La industria petrolera se resiste al cambio

21 abr 2021

Pese al negacionismo climático que la industria petrolera ‘construyó’ y financió y a las complicidades de los gobiernos que continúan subsidiándola, existe certeza científica que la quema de combustibles fósiles es la principal causa de las alteraciones climáticas.

En los tres años posteriores al Acuerdo de París, las cinco mayores empresas de petróleo y gas invirtieron más de 1.000 millones de dólares en lobby para negar el cambio climático y tratar de retrasar y sabotear la acción climática (Ver Más Azul n° 4, enero 2020, “Oyendo a los necios (III)” y n°13 oct. 2020, “Greenwashing, el engaño empresario”).

El petróleo es fuente de devastación ambiental severa en todas las fases de su operatoria.

El Centre for Climate and Energy Solutions estima que un 60 % del total de todas las emisiones que se originan en el Planeta, se produce en las centrales térmicas para generar energía con la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo o el gas.

Un informe de Thomson Reuters, revela que gas, petróleo y derivados emiten en total unos 8,4 billones de toneladas de dióxido de carbono cada año.

Los resultados de cientos de investigaciones científicas evidencian que el petróleo tiene un rol decisivo y central en el cambio climático, no solo por la acumulación de C02 en la atmósfera –resultado de su combustión y la del carbón– sino por los modelos de agricultura industrial y de transporte, diseñados en base a su consumo.

Es que la actividad petrolera tiene doble impacto: a nivel global como causa principal del cambio climático y a nivel local/regional como fuente de devastación ambiental severa en todas las fases de su operatoria (deforestación, lluvias ácidas, contaminación de cuerpos de agua, eliminación de especies, desplazamiento de comunidades, etc)

Su predomino ha sido tal que las ciudades que habitamos han sido profundamente transformadas para adecuarlas a su uso: automóviles, transporte público, iluminación y calefacción, etc. dependen del petróleo. Lo mismo ocurre con nuestros alimentos, sus envases y la ropa que utilizamos.

Su omnipresencia en nuestras vidas y la destrucción y contaminación que provoca, han creado una conciencia generalizada en la sociedad global, que coloca al petróleo en el centro de nuestras preocupaciones más urgentes.

Por eso, en los últimos años hemos visto enormes progresos tecnológicos para que las “energías limpias” y renovables fueran alcanzando niveles de eficiencia, almacenamiento y precio como para estar en condiciones de sustituir al petróleo.

Ese tiempo ha llegado. (Ver Más Azul n° 13, octubre 2020. “Algo se está moviendo en el poder mundial -I)”. Grandes inversores mundiales como Black Rock y otros anticipan que no seguirán inyectando fondos en el desarrollo petrolero. Algunos grandes bancos también han enfilado sus negocios hacia energías limpias.

A comienzos de este mes, Ana Botín, presidenta del Banco Santander subrayó el compromiso de lograr cero emisiones netas en 2050: “Nuestros próximos pasos están claros. Los primeros objetivos de descarbonización son que en 2030 habremos dejado de prestar servicios financieros a los clientes que obtengan más del 10% de sus ingresos del carbón térmico; y, además, para ese año reduciremos a cero nuestra exposición a minería de carbón térmico en todo el mundo. Para septiembre de 2022, estableceremos objetivos de descarbonización en otras industrias, incluyendo petróleo y gas, transporte y minería y metales”.

EL CAMINO DEL ENGAÑO

Pero las fronteras petroleras se expanden. La exploración y explotación sigue avanzando. Y la economía mundial continúa en buena medida “atada” al petróleo. No cabe duda que la gigantesca industria petrolera no se dará por rendida fácilmente. Lo ha demostrado con un lobbying desenfrenado tanto sobre la Casa Blanca como sobre los responsables de Bruselas.

Las grandes petroleras saben desde hace años el daño que provoca su operatoria pero no están dispuestas a ceder.

