Equivale a la población total de Austria y supera al COVID-19

20 ago 2022

Cientos de millones de toneladas de sustancias tóxicas se emiten o vierten cada año al aire, el agua y el suelo. La producción de sustancias químicas se duplicó en el período 2000-2017 y se estima que volverá a duplicarse para 2030 y a triplicarse para 2050.

Casi el total de la población mundial (99%) respira un aire contaminado que supera los límites de calidad (OMS)

La industria química agudiza la emergencia climática en tanto consume más del 10% de los combustibles fósiles que se generan en el mundo y emite unos 3300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero (GEI) cada año.

Con esos incrementos, según el PNUMA, habrá un importante aumento de los riesgos ambientales con un empeoramiento de las consecuencias sobre la salud y la naturaleza. En la actualidad los datos ya son escandalosos: una cuarta parte de la carga mundial de morbilidad se atribuye a factores ambientales de riesgo evitables, debido a la exposición a la contaminación y las sustancias tóxicas. La mala calidad del aire propicia la aparición de enfermedades La exposición a sustancias tóxicas aumenta el riesgo de muerte prematura, intoxicación aguda, cáncer, enfermedades cardíacas y respiratorias, accidentes cerebro-vasculares, efectos adversos en los sistemas inmunológico, endocrino y reproductivo, anomalías congénitas y secuelas en el desarrollo neurológico de por vida.

La OMS, la agencia encargada de gestionar la salud mundial, velar por la salud pública mundial sostiene que es necesario frenar el uso de combustibles fósiles y dejar de seguir financiándolos, principal causa de las muertes por contaminación aérea, lo que permitiría evitar la muerte de al menos unos 7 millones de personas cada año.

Casi el total de la población mundial (99%) respira un aire contaminado que supera los límites de calidad establecidos por la OMS, poniendo en claro en peligro la salud colectiva.

Según surge de los resultados de su base de datos sobre la calidad del aire (Actualización 2022), pese a que más de 6.000 ciudades de 117 países vigilan en la actualidad la calidad del aire (casi seis veces más que en 2011), sin embargo, los habitantes de esas ciudades siguen respirando niveles insalubres de partículas finas y de dióxido de nitrógeno, lo que es especialmente significativo en países de ingresos medios y bajos.

Para actualizar las medidas de control, la OMS introduce por primera vez mediciones en tierra de las concentraciones medias anuales de dióxido de nitrógeno (NO2), un contaminante urbano común y precursor de las partículas y el ozono. También incluye mediciones de partículas con diámetros iguales o inferiores a 10 μm (PM10) o 2,5 μm (PM2,5), que son los grupos de contaminantes que se originan principalmente en las actividades relacionadas con la combustión fósil.

Por su parte, David R. Boyd, Relator Especial de Naciones Unidas sobre derechos humanos relacionadas con el disfrute de un medio ambiente limpio y sostenible, elaboró un trimestre atrás un Informe, con la colaboración de Marcos Orellana, Relator Especial sobre derechos humanos implicados en la gestión de sustancias y desechos peligrosos, donde sostienen que “mientras que la emergencia climática, la crisis mundial de la biodiversidad y la pandemia de enfermedad por coronavirus acaparan los titulares, la devastación que la contaminación y las sustancias peligrosas causan en la salud, los derechos humanos y la integridad de los ecosistemas sigue sin suscitar apenas atención”.

La dimensión del problema que denuncian es colosal: “la contaminación y las sustancias tóxicas causan al menos 9 millones de muertes prematuras, el doble del número de muertes causadas por la pandemia de COVID-19 durante sus primeros 18 meses. Una de cada seis muertes en el mundo está relacionada con enfermedades causadas por la contaminación, una cifra que triplica la suma de las muertes por sida, malaria y tuberculosis y multiplica por 15 las muertes ocasionadas por las guerras, los asesinatos y otras formas de violencia”.

Revelan que más de 750.000 trabajadores y trabajadoras mueren anualmente debido a la exposición a sustancias tóxicas en el entorno laboral, entre ellas materia particulada, amianto, arsénico y gases de escape de motores diesel.

“Nos estamos envenenando y estamos envenenando el Planeta –afirma David R. Boyd en su informe– y mientras la intoxicación de la Tierra se intensifica, sigue sin llamar la atención de la opinión pública. “La toxificación del Planeta Tierra se intensifica”, dice Boyd, y aunque hay algunas sustancias que se han prohibido o cuyo uso se está eliminando, la producción, el uso y el vertido de productos químicos peligrosos, sigue aumentando rápidamente.

El plomo causa un millón de muertes al año y daños irreversibles en la salud de millones de niños.

