La pandemia ha provocado en todo el Planeta una crisis que trasciende largamente el sistema de salud y nos ha obligado a revisar el modelo de vida que hemos adoptado. No se trata de una crisis aislada, sino de una encrucijada histórica, de una crisis civilizatoria más profunda.
El mundo se pregunta por los posibles caminos a seguir y qué medidas tomar cuando entremos a lo que se ha llamado la “nueva normalidad” post-pandemia.
En la actualidad hay 21 familias de virus capaces de enfermar a los seres humanos. Hemos convivido con ellos y son parte de la naturaleza. Lo novedoso del Covid-19 es que ha despertado la conciencia global de que nuestro irracional vínculo con la naturaleza es la causa de la pandemia.
Esta crisis sanitaria global nos ha otorgado un espacio para la reflexión. El mundo se ha detenido y aislado por meses en sus casas y ha percibido que lo que creía establecido como permanente se podía disolver en un instante.
Nos ha obligado a prescindir de cosas que considerábamos imprescindibles. A recuperar espacios, contactos y tiempo para nosotros, a los que habíamos renunciado por las exigencias de un modelo de trabajo y producción que no nos hace felices.
Y ha permitido expandir la conciencia de que ese modelo –que implica manipulación de la naturaleza y formas insostenibles de producción y consumo– no solo tiene un enorme impacto ambiental y pérdida de biodiversidad sino que provoca un cambio climático global, que pone en peligro nuestras vidas.
La pandemia nos descubrió vulnerables, iguales y habitantes de la misma “casa común”.
Ello parece estar provocando un despertar. Los problemas planetarios generados por una falsa concepción de crecimiento económico continuo y acumulación de riqueza, dejaron de ser una advertencia de científicos o de ecologistas para convertirse en una amenaza real.
Para comprender ese despertar y la profundidad del cambio actual hay que entender la “llamativa” falta de respuesta masiva a las advertencias de científicos y ecologistas durante las anteriores tres décadas. Hay que entender que el cambio climático no fue parte de la formación de las generaciones de los ‘70 u ‘80 y buena parte de la información de las generaciones posteriores llegó de la mano de cierto ecologismo bien intencionado pero catastrofista.
Explicar los problemas del oso polar o de las ballenas australes requería transmitir de manera adecuada su importancia sobre la propia supervivencia humana y el equilibrio planetario. Era difícil. Y el vértigo de la vida pre-pandemia no nos daba mucho espacio.
Pero de pronto todo se detuvo. La vida de cada uno se puso en riesgo y hubo tiempo para reflexionar. Aquí estamos.
Antes de empezar con las señales alentadoras, recordemos brevemente qué sectores nos han arrastrado a la actual situación. En una rápida síntesis estos son los cinco grandes sectores industriales con el mayor impacto contaminante:
1. Producción energética. El Centre for Climate and Energy Solutions estima que un 60 % del total de todas las emisiones que se originan en el Planeta, se produce en las centrales térmicas para generar energía con la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo o el gas.
2. Producción petrolera. Según un informe de la agencia Thomson Reuters es responsable de un 31% de las emisiones de los GEI en el Planeta, pero el sector se superpone en buena medida con el anterior. El gas, el petróleo y sus derivados emiten en total unos 8,4 billones de toneladas de dióxido de carbono cada año.
3. Transporte. Se estima que en promedio global, el transporte es el responsable de un 25% de las emisiones de gases contaminantes que generan coches, camiones, autobuses, barcos o aviones. Este último sector es considerado un gran contaminador (2% del total) por que el ratio de emisiones de GEI por pasajero es muy alto.
4. Producción de moda. Según Naciones Unidas, la industria de la moda es responsable del 8% de los GEI y del 20% del desperdicio total de agua a nivel global. Genera más emisiones de carbono que la suma de todos los vuelos y transporte marítimo del Planeta.
5. Producción alimentaria. De acuerdo a estudios de la UE la contaminación de GEI de la agricultura y la ganadería intensiva contribuyen al 10% del total planetario.
Debemos tener en cuenta que esos porcentajes –que provienen de estimaciones realizadas por Naciones Unidas y diversas investigaciones científicas– son aproximaciones ya que, en algunos sectores las actividades contaminantes se superponen. El caso arquetípico: transporte, generación eléctrica y extracción petrolera con participaciones concurrentes en la contaminación que producen.