A fines de los ’70, James Black y otros científicos de Exxon Mobil,  en un informe interno, confirmaban a sus jefes que las emisiones de carbono estaban generando un calentamiento del Planeta: “Se estima que una duplicación del dióxido de carbono es capaz de aumentar la temperatura global promedio de 1 a 3°C, con un aumento de 10° C previsto en los polos”.

Y el American Petroleum Institute, tras una investigación climática de científicos e ingenieros de casi todas las principales compañías de petróleo y gas de EEUU, (1979-1983), concluía que para el 2005 habría 1°C de calentamiento; que en 2038 sería de 2,5°C con “consecuencias económicas importantes” y para 2067 se enfrentaría un aumento de 5°C con “efectos catastróficos a nivel mundial”.

Un 60 % de todas las emisiones se produce en las centrales térmicas con la quema de combustibles fósiles.

Pese a ello, decidieron seguir alimentando sus ingresos, negando en público lo que sabían durante décadas y exigiendo a los gobiernos que subsidien sus actividades y no les introduzcan regulaciones ambientales.

Pero ahora advierten que la fuerza de la conciencia global ante el peligro del cambio climático hace cada vez más difícil operar estrategias de “disuasión por la fuerza”, como lo hacían hasta ahora. Y elaboran todo tipo de “caminos engañosos” para mantener intactos sus negocios intactos.

El primero es multiplicar la producción de plásticos cuyo insumo es el petróleo, tal como lo denunciara Beth Gardiner, en su libro The Plastics Pipeline: A Surge of New Production Is on the Way (Yale University): “Las principales compañías petroleras, ante la perspectiva de una menor demanda de sus combustibles, están aumentando su producción de plásticos” (Ver Más Azul n° 13, feb. 2020, “Una nueva ola de plástico se prepara para inundar el Planeta”)

Otro es un fraudulento “greenwashing” o “conversión a verdes”, para parecer comprometidos con la lucha por el cambio climático. British Petroleum (BP), uno de los mayores contaminadores del Planeta, cambió su logo a verde, publicó una declaración ‘verde’ de su director ejecutivo Bernard Looney, y una promesa de “bp Net zero”, que excluye un compromiso sobre su abastecimiento. Es decir, nada. (Ver Más Azul n°13 oct. 2020, “Greenwashing, el engaño empresario”).

Un tercer camino engañoso es el de Arabia Saudita –el país más tóxico del Planeta, con mayor índice de contaminación que EEUU, China o India y emisiones de CO2 crecientes desde 2009 de forma permanente.

La autocracia saudita plantea ahora “convertir el 50% del combustible del sector energético en gas y el resto vendrá de las renovables”, pero encubre información: el gas sigue siendo parte de los combustibles fósiles y las ‘renovables’ a las que se refiere incluyen el hidrógeno azul que también provine del gas.

Arabia Saudí avanza además en planes de conversión de moléculas de hidrocarburos para diferentes usos que le permitiría –como explica claramente el ministro de energía saudí– “crear demanda de hidrocarburos al tiempo que se mitigan las emisiones potenciales… Haremos uso de las emisiones y, en vez de desecharlas, podemos reciclarlas y convertirlas en materiales útiles para productos adicionales” (Ver Mas Azul n°17, feb 2021, “Arabia Saudí pretende avanzar en energía libre de emisiones”) 

EL ENEMIGO ELECTRICO

Pero la verdadera preocupación de la industria petrolera es la expansión del coche eléctrico, en la que están embarcados grandes fabricantes y países como China. Es lo que constituye la verdadera amenaza para la supervivencia del motor de combustión interna.

La consolidación de la movilidad eléctrica significaría efectivamente el derrumbe de una de las dos grandes “patas” que sostienen al petróleo. La otra es el plástico, también bajo presión ambiental global.

