El consumo en nuestras manos

nov 2019

 La mezcla de apatía por conocer, ignorancia e hipocresía componen una parte del dignóstico de los que los humanos hemos aportado al deterioro ambiental. Es cotidiano oir la furibunda queja de lo que las grandes corporaciones y la industria global le han hecho al Planeta. Y casi siempre es muy cierto. Pero pocas veces oímos el mismo clamor acerca de nuestro propio consumo y nuestra complicidad.

Hagamos una simple cuenta. El número de líneas móviles ha superado el año pasado, por primera vez a la población mundial. Ya el número de usuarios únicos de telefonía móvil había alcanzado los 5.000 millones en 2017 pero el número de líneas (tarjetas SIM) sobrepasaba los 7.800 millones (103% de los habitantes del planeta, superando así la población mundial de 7.600 millones de personas).

Las previsiones es que las SIM que controlan dispositivos (alarmas, cámaras de seguridad, sensores, coches, etcétera) superarán los 25.000 millones en el 2025. La cantidad de conexiones globales de Internet de las Cosas (IoT) se triplicará para ese año.

El informe anual Mobile Economy de la GSMA, la asociación que organiza el Mobile World Congress (MWC) prevé que se añadirán casi 1.000 millones de usuarios de telefonía móvil en 2025, alcanzando los 5.900 millones de suscriptores y que se crecimiento estará impulsado por los países en desarrollo, particularmente Bangladesh, China, India, Indonesia y Pakistán, así como por los mercados de África Subsahariana y América Latina.

Cada día se venden en el mundo más de 4,14 millones de móviles. Ello implica 151 millones de aparatos por año, de los que casi 800.000 son ventas diarias de Samsung, líder mundial en este sector, con la china Huawei pisándole los talones, seguidos de Apple, Oppo, Vivo y Xiaomi.

Si observamos la evolución de las ventas de smartphones entre 2011 y 2018 descubriremos que en el Planeta hoy conviven unos 9.378 millones de dispositivos entre los que están en uso y los descartados, a los que deberíamos sumar una imprecisa cantidad de aparatos que han ido a parar antes del 2011, a los basureros tecnológicos repartidos por el mundo.

Número de smartphones vendidos a usuario final en el mundo 2011-2018 (en millones de unidades). Fuente: Statista

Alguna vez, el entonces comisionado europeo para el medioambiente, Janez Potocnik, reconoció que “se necesita una tonelada de mineral para sacar un gramo de oro. Pero se puede conseguir la misma cantidad reciclando los materiales de 41 teléfonos móviles”. Es decir que nuestro consumo de celulares implica 228.731 kilogramos de oro y la remoción de millones y millones de toneladas de material para extraerlo.

El oro se utiliza en los circuitos impresos, que son las placas donde van unidos los microchips. Las placas se bañan en oro antes de soldar el microchip, no solo para que suelden mejor sino para que se reduzca la resistencia de las placas al paso de la corriente eléctrica. Así lo explica Luis Hernández, profesor del departamento de ingeniería electrónica de la Universidad Carlos III de Madrid.

El oro, según el académico español, también se encuentra dentro de nuestro teléfono en forma de hilos finos que sirven para unir el silicio que hay dentro de un chip con unos puntos de conexión situados, de igual forma, en el interior del componente electrónico. Y si el fabricante de móviles desea alargar la vida de los botones y teclas, tiene la opción de establecer las conexiones a partir del uso de oro.

“No al oro, sí a la vida” decía una campaña demagógica hace algunos años en la Patagonia argentina, mientras los manifestantes que se oponían a la apertura de una mina, se hacían selfies con sus celulares y se conectaban con sus amigos a través de las redes sociales.

Pongámosnos de acuerdo: si usamos oro, exijamos que su extracción se realice con los mayores cuidados medioambientales o, de lo contrario, eliminemos su uso. Pero sepamos que, en ese caso, deberemos abandonar también televisores, computadoras y todos los equipos electrónicos, que utilizan el 8% del oro que se extrae de la Tierra.

También deberíamos abandonar los vuelos en avión ya que el oro recubre la cabina de los pilotos para desviar los efectos dañinos de los rayos solares y resistir las temperaturas extremas. Tampoco habría exploración espacial ya que el interior de esas naves espaciales está recubierta de oro para reflejar la radiación infrarroja y estabilizar la temperatura, algo que también está presente en los cascos de los astronautas.

En la construcción se le da un uso vinculado al ahorro energético, ya que se utiliza para recubrir con una lámina delgada las ventanas de los edificios nuevos, porque permite reflejar un alto porcentaje de calor sin disminuir la luz, y su costo adicional se compensa con una sustantiva reducción del uso del aire acondicionado. Eso sin contar su uso en el campo de la medicina.