Pero queda claro –como hemos sostenido reiteradamente en Mas Azul– que terminar con los combustibles fósiles implicaría buena parte de la solución, si no queremos sobrepasar el límite de 1,5°C de incremento en la temperatura global.
Lo sorprendente es que los cambios que ha disparado la pandemia también se están produciendo en los grandes contaminadores. Y esta afirmación no es ingenua ni desconoce la ‘estafa’ de muchas empresas que se disfrazan de “verde” para escapar al escrutinio público, para seguir haciendo lo mismo (Ver en este mismo número “Greenwashing”).
Durante 2019 hubo algunas señales de que algo se estaba moviendo en las más altas esferas del poder mundial. En Más Azul dimos cuenta de algunas de ellas: la clara manifestación en Davos 2020 de Larry Fink, CEO de BlackRock, sobre la imperiosa necesidad de dejar de contaminar, que acompañó poco después con su desinversión en empresas de combustibles fósiles (n°8, mayo 20 y n°10 julio 20); la publicación del “Cisne verde” del Bank for International Settlements (BIS), conocido como ‘el banco de los bancos centrales’, anticipando el peligro de los costos de una catástrofe climática y el III° Foro de Negocios Globales de Bloomberg de septiembre de 2019 en Nueva York.
En este último, los líderes mundiales más importantes de los sectores público y privado abordaron las amenazas del calentamiento global sobre la estabilidad y la prosperidad global. Y surgieron señales muy interesantes acerca de cambios en la percepción de la amenaza climática global.
Las coincidencias fueron llamativas:
A medida que la pandemia se expande, las señales alentadoras parecen profundizarse. Miremos algunos movimientos sorprendentes:
Los inversores comienzan a retirar sus fondos de los grandes contaminadores. Bloomberg ha estimado en un informe del mes de septiembre, que 47 billones de dólares en activos (trillions en EEUU) están en juego, que apuntan a que deben reducirse las emisiones contaminantes.
Desde Climate Action 100+, una iniciativa de inversores, se busca garantizar que las grandes empresas emisoras de gases de efecto invernadero tomen las medidas necesarias para frenar el cambio climático. Las empresas incluyen a los “100 emisores de importancia sistémica”, que representan dos tercios de las emisiones industriales globales anuales.
Climate Action 100+, lanzada en diciembre de 2017 en la Cumbre One Planet, atrajo la atención mundial, destacándose como una de las 12 iniciativas mundiales clave para abordar el cambio climático.
Se trata de una iniciativa de participación lideradas por más de 450 de los inversores más grandes del mundo, con más de u$s 47 billones en activos bajo gestión que quiere que las empresas reduzcan sus emisiones, exige estrategias netas cero, que expliquen cómo alcanzarán esos objetivos y establece el punto de referencia de las mayores corporaciones contaminantes.
Con las catastróficas consecuencias del cambio climático en exhibición desde California hasta Australia, un número creciente de inversores está presionando a las empresas para que hagan más.
Stephanie Pfeifer, directiva de Climate Action 100+, enfatiza la necesidad de resultados: “Queremos ver un mayor progreso: cuando haya asumido un compromiso, queremos ver los detalles de cómo se va a implementar, y cuándo no se ha comprometido todavía queremos ver eso lo antes posible. Hay una urgencia y seriedad con la que los inversores buscan el progreso… Este es un hito realmente importante en lo que es y ha sido una iniciativa increíblemente efectiva”.
Cuando en febrero pasado, BRITISH PETROLEUM (BP) cambió su logo por un diseño “verde”, muchos se preguntaron si la petrolera –una de los grandes contaminadores globales– estaba haciendo “greenwashing” o se podría dar el ‘milagro’ de que cumpliera su promesa de transformarse en una empresa cero emisiones netas para 2050.
En agosto 2020, Bernard Looney, su presidente ejecutivo, presentó los nuevos planes de la compañía: recortar la producción de petróleo y gas e impulsar las inversiones en energía renovable, hidrógeno y carga de vehículos eléctricos. Esos planes de bajas emisiones de carbono para BP –según Looney– pretenden orientar la industria para abordar el cambio climático.