Por eso, en una de los últimos intentos de mantener el “modelo petrolero” presentan los “combustibles sintéticos” y el “hidrógeno ecológico” como soluciones eficientes para sustituir al petróleo, mientras difunden todo tipo de mentiras sobre los automóviles eléctricos y sus baterías.

Es la respuesta del “mundo fósil”.

Y lo fósil no se refiere en este caso al origen del petróleo como recurso sino a la cabeza de sus líderes que muestran rasgos de una fosilización severa, de un conservadurismo vetusto, por su dificultad para aceptar que la fuente de sus negocios no “cierra” con la supervivencia del resto del mundo.

No entienden que la tecnología que han desarrollado y que les ha permitido ser los “amos del mundo” durante un siglo, ha traído consecuencias catastróficas para el Planeta.

Ahora tratan de salvar el hundimiento de su ‘Titanic’ tras la colisión con el iceberg de la ineficiencia de su tecnología en términos de potencia energética y daño ambiental. La industria petrolera, en una exaltación de hipocresía, se erige en vocera de la “reducción de emisiones” con la creación ‘artificial’ de combustibles sintéticos que permitirían –aseguran– reducir en un 85% las emisiones.

La importante reducción es defendida también por el sector más conservador de la industria automotriz, como Porsche y Audi, que pretenden continuar con la combustión interna. La revista Forbes, en clara oposición al auto eléctrico, profetiza que “los combustibles sintéticos harán de los coches eléctricos el Betamax del transporte ambiental”.

El e-fuel es un carburante líquido similar a la gasolina actual, que se genera a partir de hidrógeno. Para que sea considerado ‘verde’, la energía utilizada para su fabricación debería ser renovable. La separación del hidrógeno y el oxígeno se hace mediante electrólisis que requiere un alto consumo de electricidad.

El interés de la industria petrolera en los combustibles sintéticos tiene una explicación: su producción permitiría la reconversión de sus refinerías y el aprovechamiento de toda la cadena de distribución y almacenaje de carburantes que ya existe. Lo mismo sucedería con los vehículos con motor de combustión interna. La infraestructura existente (gasoductos y estaciones de servicio) se mantendría  y podría ser utilizada  para los carburantes sintéticos. Y además –sostienen– no supondría un cambio drástico para el consumidor.

Combustibles sintéticos: cambiar para que nada cambie…

A primera vista parecería una ‘mágica´ solución’ que evitaría la disruptiva transformación que implica el auto eléctrico. Porqué no adoptarla? Es en lo que insisten quienes representan los combustibles fósiles ya que los combustibles sintéticos permitirían mantener en pie las bases del actual modelo.

Sin duda, el avance tecnológico hacia combustibles sintéticos no es descartable. Así lo ha entendido la propia Unión Europea que en sus planes considera al hidrógeno y al carburante sintético con un papel importante sobre todo para el transporte en aviones y barcos donde las baterías eléctricas aún presentan problemas sin resolver.

UNA SOLUCION COSTOSA

Pero veamos cuales son los inconvenientes de la propuesta de los “sintéticos”. Su producción requiere un alto consumo de electricidad y agua. Para que el combustible sea neutro de emisiones debe provenir de hidrógeno verde, derivado de energía solar, eólica o hidroeléctrica.

El proceso de producción de combustibles sintéticos es considerado por los expertos como muy ineficiente ya que solo logra convertir la mitad de la energía de la electricidad que se ha gastado en combustibles y eso en su nivel óptimo.

Un estudio de la Federación Europea de Transporte y Medio Ambiente (elaborado por la consultora británica Ricardo Energy & Environment, una red global de más de 2.900 ingenieros, científicos y consultores) es  concluyente:

  • Si para el 2050 sólo el 10% de los coches y vehículos industriales ligeros y el 50% de los camiones y autobuses funcionaran a combustible sintético, se requeriría un 151% más de energía.
  • La energía necesaria para generar los combustibles sintéticos para ese parque automotor sería de 936 TWh, lo que equivale a 120 parques eólicos de 7,9 TWh o de 375 km² de superficie cada uno.
  • Ello implicaría ocupar una superficie total de casi 45.000 kms², es decir dosveces el territorio de Israel o una vez y media el de Bélgica, lo que resulta a todas luces utópico.

