15 jul 2022

Naciones Unidas acaba de advertir que algo más de la décima parte del mundo (unos 828 millones de personas) padecen hambre y que esas cifras –que habían aumentado durante la pandemia del COVID-19 en 2020 y por los efectos del cambio climático– podrían incrementarse como consecuencia del conflicto ruso-ucraniano.

David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas que distribuye alimentos para apoyar proyectos de desarrollo, refugiados de larga duración y personas desplazadas y que también proporciona comida de emergencia en caso de desastres naturales y conflictos, llama la atención sobre el “peligro real de que estas cifras suban aún más en los próximos meses”, debido a que la guerra ruso-ucraniana, está provocando un aumento del precio de los alimentos, el combustible y los fertilizantes, que amenazan con arrojar a algunos países más vulnerables a la hambruna.

“El resultado puede significar la desestabilización mundial, el hambre y la migración masiva a una escala sin precedentes. Tenemos que actuar hoy para evitar esta catástrofe que se avecina”.

Tres importantes organismos del sistema internacional (FAO, PMA y la OMS) coinciden en que el hambre en 2021 se incrementó en 46 millones más que en 2020 y en 150 millones más que en 2019, como queda reflejado en el Informe de seguridad alimentaria y nutrición de la ONU (ed. 2022).

Se calcula que en 2020, un 22% de los menores de 5 años tuvieron retraso en su crecimiento, mientras que el 6,7%, es decir, 45 millones, podrían padecer emaciación, una forma mortal de malnutrición que aumenta el riesgo de muerte hasta 12 veces

Aprender de los errores

A medida que se intensifican los conflictos, los fenómenos climáticos extremos, las crisis económicas y las desigualdades, el Informe de la ONU publicado este mes, advierte sobre las lecciones posibles para la seguridad alimentaria y la nutrición

Por ejemplo, el Informe, que pide una revisión de las políticas agrícolas mundiales, ya que el sector de la alimentación y la agricultura de todo el mundo recibe casi 630.000 millones de dólares anuales en ayudas y subsidios, que no solo distorsionan los precios del mercado, sino que no llegan a los pequeños agricultores, perjudican al medio ambiente y no promueven la producción de alimentos sanos y nutritivos.

Por presión de la industria alimenticia, estas ayudas y subsidios se dirigen en su mayoría a alimentos básicos ricos en calorías, como cereales, azúcar, carne y productos lácteos, en detrimento de alimentos más saludables y nutritivos, como frutas, verduras, legumbres y semillas.

La OMS, a través de su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, recuerda que “cada año mueren 11 millones de personas debido a dietas poco saludables. El actual aumento de los precios de los alimentos significa que esto no hará más que empeorar”.

El organismo propone mejorar los sistemas alimentarios mediante “la imposición de impuestos a los alimentos poco saludables, la subvención a opciones saludables, la protección de los niños contra la publicidad perjudicial y la garantía de etiquetas nutricionales claras”.

El aumento mundial del hambre en 2021 y la advertencia de que algo peor puede estar por venir, indica no solo que el mundo está perdiendo la batalla para erradicar el hambre para 2030, tal como se había propuesto en los objetivo ODS de la ONU, sino que es necesario revisar las políticas de seguridad alimentaria a nivel global.

Las consecuencias de la guerra ruso-ucraniana deben alertar sobre la interconexión y fragilidad del sistema actual. Rusia y Ucrania son el tercer y cuarto exportador de cereales del mundo, respectivamente, mientras que el primero es además un exportador clave de combustible y fertilizantes.

La guerra elevó los precios mundiales de los alimentos a niveles récord y provocó una importante disrupción en las exportaciones de ambos países, que se sumaron a las alteraciones que había sufrido la cadena de suministro como consecuencia de la pandemia de Covid-19.

La brusca aceleración de los precios de los alimentos, el combustible y los fertilizantes, están teniendo un impacto negativo, sobre todo en los países en vías de desarrollo y en especial, en aquellos más vulnerables que son importadores netos. Naciones Unidas advierte que esa situación sumada a sequías prolongadas como las que soporta la región del Cuerno de África, ponen a una parte de la población mundial ante una “catástrofe alimentaria inminente” y a una hambruna de dimensiones alarmantes: “Vemos como la crisis en Ucrania amenaza con empujar a países de todo el mundo a una hambruna”.