El mundo está pasando dificultades para hacer frente a las amenazas químicas de antes y de ahora”. Un ejemplo de ello es el plomo que pese a que se conoce de hace décadas su alta toxicidad, se sigue utilizando con devastadoras consecuencias para el desarrollo neurológico en la infancia. El plomo causa no solo cerca de un millón de muertes al año, sino daños irreversibles en la salud de millones de niños.

Otro grupo de sustancias de alta toxicidad (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, los alteradores endocrinos, los microplásticos, los plaguicidas neonicotinoides, los hidrocarburos aromáticos policíclicos, los residuos farmacéuticos y las nanopartículas) están generando gravísimos problemas en la población mundial.

Las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas son un grupo de miles de sustancias químicas de uso extendido en aplicaciones industriales y de consumo, como las espumas para sofocar incendios y los revestimientos hidrófugos y lipófobos para textiles, papel y utensilios de cocina. Tóxicas y bioacumulativas, pues se acumulan en los tejidos de los organismos vivos y aumentan su concentración según ascienden en la cadena alimentaria, se las conoce como “sustancias químicas eternas” (forever chemicals) por su capacidad de persistencia en el ambiente.

La casi totalidad de los habitantes de los países industrializados tienen sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas en su organismo, lo que provoca lesiones hepáticas, hipertensión, disminución de la respuesta inmunitaria y de la fertilidad, cáncer testicular y de riñón y menor peso de los recién nacidos.

La Unión Europea estima que los costos en salud derivados de estas sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas promedian unos 70.000 millones de euros anuales, a lo que deben sumarse otros 130.000 millones de euros en promedio para el tratamiento y recuperación del suelo y las aguas contaminadas.

Otras dos gigantescas fuentes de contaminación provienen de la industria de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), que producen enormes volúmenes de contaminación y sustancias químicas tóxicas, tanto en su extracción, procesamiento, distribución y quema; como de las industrias  petroquímica y del plástico, altamente contaminantes y que tienen a los combustibles fósiles como principal materia prima.

También la agricultura industrial tiene una alta incidencia contaminante del aire, el agua, el suelo y toda la cadena alimentaria a través del uso intensivo y descontrolado de plaguicidas, herbicidas, fertilizantes sintéticos y medicamentos peligrosos para la salud humana.

Como señala Naciones Unidas, otras industrias que aportan ingentes volúmenes de contaminación y sustancias tóxicas son la minería, la fundición, la industria manufacturera,  el sector textil, la construcción y el transporte. Los estudios de biomonitorización revelan la presencia de residuos de plaguicidas, ftalatos, pirorretardantes, sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, metales pesados y microplásticos en nuestro organismo.

Las “zonas de sacrificio” exponen a millones de personas del sur global a verdaderos cócteles químicos.

Todas esas sustancias tóxicas son parte de las causas de la actual crisis climática y de la pérdida acelerada de biodiversidad. Los contaminantes tóxicos están omnipresentes en nuestra realidad cotidiana. Hemos quedado expuestos a sustancias tóxicas desde que estamos en el vientre materno hasta cuando respiramos, comemos, bebemos o palpamos algo. Incluso se encuentran sustancias tóxicas en los recién nacidos.

En el informe de Boyd y Orellana se señala la existencia de “zonas de sacrificio” medioambientales, lugares donde la carga de la contaminación recae de forma desproporcionada sobre personas, grupos y comunidades que ya soportan el peso de la pobreza, la discriminación y la marginación sistémica.

Advierten que la gestión de desechos sin las debidas condiciones de seguridad (en especial el vertido de residuos tóxicos, su incineración al aire libre y el procesamiento informal de desechos electrónicos, baterías de plomo y plásticos, expone a cientos de millones de personas del sur global a cócteles químicos”, que ponen en grave peligro sus vidas.

Por ese motivo, el informe de los relatores de Naciones Unidas llama la atención de los gobiernos y empresas sobre la intoxicación que sufre el Planeta y las gravísimas consecuencias que ello tiene sobre la salud humana y el medioambiente.

Esas “zonas de sacrificio” no solo se multiplican al infinito en Asia, África y América Latina. Se calcula que en Europa hay 2,8 millones de sitios contaminados, mientras que en EEUU se contabilizan cientos de miles de emplazamientos bajo contaminación.

Como reclama el Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, “los problemas energéticos actuales ponen de manifiesto la importancia de acelerar la transición a sistemas energéticos más limpios y saludables… Los elevados precios de los combustibles fósiles, la seguridad energética y la urgencia de hacer frente al doble reto sanitario que suponen la contaminación del aire y el cambio climático ponen de manifiesto la urgente necesidad de avanzar más rápidamente hacia un mundo mucho menos dependiente de los combustibles fósiles”.