nov 2019

Antonio Lopez Crespo

Director

Con especial claridad, alguna vez, Christiana Figueres lo señaló: “nos  falta entender que no solo tenemos la responsabilidad de hacer frente al cambio climático para evitar los desastres, sino que se nos está poniendo una oportunidad en bandeja de plata”.

La antropóloga y​ economista costarricense –una de las mayores expertas del mundo en el cambio climático y la más alta funcionaria de la ONU en el tema hasta el 2016– ponía el foco en que “es la primera vez en la historia de la humanidad, que intencionalmente y en un plazo de tiempo determinado, tenemos la obligación de cambiar nuestro modelo de desarrollo económico que ha reinado, al menos, durante 150 años,  o lo que es lo mismo, desde la revolución industrial”.

E incluso le ponía a la oportunidad un marco temporal: “Eso no va a suceder de la noche a la mañana y no va a ocurrir en una sola conferencia sobre cambio climático, ya sea la COP 15, 21, o 40. Simplemente no ocurre así. Esto es un proceso debido a la profundidad de la transformación”.

Christiana Figueres.

Pero la gran oportunidad deriva de los propios y duros efectos que evidencia el cambio climático, cuyo impacto fue subestimado. Ello ha acelerado un cambio del paradigma que el tema arrastraba desde hace décadas. Los gobiernos, las grandes empresas, la ciudadanía y hasta las entidades financieras, perciben que descarbonizar el planeta es la única opción y han comenzado a acelerar los pasos para una transformación del modelo de desarrollo económico.

Ante un panorama de incertidumbre mundial al que contribuye en gran medida el cambio climático, emergen con fuerza diferentes acciones y herramientas con una meta común: transformar la economía para hacerla más afín a los requerimientos de las personas y el planeta.

Como destacan Brad Foster y David Tabit en un trabajo publicado por Bloomberg, “el cambio climático ya ha comenzado a afectar a los negocios con climas extremos, inundaciones, incendios forestales y sequías; amenazando los activos de las empresas y las cadenas de suministro. A medida que el medio ambiente evolucione, las compañías que mejoren su eficiencia energética y creen nuevos productos y servicios sobrevivirán, mientras que las empresas que se tarden en cambiar tendrán dificultades”.

Las llamadas ‘nuevas economías’ (llámense economía colaborativa, circular o solidaria) no son más que la expresión innovadora de una tendencia creciente a establecer un nuevo modelo de desarrollo económico. La aparición de “bancos verdes” transita el mismo camino. Y una multitud de avances científicos van contribuyendo no solo a mostrar que es posible “salvar el Planeta” sino a que la propia transformación del sistema abre enormes oportunidades

Así lo han visto los grandes capitales y los líderes del sector privado global que ahora urgen a una acción contra el calentamiento global, como pudo verse en el Bloomberg Global Business Forum en la cumbre de Nueva York de septiembre pasado, que reunió a jefes de Gobierno, empresarios, financieros, presidentes de bancos centrales y directivos de organizaciones internacionales.

“Por decirlo de manera sencilla: los riesgos climáticos son una fuente de riesgos financieros”, alertaba Frank Elderson, presidente de Network for Greening the Financial System, una red de bancos centrales y supervisores, creada en 2018 para controlar el calentamiento global. “Fenómenos como las inundaciones en el medio oeste de EE UU no se pueden ver como una cuestión política, sino como algo real, físico”.

Bloomberg Global Business Forum, Nueva York septiembre 2019.

En febrero de 2018, presentamos ¿Cuánto nos cuesta el clima?, un estudio sobre el impacto del cambio climático sobre la economía y el comercio global que fue publicado por Marco Trade News. Allí mostrábamos que a lo largo del siglo XXI, el calentamiento global producirá impactos macro-económicos a gran escala en todo el mundo: “Las inundaciones ocasionadas por el huracán Harvey dejaron un saldo estimado por AccuWeather de u$s 160.000 millones en pérdidas, sin contar los daños producidos en Louisiana. El temporal está considerado entre los más costosos de EEUU. Para expertos en seguros las pérdidas se calculan en unos u$s 90.000 millones, solo en bienes asegurados. Katrina (2005) había ocasionado, según el Swiss Re Institute, pérdidas por u$s 176.000 millones y Sandy (2012) daños por u$s 75.000 millones. En el último lustro, solo la aseguradora Lloyd’s tuvo que enfrentar pagos por u$s 6.300 millones a damnificados por tormentas en EEUU. Y las pérdidas estimadas en el país para los huracanes Irma y Harvey se calculan en unos u$s 290.000 millones, equivalentes a 1,5 puntos del PIB estadounidense, según Accuweather”.

