Es considerado el ecologista más influyente del África. No solo por haber plantado esa increíble cantidad árboles para reforestar manglares en su país, Senegal, sino por su creación de santuarios marinos, su lucha contra el tráfico de madera y sus acciones como Ministro de Medioambiente y líder del Partido Verde senegalés.
Hoy dirige la representación senegalesa de la Gran Muralla Verde, uno de los mayores legados en la historia de la reforestación moderna a gran escala. Si se habla de ella, no se puede omitir hablar de la extraordinaria vida de Haïdar El Ali.
Fue Ministro de Ecología y Pesca de Senegal en 2012 y más tarde también Ministro de Pesca, desde donde dio una dura batalla contra los buques factoría que arrasaban con los recursos marinos de Senegal. Y actualmente es el Director General de la Agencia Senegalesa para la Reforestación de la Gran Muralla Verde (ASRGMV).
Desde 2009, Haïdar de 68 años, no ha cesado de plantar –a lo largo de más de una década– millones de árboles a orillas del río Casamanza hasta restaurar todo un bosque de manglares en el país africano, a un ritmo de unos 1.500 árboles diarios.
Los manglares constituyen ecosistemas costeros de transición entre lo terrestre y lo marino. Son fundamentales para el equilibrio ambiental y para el mantenimiento de la vida marina. Albergan una gran biodiversidad y operan como una especie de ‘vivero natural´ donde se reproducen y alimentan peces, moluscos y crustáceos.
Además son especialmente importantes para evitar la erosión de los suelos, frenar las inundaciones y constituir una barrera natural contra la salinización de los terrenos. Almacenan cinco veces más CO2 que otras cubiertas arbóreas.
En Casamanza, los manglares que protegían la línea de la costa, fueron talados durante años para obtener leña y madera para la construcción. Los expertos aseguraban que si no se reforestaban, Senegal corría en riesgo de perder buena parte de sus tierras cultivable. Haïdar oyó el mensaje y se puso manos a la obra.
El bosque de manglares, original del sur de Senegal, fue destruido entre 1980 y 1990, con la construcción de carreteras sin estudios de impacto ambiental, que desviaban o incluso cubrían varios caudales de ríos. “Luego vinieron los madereros, que cortaron los manglares de la costa”.
Fue entonces cuando al arrasar la cubierta verde de protección, la sal del agua de mar entró en el delta del río, destruyendo el ecosistema y envenenando los arrozales cercanos de los que dependían las comunidades rurales cercanas.
Desde entonces, Haïdar, fundador del Partido Verde, decidió centrar sus esfuerzos en la reforestación y la recuperación de las tierras degradadas. Hoy, ya fuera del gobierno, sigue haciéndolo a lo largo de sus días, sembrando plántulas, que crecerán en el manglar en los próximos años.
“Soy muy feliz de hacer esto. Estoy listo para hacerlo cada día, toda la noche, toda mi vida”, afirma. Cuando se le pregunta cómo es posible sembrar semejante cantidad de árboles, responde con una sonrisa, como si fuera fácil: “Colocas una planta, la pones bajo el barro, das dos pasos adelante y pones otra…”.
En su larga carrera a favor del Planeta, no dudó en enfrentar también la tala ilegal de bosques: “Senegal pierde 45.000 has de bosques cada año, los saqueadores han ganado 140.000 millones de francos CFA (unos 240 millones de dólares). Seis personas se encuentran bajo orden de detención, todas de nacionalidad extranjera, en espera de juicio por los delitos de tráfico ilegal de madera y conspiración criminal”.
Su preocupación se vincula al incremento de la exportación africana de madera a China hacia donde el continente exporta el 75% de su madera. El hoy representante de la Muralla verde en su país, señala que todo empezó por Madagascar. Cuando se agotaron allí las existencias de madera, la tala siguió devastando Gambia, Benín, Costa de Marfil, Ghana y Nigeria.