La hipótesis deja afuera al 90% de los coches y vehículos industriales ligeros que seguirían contaminando o deberían transformarse de todos modos en eléctricos.

La conclusión del estudio es que la solución es la electrificación masiva de los vehículos terrestres para 2050 y que el uso de combustibles sintéticos podría ser conveniente para el transporte aeronáutico y marítimo.

La eficiencia del combustible sintético desde su origen hasta el usuario es de tan sólo el 16 %, mientras que en el caso de un coche eléctrico sería del 72 %. Esa baja eficiencia energética es lo que resolvió a Mercedes-Benz a ser pionera de vehículos eléctricos.

Las plantas de elaboración de e-fuel, por otra parte, son muy costosas debido al proceso de electrólisis y su alto consumo de electricidad, lo que harían que el precio del carburante resultara poco competitivo.

Pero el argumento quizás más decisivo para cuestionar la propuesta de los defensores de los combustibles sintéticos es que, para estar en condiciones de aprovechar sus infraestructuras existentes, complejizan un proceso que puede ser simple. Si se posee energía limpia suficiente, porqué no incorporarla en un 100% a una batería en lugar desaprovechar la mitad de esa energía para producir un carburante que aún contamina un 15%.

Otro argumento decisivo es que el petróleo ha sido la causa de enormes dependencias energéticas de algunos países respecto a sus proveedores, con condicionamientos políticos y económicos. El sol, el aire y la hidroelectricidad son fuentes que la mayoría de los países tienen disponibles. Y es otro factor claro en la discusión.

Queda en favor de los carburantes sintéticos su viabilidad para el transporte aéreo y marítimo. En vuelos transoceánicos y en largas travesías marítimas los problemas de las baterías eléctricas, el peso de las mismas o su limitación de autonomía persisten como desafío.

Quizás incluso el combustible sintético pueda tener su aplicación en los largos recorridos de camiones pesados, aunque los avances que se están verificando en las pilas de hidrógeno a las que apuesta Japón, China, Corea del Sur y la UE, parecen una opción más consistente para ese destino. (Ver en ese mismo número “El transporte de carga camina hacia el futuro”).

El cambio que plantea el futuro inmediato asoma apasionante. Tal vez implique un mix de todas las fuentes: eléctrica para el consumo intensivo de coches y vehículos industriales ligeros y distancias cortas; hidrógeno para el transporte marítimo y aéreo: y combustible sintético para la aviación.

EL FUTURO PARECE ELECTRICO

Para terminar con el petróleo como fuente de contaminación y causa del cambio climático no queda tiempo para soluciones crematísticas. Si podemos dotar a los vehículos de una energía eléctrica limpia y silenciosa, no hay espacio ni tiempo para “salvar el negocio” de los que quieren seguir contaminando.

Aunque declamen que ahora contaminaran menos, para no perder las poderosas estructuras de un modelo que pone en riesgo la supervivencia de todos.

El coche eléctrico y la pila de combustible de hidrógeno parecen ser la solución del futuro. Algunos no terminan de entender que 15% sigue siendo mucho más que cero.

La brutal realidad del cambio climático que verificamos de forma creciente en la actualidad, las implicaciones pandémicas que Naciones Unidas muestra como consecuencia de la ruptura de nuestro modelo industrial con la naturaleza, obligan a que la sociedad global busque alternativas cero emisiones.

Durante más de 30 años la industria petrolera trató de retrasar y sabotear la acción climática con todo tipo de presiones y engaños. Queda por ver si el mundo seguirá doblegándose otros 30 años a nuevas postergaciones o afrontará las consecuencias sanadoras de terminar con el petróleo.