La cantidad de personas desnutridas aumentó un 6% hasta los 768 millones el año pasado, según Naciones Unidas (lo que equivale a casi el 8% de la población), aumento que pone de manifiesto la recuperación desigual del mundo ante la pandemia y cómo el alto costo de los alimentos puso a las dietas saludables fuera del alcance económico de grandes sectores de población en todo el mundo.

Es que el aumento en los costos de los alimentos derivado de la pandemia ya había reducido el acceso a una dieta nutritiva, y desde entonces esos precios no han dejado de aumentar. Según el índice mensual de precios de alimentos ONU, poco después del inicio de la guerra en Ucrania se posicionó en un 73% por encima de los anteriores dos años.

Los 20 puntos críticos del hambre de los que habla el reciente Informe se localizan en Asia y el Pacífico (Afganistán, Myanmar, Yemen); América Latina y el Caribe (Colombia, Haití, Guatemala, Honduras, Nicaragua); y África occidental (Rep. Centroafricana, Nigeria, Burkina Faso, Congo, Chad, Etiopía, Somalia, Kenia, Sudán, Malí, Mauritania y Níger). Pero como señala David Beasley del PMA, hay otra veintena de países que también se asoman a las puertas del hambre.

Reducción de las ayudas

El aumento de los costos y la extensión de la crisis alimentaria requeriría de un incremento notable de las ayudas humanitarias para que agencias como el Programa Mundial de Alimentos no se vieran obligadas a abandonar o reducir la colaboración con países afectados de manera extrema como Sudán del Sur, Yemen o Somalia.

Pero sucede lo contrario. Mientras EEUU y la UE multiplican los flujos financieros y la provisión de armamentos para que la guerra continúe y si es posible se expanda, el PMA advirtió que está reduciendo las raciones para refugiados a la mitad y que los fondos recibidos no alcanzan a cubrir el 20% de las necesidades. El argumento de los líderes mundiales es que tienen que atender el riesgo de una recesión (que irónicamente ellos mismos crearon con una guerra anacrónica y una batería de sanciones histéricas que provocaron que combustibles y alimentos se dispararan).

Pero es que el hambre no es un problema propio. Solo una “declamación” de “bienpensantes”. En África el hambre afecta a más del 20% de la población (uno de cada 5). En Asia y América Latina, al 9% (casi uno de cada 10) pero en EEUU, Canadá y Europa apenas al 2% (en su mayoría de aquellas mismas latitudes). ¿Serán –como muchas veces han creído– una raza superior?

Carolina Delgado, directora del Programa de Alimentos, Seguridad y Paz del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) describe de manera exhaustiva los vínculos entre guerra y crisis alimentaria: “Lo que vemos es una baja en la producción en la agricultura por el simple hecho que los campesinos ya no pueden sembrar, no pueden acceder a sus campos. Puede ser que estén minados, o que las personas que trabajan en ellos son atacadas. La gente se ha desplazado, o la gente que antes trabajaba en la agricultura es reclutada para unirse a las fuerzas armadas. Hay menos comida para exportar y la infraestructura de los transportes se ve muy afectada; hay ataques a vías, puertos y sitios donde se guardan los granos. El costo de las exportaciones sube muchísimo, por un lado, porque los seguros se encarecen pues el riesgo que esos barcos sean atacados es muy alto. Hay restricciones por las sanciones, impuestas por Estados Unidos o Europa a Rusia… Rusia es el exportador más importante de fertilizantes, y también de gas. Y no puede y no siempre quiere exportar. Entonces, impacta también la producción agrícola no solo en Ucrania sino en otros países. Con la guerra hay menos comida y es menos accesible porque no se puede llegar desde los sitios de producción a los sitios donde están los consumidores y los precios de la comida suben”.

Aunque la crisis alimentaria global comenzó antes de la guerra, con un aumento promedio desde 2020 del 60% en el precio de los cereales, lo cierto es que los líderes mundiales (EEUU-OTAN-UE y Rusia) han desatado una guerra irracional dirigida a consolidar el predominio de los combustibles fósiles, que destruye los últimos esfuerzos de la lucha climática pero que no se combate –una vez más y como siempre– en las grandes capitales del mundo desarrollado sino que se sufre y padece en los rincones más miserables de Asia, África y América latina.