Y señalábamos entonces que “a medida que el clima mundial continúa cambiando y los fenómenos meteorológicos se hacen más extremos, los costos y daños derivados se acrecientan e impactan más duramente sobre las naciones en desarrollo. Según un informe del Banco Mundial y el Fondo Mundial para la Reducción de los Desastres y la Recuperación (GFDRR) publicado en noviembre de 2016, el impacto de los desastres naturales graves equivale a una pérdida de 520.000 millones de dólares en el consumo mundial y empujan a unos 26 millones de personas a la pobreza cada año”.

Desastres climáticos provocan colosales pérdidas económicas.

Allí están las alarmas de las élites y la oportunidad que ofrece el cambio climático para acelerar el proceso de transformación del sistema económico actual, al que aludía Christiana Figueres.

Surgen entonces propuestas innovadoras y nuevos modelos emergentes como el consumo colaborativo, que propone entender el consumo como un acto de uso, en lugar de un acto de compra y posesión, poniendo en cuestión nada menos que el sentido de la propiedad. O como señala Albert Cañigueral  “vamos a necesitar crear menos productos, y por tanto la economía va a ser menos extractivista, haciendo un uso más intensivo de aquello que ya hemos fabricado y ya tenemos disponibles en la sociedad

O planteos vinculados a la producción industrial y de energía, sectores que tenían una estructura vertical y centralizada por problemas de escala y minimizar los costos y que, hoy la tecnología habilita otras opciones tanto de producto como de servicio. Como sucede  con algunas ciudades donde hoy, sus habitantes son a la vez productores y consumidores de energía, en una red sostenida por tecnología blockchain.

Lo mismo sucede con la posibilidad de fabricación de productos a baja escala con tecnología 3D que podrá revertir en el futuro la actual producción en territorios muy lejanos de los consumidores, donde se buscaba disminuir costos salariales, empujados por la necesidad de producciones masivas.

Los cambios en curso están vinculados a un nuevo paradigma que el teólogo alemán Hans Küng vincula a una nueva moral, que no es una moral individual sino también corporativa y que afecta al conjunto de la economía global de mercado: “La ética mundial es una visión realista que, por supuesto, no se puede materializar de un día para otro, sino que requiere tiempo. Así sucedió también, hace treinta o cuarenta años, con las cuestiones sociales, con la nueva comprensión de la paz y el desarme, la naciente sensibilidad por los problemas del medio ambiente y la nueva articulación de la colaboración entre hombres y mujeres. Todas estas cuestiones tuvieron también una dimensión ética, y el cambio de mentalidad ha requerido décadas, y continúa hasta nuestros días. De la misma forma, también en la cuestión de una ética mundial común se requiere un largo y complejo proceso de modificación de la conciencia”.

Cuando Greta Thunberg asume la voz de millones de jóvenes en todo el Planeta, no está expresando otra cosa que la necesidad de acelerar los pasos para esa transformación del sistema económico en curso.

En el camino, surgirán todo tipo de problemas a resolver. En la nueva economía, las plataformas digitales han democratizado muchas estructuras de poder y creado nuevas e increíbles oportunidades. Pero experiencias como Uber, AirBnB y eBay se han convertido en nuevo monopolios y en algunos casos, incrementado las condiciones de precariedad laboral. No es de extrañar ya que estamos transitando dos modelos que hoy conviven no solo en la realidad sino en nuestras propias cabezas.

La Nueva Economía además de colaborativa deberá ser equitativa, inclusiva y construida por todos. Albert Cañigueral lo explica claramente: “Se trata de conectar múltiples nodos completos que comparten valor a través de una red abierta sin un punto central de control, donde los usuarios gestionan sus propios datos y donde hay interoperabilidad entre sistemas que usan los mismos protocolos. Tecnológicamente imparable y muy difícil (o imposible) de regular”. Es la Web 3.0. Hacia allí caminamos… Y el cambio climático es el factor de aceleración.