El cambio climático es la causa de la mayoría de las migraciones

may 2020

En general, la decisión de migrar es multicausal, en tanto es el dramático resultado de una expulsión, de un desarraigo forzado, en busca de asilo y de nuevas oportunidades en otras latitudes.

Tradicionalmente las grandes migraciones han estado impulsadas por conflictos bélicos, grandes catástrofes naturales o causas políticas, socioeconómicas y culturales, tanto raciales como religiosas).

Pero en las últimas décadas, millones de seres humanos abandonan sus hogares, cada año, huyendo de las consecuencias del cambio climático sobre sus tierras, sus trabajos, su sustento.

Según Filippo Grandi, Alto Comisionado de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), “el mundo debe prepararse para un aumento en la cifra de desplazados, ya que millones de personas podrían verse expulsadas de sus hogares por el impacto del cambio climático”.

Filippo Grandi: “Millones de personas podrían verse expulsadas de sus hogares por el cambio climático”.

Coincidentemente, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en su Informe anual sobre el estado del clima mundial, señala que la cifra total de desplazados ronda los 22 millones de personas en 2019, contra los 17,2 millones del año anterior.

Una parte menor de esos desplazamientos proviene de desastres geofísicos (terremotos, erupciones volcánicas, movimientos tectónicos), pero la inmensa mayoría responde a fenómenos vinculados con el clima, en especial, tormentas (58%, huracanes, ciclones y tifones), inundaciones (33%), sequías (5%), incendios forestales (2,5%), deslizamientos de tierra (1%) y temperaturas extremas (0,5%).

De acuerdo con datos del Internal Displacement Monitoring Center (iDMC) en los últimos 40 años, la cifra se ha duplicado. Los desastres relacionados con el clima tienden a crear cada año más desplazados que los causados por peligros geofísicos.

El impacto es diverso y no tiene las mismas consecuencias en todo el planeta. La repercusión puede ser brusca como en el caso de terremotos, inundaciones e incendios forestales, o muy lenta, como sucede con el proceso de desertificación, las sequías o la elevación del nivel del mar.

Pero casi siempre repercute sobre los sectores más vulnerables de los países en desarrollo, a los que esos fenómenos climáticos agudizan sus precarias condiciones en cuanto a recursos, medios de vida y alimentos.

En un número anterior de Mas Azul (Ver ‘El cambio climático pone en riesgo alimentos básicos’, n°4, enero 20) poníamos de relieve el impacto que, sobre alimento básicos como pan, café y cacao, podrían tener las actuales alteraciones del clima.

Países centroamericanos como Honduras, Guatemala o El Salvador, viven horas dramáticas alrededor del cultivo del café que fue su modo de subsistencia durante décadas. Hoy asisten al deterioro de sus rindes a consecuencia del cambio climático y las plagas consiguientes, situación que se agudiza al extremo por la especulación del mercado internacional. El resultado: una tormenta perfecta sobre millones de pequeños productores y sus familias. El empobrecimiento de éstos y la ruina de sus emprendimientos es una de las causas de la emigración centroamericana.

El cambio climático podría provocar un millón y medio de personas huyan de México y América Central.

Lo mismo sucede con el cacao. Sus principales productores son países en vías de desarrollo (Costa de Marfil, Ghana, Indonesia, Nigeria, Camerún, Brasil, Ecuador y Malasia), que en un 90% proviene de pequeñas granjas familiares de cuyo cultivo dependen para sobrevivir. El deterioro de las condiciones climáticas está produciendo graves consecuencias en términos de migraciones desde ese sector.

África subsahariana, Asia meridional y América Latina, representan juntas más del 55% de la población de los países en desarrollo. Estas regiones, con amplios sectores de población en situación de pobreza, resultan especialmente sensibles y vulnerables a los efectos del cambio climático y a sus consecuencias económicas.

Las temperaturas en aumento, los fenómenos meteorológicos más extremos y los cambios impredecibles en el régimen de lluvias, han trastornado los ciclos de crecimiento y promueven una propagación implacable de plagas en los cultivos.