Para ello se propone cinco grandes objetivos:
1. Desarrollar 50 gigavatios de energía limpia (renovables) para 2030, de los 2,5 gigavatios actuales. Ello equivaldría a toda la energía limpia actual del Reino Unido. Para lograrlo deberá agregar alrededor de 5 gigavatios de fuentes como eólica y solar cada año durante la próxima década, lo que implicará fusionarse o comprar proyectos en curso. Ello supone ponerse por delante de Total (25GW para 2025) y de Equinor (12/16 GW para 2035) y también de Shell.
2. Reducir la producción de petróleo y gas en un 40% para 2030 y no explorar en nuevos países. Ese movimiento de BP sería tan importante e iría mucho más allá que cualquier compañía petrolera hasta este momento. Según los especialistas, para cumplir con los objetivos establecidos en el Acuerdo de París sobre el cambio climático, BP tendría que reducir la producción de hidrocarburos en un 25% antes de 2040.
Para Mel Evans, de Greenpeace Reino Unido, se trata de “un comienzo necesario y alentador… Reducir drásticamente la producción de petróleo y gas e invertir en energía renovable es lo que Shell y el resto de la industria petrolera deben hacer para que el mundo tenga la oportunidad de cumplir nuestros objetivos climáticos globales”.
Looney anticipó a Bloomberg que los recortes de producción de BP vendrán “principalmente a través de desinversiones”. Queda por saber cómo operará la compañía con aquellas empresas con alta huella de carbono con las que está asociada, como es el caso de la rusa Rosneft (20%) o la alemana Uniper (carbón).
Por eso, como hemos sostenido en Más Azul, las reducciones reales en el uso de combustibles fósiles vendrán cuando reduzcamos nuestra demanda de petróleo y gas.
3. Reducir las emisiones de las 360 millones de toneladas métricas actuales a 235 millones de toneladas métricas. El objetivo de contaminación de BP incluye un objetivo de emisiones absolutas, mientras que otras empresas establecen objetivos climáticos a largo plazo basados en la intensidad del carbono, un número que se puede manipular fácilmente.
BP se plantea eliminar todas las emisiones vinculadas al petróleo y el gas que produce para 2050 con una etapa intermedia del 40% para 2030. Pero el plan no incluye las emisiones vinculadas con la producción de las refinerías de petróleo crudo que han extraído otras empresas o productos energéticos que BP comercializa, como acuerdos de suministro de energía o gas. En el resto, que asciende a 640 millones de toneladas métricas, la compañía se ha fijado el objetivo de reducir la intensidad de carbono a la mitad.
4. Posicionarse en el mercado del hidrógeno.
5. Construir 70.000 puntos de carga para vehículos eléctricos para 2030. BP no especifica si serán de carga rápida o lenta. En el primer caso, significaría el 50% de todos los previstos en Europa, lo que sería extraordinario. Si fueran lentos, no tendría mayor relevancia ya que se prevé que habrá un millón en la UE para esa fecha.
Debemos recordar para no confundir señales alentadoras con “tragar sapos” que se trata de la misma compañía que planeaba en 2019 aumentar su producción de petróleo y gas en aproximadamente un quinto hasta 2030, pese a las advertencias científicas.
El mismo Looney reconoce la conducta opaca de BP: “Sé que muchos pueden dudar de nuestras intenciones, basadas en aparentes inconsistencias entre lo que decimos y lo que hacemos. Lo entiendo… Estamos tomando medidas para alinear de manera más firme y visible nuestras intenciones con nuestras acciones y volvernos mucho más transparentes”.
Pero que una de las empresas que capitaneaba la resistencia a poner límites a la contaminación intente “lavar” su imagen y avanzar en otra dirección, no deja de ser alentador y muestra las ‘rupturas tectónicas’ que se están produciendo en el poder mundial.
La minera australiana BHP Billiton Group, un importante contaminador global, el 10 de septiembre pasado presentó un Informe con sus compromisos climáticos y cómo pretende integrar el cambio climático en su estrategia corporativa.
Que uno de las principales mineras del Planeta, responsable de enormes deterioros ambientales en Australia y Chile, se esté planteando reducir las emisiones asociadas a sus operaciones es llamativo.
Su director ejecutivo Mike Henry considera que las inversiones en la acción contra el cambio climático van a ser rentables porque un cambio global agresivo hacia la energía renovable y los vehículos eléctricos impulsará la demanda de materiales que produce la compañía, que se beneficiará más si se produce un cambio global más rápido y dramático para enfrentar el cambio climático.
