La estrategia de las corporaciones choca con el virus

jul 2020

La crisis de contaminación plástica que abruma nuestros océanos y abarrota los vertederos de todo el mundo, se ha convertido en un peligro y creciente desafío para el clima del Planeta.

Pese a que su ciclo de vida amenaza la capacidad de la Tierra para mantener el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5°C, las industrias petroquímica y plástica planean expandir su producción.

Los plásticos más usados y conocidos fueron elaborados por primera vez durante los años 30 (polietileno, poliestireno y nylon), seguidos por el polipropileno a partir de 1950. En la actualidad, el plástico de mayor intensidad de uso (envases alimentarios) es el tereftalato de polietileno (PET).

Datos duros

Desde 1950, se han fabricado unos 8.300 millones de toneladas de plástico. Solo los fabricantes de bebidas producen más de 500.000 millones de botellas de plástico de un solo uso cada año.

Desde 1950, se han fabricado unos 8.300 millones de toneladas de plástico.

En la última década hemos producido más plástico que en todo el siglo pasado. En 2019 rondó los 400 millones de toneladas y las previsiones del futuro son desalentadoras: se estima que la producción de plástico aumente a 700 millones de toneladas para 2030 y a 1.800 millones para el año 2050.

EEUU es el país que genera la mayor cantidad de basura de plástico per cápita. China y el resto de Asia son responsables del 44% de la producción mundial de plásticos, EEUU y Europa del 40% y el 16% restante proviene de África, América Latina y Oceanía.

De esa gigantesca producción sólo el 9 % del plástico usado en el mundo se recicla, el 12 % se incinera y el 79 % de la basura generada por el plástico se encuentra en vertederos o arrojada en medio de la naturaleza. Ocho millones de toneladas anuales de plástico terminan en los océanos.

En 2019, la producción e incineración de plástico sumó a la atmósfera más de 850 millones de toneladas métricas de gases de efecto invernadero, según el estudio Plastic & Climate The Hidden Costs of a Plastic Planet realizado por el Centro de Derecho Ambiental Internacional (CIEL) a cuya versión completa pueden acceder en esta edición (Ver Sección ‘Informes’).

Esa emisión de GEI equivale a lo que contaminan 189 centrales eléctricas de carbón de 500 megavatios. Si la industria logra su objetivo de incrementar la producción y uso de plástico –tal como lo proyectan–, las emisiones para el 2030 podrían alcanzar las 1,34 gigatoneladas anuales, lo que significaría emitir lo mismo que unas 295 nuevas centrales eléctricas de carbón de 500 megavatios.

Esa actividad implicaría que, para 2050, las emisiones podrían llegar a superar las 56 gigatoneladas anuales, poniéndonos en rumbo hacia el abismo.

Se hace imperioso, por tanto, detener el “tsunami” de plástico que la industria está preparando. Para ello hay que conocer el proceso en curso, advertir los movimientos estratégicos y tácticos que están realizando las empresas contaminantes y actuar, desde cada uno de nuestros lugares.

Contaminación que no cesa

El plástico contamina en todo su proceso. Emite gases de efecto invernadero en cada etapa de su ciclo de vida: en su inicio, durante la extracción y transporte como combustible fósil; luego en el proceso de refinación y fabricación; más tarde, en la gestión de los residuos plásticos, y por último, en su desastroso impacto en la naturaleza (océanos, ríos, lagos, etc) como desecho tóxico.

Ese prolongado impacto climático del plástico ha sido subestimado en parte, por la extraordinaria expansión de su uso durante el siglo XX. Gracias a su versatilidad, su descubrimiento aportó mejoras en diversos campos (salubridad, acceso, durabilidad, etc). Pero esa misma versatilidad y una concepción crematística de la producción y el consumo, multiplicó su utilización hasta niveles demenciales. Ello provocó los daños al medioambiente que hoy registramos y que la industria pretende aún incrementar.

Una concepción crematística de la producción y el consumo multiplicó su utilización hasta niveles demenciales.

A nivel mundial, las emisiones para producir etileno fueron en 2015, entre 184,3 y 213 millones de toneladas métricas de CO2, equivalente a la contaminación de 45 millones de vehículos. Solo las 24 plantas de etileno de EEUU produjeron 17,5 millones de toneladas métricas de CO2, lo mismo que casi 4 millones de automotores.

Los impactos climáticos del plástico son reales, significativos, y requieren atención y acción urgentes. Es lo que sostiene la investigación del CIEL, que alienta a gobiernos, organizaciones sin fines de lucro, inversores y ciudadanía a detener la expansión prevista.