En ‘Cambio climático y migraciones’ (Ver Más Azul, n°3, dic. 19) advertíamos que, según los científicos, Centroamérica se encuentra entre las regiones más vulnerables al cambio climático, lo que pone en juego los medios de vida de millones de personas. La región en su conjunto es responsable del 10% de la producción mundial de café arábica, una calidad superior usada para expresos y mezclas gourmet.

Según el Banco Mundial, el cambio climático podría provocar que un millón y medio de personas huyan de sus hogares en México y América Central y emigren durante las próximas tres décadas. Países como Honduras, donde la agricultura emplea a gran parte de la fuerza laboral (28%), empiezan a sufrir un éxodo imparable.

Según la ONU, en 20 años habrá más de 1.000 millones de personas en el Planeta que migrarán a causa del cambio climático. Se trata de una realidad silenciada, que se pretende invisibilizar, pero que requiere acciones perentorias para evitar que se convierta en un drama humanitario.

Durante la última cumbre del Foro Económico Mundial, en enero pasado, Filippo Grandi de ACNUR recordó a los presentes una resolución de la ONU vinculada al tema. Se trata de una histórica decisión del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas en el caso de Ioane Teitiota contra Nueva Zelanda. Teitiota, ciudadano de Kiribati, un país insular del Pacífico que va camino de desaparecer bajo el agua, presentó una demanda cuando las autoridades neozelandesas le negaron su solicitud de asilo y lo deportaron a su país.

Grandi explicó que “el dictamen dice que si hay una amenaza inmediata a la vida debido al cambio climático, debido a la emergencia climática, y si alguien cruza la frontera y se va a otro país, no debería ser enviado de regreso porque estaría en riesgo de vida, como en una guerra o en una situación de persecución”. Ello implica que quienes huyen de sus hogares como resultado del cambio climático deben ser tratados por los países receptores como refugiados.

Como para la Convención de Ginebra (1951) solo eran refugiados los perseguidos por motivos de raza, política, grupo social o religión… y en el derecho internacional no figuraba el concepto de refugiado medioambiental, el mundo discutía estúpidamente –hasta esta resolución histórica– si eran eco-refugiados, climigrantes, migrantes ambientales o refugiados climáticos.

Cuando lo único preocupante, como sensatamente advierte Grandi, es que “debemos estar preparados para una gran oleada de personas que se mueven contra su voluntad… No me aventuraría a hablar sobre números específicos, es demasiado especulativo, pero ciertamente estamos hablando de millones de personas”.

El fenómeno es creciente. Buena parte de los desastres naturales están agudizados por el cambio climático cuyo impacto en los desplazamientos son ahora innegables. Fenómenos como la sequía, la desertificación y las inundaciones y sus secuelas de inseguridad alimentaria, falta de agua y dificultades para enfrentar esos retos, empujan cada vez a más personas a huir hacia nuevos destinos.

Para ACNUR, el escenario habitual de los desastres climáticos y las migraciones consiguientes, vienen atadas en su mayoría, a situaciones de pobreza extrema. El 98% de los migrantes climáticos provienen de países en desarrollo, sin los recursos y capacidades para atender los riesgos derivados del clima.

El 98% de los migrantes climáticos provienen de países en desarrollo, en condiciones de extrema pobreza.

No tiene demasiado sentido intentar determinar el borroso límite entre las secuelas del cambio climático y las razones económicas para migrar. Ambas están íntimamente vinculadas. El trabajador del café que, en Guatemala o en Burundi, ya no puede sobrevivir de su cultivo por bajos rindes, sequías, plagas y extorsión del mercado internacional, solo sabe que cada vez cosecha menos, cobra menos y es más pobre.

Paga los platos rotos de la extraviada relación que establecimos con la naturaleza, con un modelo económico insostenible, que hoy cruje por todos lados. Y se incorpora sin nada, a una caravana creciente de migrantes en busca nuevos horizontes.

La buena noticia es que el impacto del cambio climático sobre estas migraciones forzosas y masivas, empieza a ser un fenómeno sobre el que gobiernos y organismos internacionales empiezan a advertir su creciente gravedad y la necesidad de actuar.

La resolución de la ONU de la que dimos cuenta en esta nota es un hito histórico de enorme trascendencia. La conciencia planetaria de un nuevo rumbo global es el sustrato en el que ese cambio está germinando.