Por eso, Haïdar, uno de los ecologistas más influyentes de África, ha solicitado a China como líder de la Fédération Démocratique des Ecologistes du Sénégal (FEDES), que prohiba la importación de madera de los países del Sahel (el norte de Senegal, el sur de Mauritania, Malí, norte de Burkina Faso, extremo sur de Argelia, Níger, norte de Nigeria, franja central de Chad y de Sudán, Eritrea y parte norte de Etiopía): “No tenemos bosques, tenemos el desierto en el norte que se nos viene encima… En Casamanza, desde 2010, han desaparecido más de un millón de árboles. Actualmente, cualquier persona arrestada por tala y tráfico de madera puede ser condenada a cuatro años de prisión, pero esas actividades ilícitas que crean un verdadero desastre ecológico, pese a las sanciones penales”.
Entre los muchos sueños del líder verde senegalés, uno de los más apasionantes por la extraordinaria dimensión del proyecto, es la Gran Muralla verde de África, para frenar la expansión del desierto del Sahara (Ver en este mismo número “La Gran Muralla de África– Avances y tropiezos”).
El desierto avanza sobre el Sahel y las primeras áreas fértiles subsaharianas, donde cada día es más difícil obtener alimentos y agua. Allí 30 millones de habitantes acorralados por la pobreza soportan tres flagelos: la necesidad de emigrar, la multiplicación de los conflictos (incluidos los armados) y la expansión de yihadismo más radical.
Los problemas de seguridad regional con acciones de organizaciones como Boko Haram (Níger) u otros grupos armados se ha incrementado desde 2014 en Camerún, Níger y Burkina Faso. Cientos de ataques contra instalaciones gubernamentales, polos productivos y comunidades aldeanas, han frenado las operaciones en algunos lugares o incluso suspendido las operaciones de reforestación necesarias.
Acostumbrado a lidiar con la naturaleza y los problemas, Haïdar no se sorprende que en los primeros diez años del proyecto, solo se lograra avanzar un 4% de la franja de 100 millones de hectáreas de tierra que la Gran Muralla Verde espera restaurar al sur del Sahara para 2030. Pese a que el proyecto sufrió muchos contratiempos para coordinar los 11 países que lo integran, se ha logrado restaurar casi 20 millones de hectáreas hasta 2020, entre áreas circundantes a la Muralla y programas de reforestación.
El proyecto se ha hecho carne en los africanos y hoy se ha convertido en una prioridad para la comunidad internacional, que lo considera un esfuerzo ejemplar. Haïdar es parte de esa hazaña. Como él señala la iniciativa además se vuelto más social, en tanto involucra a las poblaciones locales, diversifica la producción regional con la siembra de frutales (mangos, naranjos, limoneros, palmeras datileras, etc) y es una opción de creación de miles de nuevos empleos.
Es conciente que el tiempo corre y que para alcanzar las metas fijadas para 2030, se debe cuadriplicar la tasa actual de reforestación. Para ello, el pionero sembrador de millones de árboles, está desarrollando nuevas técnicas para hacer más rápido y eficaz la diseminación de semillas. Distribuye para ello, miles de vainas de acacia (conocidas como ‘árboles del desierto’ por su adaptabilidad) y los pobladores se las dan como pienso al ganado que luego las diseminan a través de su digestión. Otra de sus apuestas es a la capacitación de las comunidades rurales en técnicas de cuidado de las plantas, creación de viveros, introducción de nuevas especies, etc.
Entre los inconvenientes que Haïdar ha debido superar en los últimos meses, está la pandemia. Los efectos secundarios de su vacunación con dosis de AstraZeneca contra el coronavirus le provocó una trombosis, por lo que tuvo que ser trasladado de urgencia a Francia para recibir tratamiento. Se trata de una vacuna bajo investigación, ya que se ha asociado a otros casos de trombosis en muchos países.
Pero el tenaz ambientalista es un luchador incansable. El mundo en combate contra el cambio climático necesita saber que él está –como cada día– enterrando sus pies en el barro de los manglares de Casamanza y sembrando un árbol tras otro.