Reducir la producción y el uso de plástico y terminar con la extracción de combustibles fósiles constituyen dos piezas centrales y críticas, si queremos abordar con éxito la crisis climática.

Pero la industria del plástico se prepara para crecer. En EEUU, alentados por los privilegios y concesiones que le otorga la Administración Trump, la industria petrolera, petroquímica y de plástico planifica una enorme expansión. Al menos así lo proyectaba hasta que llegó la pandemia.

A lo largo de esta última década, el costo de producir nuevos plásticos se mantuvo bajo, debido a los subsidios otorgados a la industria de combustibles fósiles. Muchos de sus costos iniciales estaban cubiertos por los subsidios al gas –su insumo básico– proveniente del fracking.

La expansión en marcha

Las plantas de plástico requieren etano, un hidrocarburo proveniente del gas natural para convertirlo en etileno, un componente básico de los plásticos. Por eso, la producción de plástico y la industria petroquímica está concentrada en EEUU, en la región del Golfo de México y en el valle del río Ohio, próximo a los principales campos de fracking estadounidenses.

Shell decidió construir, a orillas del río Ohio, el Complejo Petroquímico de Pensilvania, una enorme planta petroquímica para procesar etano, con capacidad para producir 1,6 millones de toneladas de plástico cada año. La unidad de derivados de polietileno está dirigida a la producción de empaques, envases de alimentos, botellas de bebidas y  autopartes.

Sasol, la corporación sudafricana, es otra de las empresas dispuesta a abrir siete nuevas plantas de plástico como parte del plan de incremento de la producción. Cada unidad con una capacidad de 300.000 toneladas por año de óxido de etileno debía producir dos productos principales: tensioactivos, ingrediente activo de muchos productos de limpieza doméstica e industrial; y etilenglicoles, utilizados para hacer fibra de poliester para ropa, tapicería y alfombras, así como anticongelante de motor y refrigerantes.

Las dos primeras fueron terminadas a lo largo de 2019 y las restantes estaban previstas para principios de 2020 pero fueron demoradas por una demanda colectiva de un grupo de inversores que tuvieron pérdidas importantes por la expansión en medio de la crisis sanitaria.

La planta de Shell en Singapur, ya concluida en 2015, para expandir el plástico de envases y botellas en Asia.

La taiwanesa Formosa Plastics Corp. logró en enero, permisos para un complejo de expansión de 14 nuevas plantas, en Baton Rouge, Louisiana, básicamente para la producción de PVC.

Exxon Mobil planificó una nueva planta de etileno en su refinería de Baytown (Texas) –la segunda más grande del país– con capacidad para generar emisiones anuales de 1,4 millones de toneladas de GEI, equivalentes a agregar 800.000 nuevos vehículos a la carretera.

Estos son solo cuatro ejemplos de los más de 300 nuevos proyectos petroquímicos en construcción en EEUU, para incrementar la producción de plásticos. La lista es extensa… Dentro y fuera de EEUU.

Del fracking al coronavirus

Gracias al auge del fracking, EEUU recuperó su autosuficiencia energética y comenzó a disponer de abundante gas natural barato. La industria del plástico de ese país se frotó las manos ante el escenario favorable que se les presentaba y los gigantes energéticos estadounidenses empezaron a invertir miles de millones de dólares en la construcción de nuevas plantas para transformar ese gas en plástico.

Había una explicación: el mundo se alejaba lentamente de los combustibles fósiles como fuente de energía y los cuestionamientos en todo el Planeta se agudizaban. El plástico aparecía entonces –para las mismas corporaciones– como un reemplazo factible y una generosa fuente de ingresos para ir sustituyendo al petróleo.

Hasta la pandemia de coronavirus, todo indicaba que EEUU preparaba una explosión de nueva producción de plásticos de proporciones colosales. Según información del Consejo Americano de Química, a comienzos de este año estaban autorizadas o en curso 343 nuevas plantas. A nivel mundial, preveían lograr que la demanda de plástico se expandiera en las próximas décadas, con un incremento de producción del 33% en los próximos cinco años, y del 300% para 2050.

Envases sobre envases y bolsas para trasladar envases: generamos montañas irracionales de basura plástica.

