo, plantean “El ideal urbano es una ciudad naturada, inundada de parques y jardines, avenidas arboladas, edificios envueltos en fachadas verdes y azoteas con invernaderos y huertos que reciclan los gases y el calor de la calefacción”.
Todo ello llevará sin duda a generar condiciones que nos permitan sobrellevar mejor nuestra vida en ciudades sometidas a altas temperaturas. En ambos casos, las propuestas se enmarcan en una cierta “intervención” en la ciudad, para mejorar sus actuales condiciones. Para la OMS, una vida saludable supone que los habitantes de las ciudades vivan en un entorno de naturaleza no más allá de 300 metros de su vivienda o actividad.
Para ello diversos urbanistas en todo el mundo (Wong Mun Summ, Richard Hassell, Carlo Ratti, Stefano Boeri, etc) han desarrollado soluciones integrales y de calado profundo, con infraestructuras verdes en horizontal o vertical, proyectando y construyendo edificios capaces de respirar de nuevo, para desarrollar mega ciudades que sean auténticas ciudades jardín del siglo XXI, densas y verticales y a la vez, sociables y sustentables (Ver Más Azul n°18,“Ciudades verdes: La propuesta de Woha”, marzo 2021); n°2, nov. 2019, “El futuro de las ciudades II: La vuelta a la naturaleza”); n°20, mayo 2021, “China crea más de 100 ecociudades).
Pero como advierte el grupo de científicos del clima reunidos en “Climate EndGame” (Ver en este mismo número) es necesario revisar los escenarios planteados por el cambio climático, ante la altísima probabilidad de que sean mucho más severos que las actuales estimaciones.
Las previsiones hechas por el IPCC a lo largo de años de sucesivos informes han operado en el entorno de alcanzar las metas del Acuerdo de París (1,5°C o menos de 2°C). Pero ese escenario preveía cumplimientos por parte de gobiernos y empresas que no se han cumplido. Es más, en los últimos tres años las emisiones de efecto invernadero han batido todos los récords.
Los últimos siete años han sido los más cálidos registrados desde se iniciaron las mediciones a mediados del siglo XIX; los gases de efecto invernadero acumulados en la atmósfera, alcanzaron un nuevo máximo mundial con una concentración creciente de CO2 de 416,4 partes por millón (2020), 419,05 ppm (2021) y 420,23 ppm (abril 2022). El nivel de acidificación del mar alcanza cotas que no se registraban en 26.000 años, lo que impacta en la vida de los océanos. El número y la duración de las sequías han aumentado un 29% en los últimos 20 años. Este año 2022 más de 2.300 millones de personas enfrentarán a falta de agua suficiente. (Ver Más Azul n°33, junio 2022, “El Planeta se acerca a un punto sin retorno”) Nos aproximamos a los 3,9°C e incluso a superar los 4°C lo que nos arroja a un mundo incierto de consecuencias impredecibles.
Si en lugar de reducciones muy drásticas, las emisiones se mantienen al nivel actual, el calentamiento será de 3,2°C en 2100. Pero si continúan aumentando el calentamiento podría superar los 4°C lo que implica una catástrofe ambiental de consecuencias imprevisibles. El Secretario de la ONU lo explica de manera contundente: “Hay una letanía de promesas climáticas incumplidas. Es un archivo de vergüenza el catálogo de promesas vacías que nos encaminan firmemente hacia un mundo inhabitable!”
La imprevisión de no considerar los escenarios más severos queda de manifiesto en un estudio de la Oficina Meteorológica del Reino Unido que estableció que la probabilidad de una temperatura de 40°C en su país, solo tenía un 1% de probabilidad. Antes de un año, esas estimaciones volaron por los aires: 40,3°C en un país donde menos del 5% de los hogares tienen aire acondicionado.
Si queremos afrontar un futuro posible, ya no basta mirar lo que nos sucede hoy… quizás haya que mirar más lejos.
Ver “Cambio climático y transformación urbana (II)” en el próximo número de septiembre