BHP considera que los planes globales para limitar las temperaturas que aumentan 1,5°C impulsarán la demanda de cobre y níquel, necesarios para la energía renovable y los vehículos eléctricos, y de potasa, un nutriente para cultivos. Esas tres áreas son en las que BHP prevé gran crecimiento.
Para Emma Herd, CEO de IGCC –que representa a inversores con fondos totales por más de u$s 2 billones en Australia y Nueva Zelanda– la posición de BHP “en muchos sentidos, desafía la ortodoxia de muchas empresas: que una transición lenta, gradual y prolongada es mejor… De hecho, han descubierto que una descarbonización rápida ofrece más valor para los accionistas”.
No es que la minera australiana se haya convertido repentinamente en cordero. De hecho, tiene una huella de carbono anual más alta que su propio país de origen Australia y la reducción de emisiones que propone (un tercio para 2030 y cero para 2050) es sobre sus propias operaciones, pero no establece objetivos de recortes absolutos de emisiones en su cadena de suministro. Es la misma ‘triquiñuela’ que plantea la petrolera BP.
Pero lo que importa es que en el máximo nivel de los contaminadores “algo se está moviendo”. Por interés o porque perciben que los costos de una catástrofe ambiental arrasaría con sus negocios y con buena parte del Planeta, están haciendo girar sus actividades hacia objetivos de “descarbonización”.
BHP plantea invertir entre u$s 2.000 y 4.000 millones en la próxima década para apoyar sus iniciativas climáticas como el reemplazo de sus vehículos por unidades eléctricas, expandir sus operaciones en base a energía renovable y acelerar el desarrollo de tecnologías de captura y almacenamiento de carbono.
Según Henry el contexto actual “dará lugar a una aceleración de algunas de las soluciones técnicas” que se necesitan.
El sector aeronáutico está jaqueado por las altas emisiones de CO2 siendo responsables del 2 a 3% de las emisiones mundiales. Importantes hombres de negocios como Warren Buffet, dueño de Berkshire Hathaway, uno de los más grandes inversores del mundo, abandonó en abril pasado sus participaciones en las principales aerolíneas de EEUU (u$s 6.500 millones) y fue lapidario e irónico: “El mundo cambió para las aerolíneas y les deseo lo mejor…”.
Por esa razón los responsables de la actividad tratan de avanzar rápidamente hacia la ‘descarbonización’ del transporte aéreo.
Airbus, el gigante aeronáutico europeo, principal fabricante de aeronaves del mundo, presentó en septiembre pasado, sus avances sobre los primeros aviones comerciales del mundo con cero emisiones, que podrían ponerse en servicio en 2035. El objetivo es posicionarse como líder de la descarbonización en todo el sector.
Guillaume Faury, CEO de Airbus durante la presentación de los tres nuevos conceptos que exploran distintas soluciones tecnológicas en los que trabaja la compañía, planteó: “Este es un momento histórico para el sector de la aviación comercial en su conjunto. Tenemos la intención de desempeñar un papel líder en la transición más importante que ha acometido esta industria en su historia. Los conceptos que desvelamos hoy muestran al mundo nuestra ambición de ser pioneros en una visión audaz de los futuros vuelos con cero emisiones”.
Para conseguirlo, Airbus eligió el hidrógeno como fuente de energía: “Creo firmemente que el uso del hidrógeno… tiene el potencial de reducir significativamente el impacto climático de la aviación”.
Trabajan en tres modelos “ZEROe” de los que surgirá el futuro: uno de alcance transcontinental para 120 a 200 pasajeros; otro para 100 pasajeros, con autonomía de 1.000 millas náuticas para viajes de corta distancia y un tercero, para 200 pasajeros, con “cuerpo de ala mixta”, un diseño en el que las alas se fusionan con el cuerpo principal de la aeronave, generando un fuselaje excepcionalmente ancho, que permite un gran almacenamiento.
Un sector que contamina a similares niveles que la aviación aunque con menos visibilidad pública es de las industrias tecnológicas. En la siguiente entrega (“Algo se está moviendo II”) avanzaremos sobre lo que está sucediendo en ese sector, en el transporte marítimo y en las industrias de la moda y la alimentación.
Pero los signos son alentadores. Nos vemos en noviembre!!!