Pero el brote de coronavirus hizo que la industria petrolera no solo mostrara dificultades a corto plazo –que requirieron el “salvataje” imperdonable de los gobiernos de EEUU y la UE– sino que reveló debilidades estructurales. Como señala Carroll Muffett, presidente del CIEL: “Lo que estamos viendo es que, independientemente de cómo se desarrolle en el mediano plazo, a largo plazo, estas empresas ya no tenían solidez financiera, y ninguna cantidad de intervención gubernamental va a remediar eso. Esta crisis está exponiendo cuán débiles eran realmente los modelos de negocio… Un rescate federal para la industria de petróleo y gas de los Estados Unidos solo sería una férula temporal para un sistema ya roto”.

A ello se agrega que las expectativas optimistas de los fabricantes de plásticos se asentaban en análisis pre-pandemia sobre dos fundamentos que el Covid-10 ha puesto en jaque: 1. La demanda va a aumentar  y 2. Las clases medias consumidoras son crecientes en el mundo en desarrollo.

Como en general se trata de los mismos jugadores, los problemas en el campo de los combustibles fósiles se trasladaron a las petroquímicas, eje del negocio del plástico. Las respuestas aparecieron de inmediato: Shell suspendió la construcción de su complejo de Pensilvania. La compañía tailandesa PTT Global Chemical anunció que retrasa indefinidamente la construcción de su planta de Ohio con seis hornos de etano, debido a la pandemia. La brasileña Braskem abandonó sus planes de construir una planta en West Virginia.

Los precios del gas natural bajaron tanto que sus productores lo empezaron a quemar pues no se justificaba el costo de transportarlo hasta las plantas de craqueo. Las consultoras empezaron a advertir que ya había demasiado polietileno en el mercado y que el exceso de oferta duraría al menos tres años.

Las pérdidas han sido notables. Exxon reconoció que sus ganancias en plásticos y otros productos químicos disminuyeron más del 80% en 2019 y que solo en el último trimestre de ese año había perdido u$s 355 millones. Sus acciones no estuvieron entre las 10 principales (S&P 500) por primera vez desde 1957. Shell reportó pérdidas similares.

Pero los efectos de la pandemia no terminan allí: el virus ha mostrado de manera violenta la necesidad de una mayor conciencia planetaria acerca de las consecuencias de dos siglos de expoliar la naturaleza en nuestro único beneficio. Y hubo respuestas.

Ante una mayor conciencia y exigencias ciudadanas, la Unión Europea estableció la prohibición de varios productos plásticos de un solo uso en los 27 países que la integran, a partir del año próximo. Un 40% de todo el plástico fabricado a nivel mundial es para envases de un solo uso. Canadá adoptó una medida similar.

China, el mayor consumidor mundial de plásticos, anunció la prohibición drástica de todos los plásticos de consumo de un solo uso y no avanzó en las promesas hechas en 2017, para realizar inversiones en las industrias de plástico y energía de Virginia Occidental (EEUU). Por su parte, 34 países de África han impuesto diversas  restricciones a ese tipo de plásticos, lo que supone dos tercios del continente.

Se estima que esas prohibiciones reducirán la demanda mundial en 4,5 millones de toneladas de plástico por año, exactamente en el sentido inverso de lo que esperaban los fabricantes.

Impactos del día después

Todo indica que es el momento justo para plantear acciones urgentes y ambiciosas que permitan frenar los impactos climáticos del plástico. Reducir su producción y uso es una parte de la solución. Los avances científicos para reprocesar el plástico PET circulante contribuirá a limitar las necesidades y por tanto, la producción (Ver Más Azul n°8, mayo 20, “Una enzima permite avanzar en el reciclado de plásticos”).

Un equipo de científicos de la Universidad de Toulouse (Francia) y técnicos de Carbios, una empresa francesa de química verde, lograron un importante avance en el reciclado de plásticos, con el desarrollo de una enzima capaz de mejorar y acelerar el proceso de descomposición y reciclaje de plásticos PET (utilizado en la mayoría de las botellas de bebidas) y producir un material reciclado de alta calidad, que evita la producción de nuevas botellas.

Se necesita avanzar en dos áreas del “día después” del uso: la gestión de los residuos y el reciclado. En la actualidad, el plástico se deposita en rellenos, se recicla o se incinera. Cada una de esas alternativas genera diferentes cantidades de GEI. El relleno sanitario emite la menor cantidad de gases de efecto invernadero en términos absolutos pero tiene significativos riesgos ambientales. El reciclaje tiene un perfil de emisiones moderado pero la ventaja de reducir el requerimiento de nuevo plástico virgen. La incineración provoca  emisiones extremadamente altas y es la respuesta más fácil y peligrosa. Es una alternativa que podría crecer dramáticamente en las próximas décadas.

Un tercio de los residuos plásticos mundiales permanecen como basura acumulada en la naturaleza.

Pero además se estima que un tercio de los residuos plásticos mundiales no tienen ninguna gestión, es decir que permanecen como basura sin gestionar, acumulada en vertederos o en quemas abiertas.

Ese plástico no administrado termina en el medio ambiente, donde genera graves daños ambientales liberando altas emisiones de gases de efecto invernadero de manera uniforme, mientras se degrada lentamente a lo largo de decenas o cientos de años, según el material.

El microplástico en los océanos está interfiriendo además en la capacidad oceánica de absorber y secuestrar dióxido de carbono. Plantas microscópicas (fitoplancton) y animales (zooplancton) juegan un rol importante en ese proceso de captura de carbono en la superficie del océano y su transporte a las profundidades, evitando el reingreso a la atmósfera.

Pero esos plancton están siendo contaminados con microplásticos que reducen su capacidad de fijar el carbono. La  investigación inicial de esos impactos debería motivar una atención global muy seria ya que la contaminación plástica está afectando al mayor sumidero de carbono del planeta.

La pelea que queda

Pero el camino hacia el abandono de los combustibles fósiles y el consumo desenfrenado de plásticos no será fácil. Por el momento, la industria petrolera y petroquímica se abroquela en su necesidad de expandir rápidamente la demanda de productos plásticos en todo el mundo, para compensar la previsible reducción del consumo de crudo.

Con su enorme capacidad de lobby y corrupción, la industria se esfuerza por rechazar las prohibiciones de plástico, que los gobiernos se esfuerzan por implantar. Realiza compañas acerca de las “ventajas ambientales” del plástico sosteniendo que “en realidad es un material sostenible” porque ayuda a la conservación de alimentos y evita desperdicios.

Se permiten la hipocresía de sostener que contribuyen a la lucha climática porque ahorran agua (mangueras de micro-riego), energía y emisiones CO2 (el plástico en coches y aviones los hace más livianos y por tanto, permite ahorro de emisiones) y son reciclables (son los consumidores quienes no hacen un uso responsable de los residuos). E insisten en que los ambientalistas los “demonizan”.

Parece que deberíamos “peregrinar” a las refinerías petroleras para conocer de cerca su “santidad” y contemplar cómo ascienden al cielo, los frutos de sus acciones…

Pero no se conforman con hacer campañas de desinformación. Prevén aumentar la cantidad de productos envueltos en plástico en países donde su uso está menos extendido: las naciones en desarrollo. Y destacan en sus análisis que mientras en EEUU el consumo de plásticos ronda 109 kilogramos por persona/año, en  India es solo 11 kilogramos y en África 7 kilogramos. 

Hacia allí apuntan sus cañones y cuentan con la necesidad de las poblaciones más vulnerables de acceder a productos baratos, algo que el plástico les asegura.

Pero India –que tiene un monumental problema con los residuos plásticos del orden de 550.000 toneladas anuales sin gestionar– anunció en 2018, que su objetivo es eliminar el plástico de un solo uso para el año 2022. En Himachal Pradesh se eliminaron las bolsas de plástico en 2009. En Nueva Delhi se prohibió en 2017, una amplia gama de productos de plástico, y ya el año pasado más de la mitad de los Estados y territorios del país contaban con leyes para terminar con el plástico de un solo uso.

El gobierno indio también está avanzando en la reducción de la fabricación e importación de plásticos y en las llamadas EPR (responsabilidad extendida del productor) que obliga a los fabricantes a pagar la recolección y reciclaje de los desechos que derivan de sus productos y a las autoridades locales a  comprometerse en las tareas de control de los plásticos prohibidos.

Hacia lugares como éste, la industria del plástico quiere dirigir el nuevo incremento de su producción.

Foto: Randy Olson.

“El mundo ya está inundado de plástico, y parece que el suministro continuará creciendo, y harán todo lo posible para encontrar mercados para esa producción, especialmente si toda la industria petrolera está apostando por los productos petroquímicos y plásticos para salvar sus recursos”, explica Fredric Bauer, del Instituto Sueco de Investigación Ambiental de la Universidad de Lund.

Como señala el experto sueco “los plásticos se están convirtiendo en una preocupación clave para la formulación de políticas globales por varias razones diferentes. Históricamente, el sector no ha estado sujeto a una gobernanza estricta y específica, pero es probable que eso cambie, ya que se está analizando tanto en la UE como a nivel mundial”.